/ sábado 4 de mayo de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / Cortés Camarillo prepara la entrevista con García Márquez (VIII)

Don Miguel Ángel Ortega era un hombre de tez muy blanca, apuesto, sano, de recia corpulencia y cabellera huidiza. Poseía muy buenos modales y mirada franca. Cuidaba de su sobria presentación. Años en el mundo de la gastronomía pulieron su saber. “Sé barrer la calle, asear la fachada del restaurante y los secretos de la coctelería y la buena mesa”, explicaba orgulloso. Su aire desconcertaba. Presumía sonriente: “Soy oaxaqueño”. Costaba creer su origen mixteco o zapoteco. Agradaba ir a su restaurante, elegante Passy, en la calle Amberes, en la dorada Zona Rosa de los albores de la década de los 70.

“Creo que ya tengo el lugar donde usted puede entrevistar a García Márquez, licenciado”, comunicó festivo Félix Cortés Camarillo a Jacobo Zabludovsky.

“¿No te molestaría mucho -bromeó Jacobo- preguntar si puedo atenderte, Félix? ¡Qué te va a preocupar! Lo que tú digas, viejito. Total, como yo no tengo nada que hacer…”.

Bien entrado en el ánimo y afecto de Jacobo, Félix avanzó hacia el escritorio.

“¿Le baja un poco el volumen a su disco, licenciado? Ya me sé de memoria la canción de Dolores Pradera. Ya marea ‘El Tiempo que te quede libre’. ¿No se raya todavía?”.

Tenía razón el cercanísimo colaborador. Llevaba semanas la constante reproducción de la canción de “Ferrusquilla”. Exitazo de la cantante española. En su aparato cuadrafónico, “última novedad” según el conocedor Jaime Almeida, Jacobo Zabludovsky no se cansaba de escucharla.

“Ya recorrí varios lugares -comenzó a informar- espacios cerrados: comedores privados, zonas reservadas, lugares casi al aire libre como San Ángel, en Altavista. Visité el Danubio en la calle Uruguay y el restaurante español de la misma calle. Me asomé al Prendes de 16 de Septiembre y el impacto Casino Español -donde se filmó ‘Macario’, de López Tarso- en Isabel la Católica.

“Algunos son ruidosos. Tendríamos problemas para la grabación. Se escuchan los trajines de la cocina. Las órdenes a meseros y cantineros. Observo dónde vamos a colocar a los camarógrafos y a los técnicos de la grabación, sin que sean vistos por el entrevistado.

“Es necesario crear una atmósfera de encuentro cordial, amigable que rodée, más bien envuelva, a la entrevista. Plática amena, cordial, amigable.

“Hay que tener en cuenta -prosiguió Cortés Camarillo- la iluminación del sitio. Instalar reflectores o luces intensas -anormales en el lugar- daría sitio a incomodidad de Gabriel García Márquez. Al mismo tiempo alteraría el trajín normal del lugar.

“A lo mejor -conjeturó oportuno Félix- Gabriel García Márquez prefiere otro lugar. En su condición de invitado tiene el privilegio de decir dónde, cuándo y a qué hora le gustaría la comida. ¿Qué opina, señor?”.

En mangas de camisa, el cuello libre de la presión del nudo de la corbata, a gusto, con su lápiz amariloo Mirado 2, de bien afilada punta en la mano, Zabludovsky calculaba, sopesaba, cuanto Félix le comunicaba.

“Pues que bueno que me tienes al tanto de todo esto, Félix. Tenemos que pensar muy bien hasta el último detalle de la organización de esta entrevista. No podemos desperdiciar la oportunidad ni tropezar y fracasar. Hay que hablar con mi amigo. Darle tiempo de su agenda. Ver si no tiene un viaje al extranjero. En fin…”.

