/ viernes 21 de junio de 2024

Hojas de papel | Vivaldi, que es verano

“Primavera, la espera; verano, la mano; otoño, el retoño; el invierno: un infierno: eso es el amor ¡Si señor!”

Era una tonada a modo de chachachá que sonaba en los cincuenta, para hacer halago de las estaciones del año, entre las que no podía faltar el verano, como tiempo de alegría y en el que la naturaleza parece volverse pródiga, luminosa, soleada, lluviosa y propicia al descanso, a la holgura, al cambio de rutina y al agua del mar, con sus pescaditos.

Mungo Jerry en 1970 apareció con aquella rola pegajosa y chispeante, cargada de sol y alegría, para recordarnos que el verano todo lo permite y todo lo da: “In the summer time”: ‘En verano, cuando el clima es alto; puedes estirarte y tocar el cielo. Es cuando el tiempo está bien, tienes mujeres, tienes mujeres en la cabeza…’ Y sigue larga la invitación a la pachanga veraniega.

También refieren a esta estación del año o la luminosidad de esta estación “Sirena”, de “Sin Bandera” (2002) como también “Nocticluca” de Jorge Drexler (2010)… “Despacito” de Luis Fonsi (2019) o Joaquín Sabina con aquel “Y nos dieron las diez…”: Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos. El verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno. Y a tu pueblo el azar, otra vez el verano siguiente…”. Tantas más.

El verano, que habrá de comenzar en México este 21 de junio, es una estación anual muy querida; quizá tanto como la primavera que estalla florida luego del invierno frío y temeroso. La primavera (Primer verdor) llega para anunciarnos que, a pesar de todo, el mundo “gira-gira-gira”, y por tanto, hay tiempo para el frío del invierno y para el otoño del deshoje y la tristeza: pero en contraparte están ella, la primavera y también el verano…

En todo caso verano es la estación del año del calor suave y de la esperanza, porque se consolidan las lluvias, porque bañan al mundo con sus aguas frescas y propicia vida y alimento: el agua, dicho ya, es el elemento indispensable para la vida del ser humano.

“Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”… seguro que esa tarde era de verano y la lluvia caía fuerte lo que hacía que la gente se cubriera de ella –aunque no hay nada más hermoso en la vida que recibir la lluvia plena en nuestro cuerpo, sentir su frescura que nos baña y nos recorre fresca y lozana, sutil y poderosa—el problema es que esa maravillosa tarde “no estabas tú”.

Esto es, el verano es propicio para el romance, para el amor, para el calor sensual, para las miradas de borrego a medio morir: para la cachondez, digo.

A lo largo de la historia, la visión que se ha tenido del verano siempre es plácida y alegre, con intensidades y colores que tienen que ver con la lluvia y su frescura y alivio…

Pero sobre todo hay una expresión musical que pone al verano en el eje central de un mundo lleno de contrastes pero al mismo tiempo lleno de vitalidad, de emoción, de alegría o tristeza. Es la obra de uno de los grandes músicos en la historia del arte universal.

Ya se sabe que la música, toda, está hecha de emociones; está compuesta con base a las sensaciones personales del autor, de sus vivencias, sus pasiones y sus intimidades más profundas. Algunos de ellos hacen que todo su acervo cultural valioso se sublime y se convierta en atemporal, o clásica, como se dice.

Él es un compositor de estilo barroco que nos impulsa a penetrar en su música o, mejor dicho, es un autor que hace que su música penetre en nuestras propias emociones, en nuestra conciencia, y en la grandiosidad de nuestras pasiones más emotivas, a modo barroco, sí.

(La música barroca o música del Barroco es el estilo musical europeo de la época. Abarca desde el nacimiento de la ópera por ahí der 1600 hasta la muerte de Johann Sebastian Bach, en 1750.

Entre los músicos del Barroco sobresalen Johann Pachelbel, Domenico Scarlatti, Alessandro Scarlatti, Georg Philipp Telemann, Jean-Philippe Rameau, Tomaso Albinoni, Arcangelo Corelli, Claudio Monteverdi, François Couperin, Heinrich Schütz, Antonio Soler Ramos y, sobre todo-sobre todo-sobre todo: Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel, los compositores cumbres del período barroco.)

… Y, por supuesto, Antonio Vivaldi, un compositor quien, como sin proponérselo, compuso una de las obras más queridas del repertorio musical en la historia del ser humano: “Las cuatro estaciones”.

Es frecuente escuchar por aquí o por allá, cuando se escucha aquella melodía que semeja la lluvia: “Son las cuatro estaciones, de Vivaldi”. Y lo dicen aun aquellos que no han incursionado en la hondura y grandiosidad de la música sinfónica o de cámara…

Lo novedoso de “Las cuatro estaciones” es que es un grupo de cuatro conciertos para violín y orquesta. Vivaldi aporta al mundo de la música la forma de concierto, en el cual un instrumento platica a lo largo de la composición con la orquesta, pero predomina este instrumento. Hay conciertos para piano, para celo, para oboe, para guitarra… en este caso predomina el violín.

“En Las cuatro estaciones de Vivaldi se puede escuchar cómo se representa el paso del tiempo a través de los paisajes sonoros y de una visión programática de la música. Estas piezas no son meramente una idea de la naturaleza, una sucesión de referentes lejanos, sino que sugieren que su compositor pasó largas horas escuchando y observando el paisaje para plasmarlo en la partitura” (J. L. Carles Arribas, compositor español).

Y agrega: “En la partitura de Las cuatro estaciones aparecen multitud de reflejos de la realidad. En el allegro de ‘El verano’, las semicorcheas del violín pretenden ser el canto de los pájaros. Al final del movimiento se describe el aumento de la fuerza del viento también representado con semicorcheas en las cuerdas. El tercer movimiento de ‘El verano’ recuerda a una tormenta, mientras que el primero de ‘La Primavera’ describe una lluvia repentina”.