Volvió a tomar la palabra Félix:

“Y usted tiene que pensar en quiénes integrarán el grupo que lo acompañará en esa entrevista. Reporteras y reporteros. Compañeros que la harán de ‘comparsas’ para dar verosimilitud a la comida de camaradas que admiran y festejan al escritor que conoce tan sonoro triunfo. Creo que casi todos los muchachos leyeron o leen ya ‘Cien Años de Soledad’ y otras obras. Cuates que no se vayan a ‘pasar de rosca’ y quieran lucirse recitando textos de ‘Crónica de una muerte anunciada’ o ‘Los funerales de la Mamá Grande’ y le sonsaquen opiniones.

“Elígelos tú, Félix -decidió el licenciado Jacobo Zabludovsky-. Ponlos al corriente. Fía en su discreción, puntualidad, buen comportamiento y moderado interés en el festejado. Mide sus alcances. ¿Qué le plantearían, con discreción sobre literatura mexicana? Gabriel es amigo de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes, de Álvaro Mutis, su paisano. En fin…”.

“Opino -abundó Félix Cortés Camarillo. ‘El que pregunta no se equivoca’, solía decir- que sería muy bueno incorporar a ese grupo de comensales a algunas reporteras. Rita Ganem, Virginia Lemaitre, Chela Leal, Martha Venegas, Rocío Villa García, Patty Berumen… ¿Cómo lo ve, señor?”.

“El que sabe de teatro, el que es muy ‘chicho’ en el montaje de una obra, ‘la puesta en escena’, el movimiento de personas y objetos sobre un escenario, eres tú, Félix. Esa es tu fama. Por ese saber tuyo, Luis G. Basurto no te sirvió ‘ni para el arranque’. Superaste al dramaturgo de ‘Cada quien su vida’. Mostraste lo sólido de tu conocimiento. Así que tú arregla todo. Lugar y fecha. Hora, menú, invitados. Duración. Protagonistas. Vestuario.

“Afina todo para que me digas: ¡Adelante, Jacobo Zabludovsky! Y conseguiré la primera entrevista a García Márquez en la televisión del mundo. ¡Apúrate, ya, viejito!”.

Don Miguel Ángel Ortega era un hombre de tez muy blanca, apuesto, sano, de recia corpulencia y cabellera huidiza. Poseía muy buenos modales y mirada franca. Cuidaba de su sobria presentación. Años en el mundo de la gastronomía pulieron su saber. “Sé barrer la calle, asear la fachada del restaurante y los secretos de la coctelería y la buena mesa”, explicaba orgulloso. Su aire desconcertaba. Presumía sonriente: “Soy oaxaqueño”. Costaba creer su origen mixteco o zapoteco. Agradaba ir a su restaurante, elegante Passy, en la calle Amberes, en la dorada Zona Rosa de los albores de la década de los 70.

“Creo que ya tengo el lugar donde usted puede entrevistar a García Márquez, licenciado”, comunicó festivo Félix Cortés Camarillo a Jacobo Zabludovsky.

“¿No te molestaría mucho -bromeó Jacobo- preguntar si puedo atenderte, Félix? ¡Qué te va a preocupar! Lo que tú digas, viejito. Total, como yo no tengo nada que hacer…”.

Bien entrado en el ánimo y afecto de Jacobo, Félix avanzó hacia el escritorio.

“¿Le baja un poco el volumen a su disco, licenciado? Ya me sé de memoria la canción de Dolores Pradera. Ya marea ‘El Tiempo que te quede libre’. ¿No se raya todavía?”.

Tenía razón el cercanísimo colaborador. Llevaba semanas la constante reproducción de la canción de “Ferrusquilla”. Exitazo de la cantante española. En su aparato cuadrafónico, “última novedad” según el conocedor Jaime Almeida, Jacobo Zabludovsky no se cansaba de escucharla.

“Ya recorrí varios lugares -comenzó a informar- espacios cerrados: comedores privados, zonas reservadas, lugares casi al aire libre como San Ángel, en Altavista. Visité el Danubio en la calle Uruguay y el restaurante español de la misma calle. Me asomé al Prendes de 16 de Septiembre y el impacto Casino Español -donde se filmó ‘Macario’, de López Tarso- en Isabel la Católica.

“Algunos son ruidosos. Tendríamos problemas para la grabación. Se escuchan los trajines de la cocina. Las órdenes a meseros y cantineros. Observo dónde vamos a colocar a los camarógrafos y a los técnicos de la grabación, sin que sean vistos por el entrevistado.

“Es necesario crear una atmósfera de encuentro cordial, amigable que rodée, más bien envuelva, a la entrevista. Plática amena, cordial, amigable.

“Hay que tener en cuenta -prosiguió Cortés Camarillo- la iluminación del sitio. Instalar reflectores o luces intensas -anormales en el lugar- daría sitio a incomodidad de Gabriel García Márquez. Al mismo tiempo alteraría el trajín normal del lugar.

“A lo mejor -conjeturó oportuno Félix- Gabriel García Márquez prefiere otro lugar. En su condición de invitado tiene el privilegio de decir dónde, cuándo y a qué hora le gustaría la comida. ¿Qué opina, señor?”.

En mangas de camisa, el cuello libre de la presión del nudo de la corbata, a gusto, con su lápiz amariloo Mirado 2, de bien afilada punta en la mano, Zabludovsky calculaba, sopesaba, cuanto Félix le comunicaba.

“Pues que bueno que me tienes al tanto de todo esto, Félix. Tenemos que pensar muy bien hasta el último detalle de la organización de esta entrevista. No podemos desperdiciar la oportunidad ni tropezar y fracasar. Hay que hablar con mi amigo. Darle tiempo de su agenda. Ver si no tiene un viaje al extranjero. En fin…”.

Volvió a tomar la palabra Félix:

“Y usted tiene que pensar en quiénes integrarán el grupo que lo acompañará en esa entrevista. Reporteras y reporteros. Compañeros que la harán de ‘comparsas’ para dar verosimilitud a la comida de camaradas que admiran y festejan al escritor que conoce tan sonoro triunfo. Creo que casi todos los muchachos leyeron o leen ya ‘Cien Años de Soledad’ y otras obras. Cuates que no se vayan a ‘pasar de rosca’ y quieran lucirse recitando textos de ‘Crónica de una muerte anunciada’ o ‘Los funerales de la Mamá Grande’ y le sonsaquen opiniones.

“Elígelos tú, Félix -decidió el licenciado Jacobo Zabludovsky-. Ponlos al corriente. Fía en su discreción, puntualidad, buen comportamiento y moderado interés en el festejado. Mide sus alcances. ¿Qué le plantearían, con discreción sobre literatura mexicana? Gabriel es amigo de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes, de Álvaro Mutis, su paisano. En fin…”.

“Opino -abundó Félix Cortés Camarillo. ‘El que pregunta no se equivoca’, solía decir- que sería muy bueno incorporar a ese grupo de comensales a algunas reporteras. Rita Ganem, Virginia Lemaitre, Chela Leal, Martha Venegas, Rocío Villa García, Patty Berumen… ¿Cómo lo ve, señor?”.

“El que sabe de teatro, el que es muy ‘chicho’ en el montaje de una obra, ‘la puesta en escena’, el movimiento de personas y objetos sobre un escenario, eres tú, Félix. Esa es tu fama. Por ese saber tuyo, Luis G. Basurto no te sirvió ‘ni para el arranque’. Superaste al dramaturgo de ‘Cada quien su vida’. Mostraste lo sólido de tu conocimiento. Así que tú arregla todo. Lugar y fecha. Hora, menú, invitados. Duración. Protagonistas. Vestuario.

“Afina todo para que me digas: ¡Adelante, Jacobo Zabludovsky! Y conseguiré la primera entrevista a García Márquez en la televisión del mundo. ¡Apúrate, ya, viejito!”.