En ‘el verano’, Antonio Vivaldi muestra a la estación más calurosa. A lo largo del concierto mantiene un ritmo rápido y dinámico. Pinta un paisaje de calor abrasador interrumpido por tormentas repentinas. El movimiento lento central de esta pieza es claramente evocador, mientras que expresa la quietud de un día de verano que de pronto pasa a ser una tormenta.

La compuso en 1723. Y en su época fue una obra muy reconocida, muy valorada y de gran éxito. No obstante el autor había compuesto ya una vasta obra musical que lo hacía ser muy querido entre los amantes de la música sinfónica.

A lo largo de su vida, compuso unas setecientas setenta obras, entre las cuales hay más de cuatrocientos conciertos, para flauta, violín, y una variedad de otros instrumentos musicales, y cerca de cuarenta y seis óperas. Una de ellas fue sobre tema mexicano: “Motezuma” (por Moctezuma).

Nació en Venecia el 4 de marzo de 1678. Su padre fue un violinista de renombre. Antonio fue el hijo mayor de seis hermanos y aprendió el violín de su padre. Estudió para ser sacerdote católico desde 1693 y se ordenó en 1703. Le decían “El cura rojo” porque era pelirrojo.

En realidad no ejerció el sacerdocio de manera formal, siempre lo evitó, no era su vocación, pero sí la música y encontró la salida dando clases en un orfanato para niñas, en Venecia. Al mismo tiempo que esto le permitía componer, y lo hacía de manera frenética, siempre dedicado a la creación y poco a la pasión, aunque también tuvo lo suyo. Medio chilindrín el tal Vivaldi.

En 1725, Vivaldi se hizo novio de Anna Giraud (conocida como Girò), una de sus alumnas de canto. Esto ocurrió a pesar de ser todavía un sacerdote. No le importó. Partes de sus óperas las compuso pensando en ella pero, y esto habría de ocurrir, en 1737 fue seriamente llamado a cuentas por la Iglesia debido a su conducta.

Y lo dicho: el artista tenía lo suyo. Era evidente que tenía una enorme arrogancia y egotismo, se suponía extremadamente inteligente y pasaba a la soberbia, lo que le granjeó muchos enemigos. En una investigación histórica de Wade-Matthews, se establece que era asimismo vanidoso y engreído. Una lata, pues. No importa.

Y todo esto es porque ya está aquí el verano. Y con éste las lluvias –ojalá-. Y los campos se pondrán más verdes, habrá más floresta, el sol estará a plenitud y habrá luz que ilumina la vida, habrá comida y maíz y trigo y ganas de estar bajo la lluvia con quien más se quiere… porque, eso:


“Primavera, la espera; verano, la mano; otoño, el retoño; el invierno: un infierno: eso es el amor ¡Si señor!”

“Primavera, la espera; verano, la mano; otoño, el retoño; el invierno: un infierno: eso es el amor ¡Si señor!”

Era una tonada a modo de chachachá que sonaba en los cincuenta, para hacer halago de las estaciones del año, entre las que no podía faltar el verano, como tiempo de alegría y en el que la naturaleza parece volverse pródiga, luminosa, soleada, lluviosa y propicia al descanso, a la holgura, al cambio de rutina y al agua del mar, con sus pescaditos.

Mungo Jerry en 1970 apareció con aquella rola pegajosa y chispeante, cargada de sol y alegría, para recordarnos que el verano todo lo permite y todo lo da: “In the summer time”: ‘En verano, cuando el clima es alto; puedes estirarte y tocar el cielo. Es cuando el tiempo está bien, tienes mujeres, tienes mujeres en la cabeza…’ Y sigue larga la invitación a la pachanga veraniega.

También refieren a esta estación del año o la luminosidad de esta estación “Sirena”, de “Sin Bandera” (2002) como también “Nocticluca” de Jorge Drexler (2010)… “Despacito” de Luis Fonsi (2019) o Joaquín Sabina con aquel “Y nos dieron las diez…”: Nos dijimos adiós, ojalá que volvamos a vernos. El verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno. Y a tu pueblo el azar, otra vez el verano siguiente…”. Tantas más.

El verano, que habrá de comenzar en México este 21 de junio, es una estación anual muy querida; quizá tanto como la primavera que estalla florida luego del invierno frío y temeroso. La primavera (Primer verdor) llega para anunciarnos que, a pesar de todo, el mundo “gira-gira-gira”, y por tanto, hay tiempo para el frío del invierno y para el otoño del deshoje y la tristeza: pero en contraparte están ella, la primavera y también el verano…

En todo caso verano es la estación del año del calor suave y de la esperanza, porque se consolidan las lluvias, porque bañan al mundo con sus aguas frescas y propicia vida y alimento: el agua, dicho ya, es el elemento indispensable para la vida del ser humano.

“Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”… seguro que esa tarde era de verano y la lluvia caía fuerte lo que hacía que la gente se cubriera de ella –aunque no hay nada más hermoso en la vida que recibir la lluvia plena en nuestro cuerpo, sentir su frescura que nos baña y nos recorre fresca y lozana, sutil y poderosa—el problema es que esa maravillosa tarde “no estabas tú”.

Esto es, el verano es propicio para el romance, para el amor, para el calor sensual, para las miradas de borrego a medio morir: para la cachondez, digo.

A lo largo de la historia, la visión que se ha tenido del verano siempre es plácida y alegre, con intensidades y colores que tienen que ver con la lluvia y su frescura y alivio…

Pero sobre todo hay una expresión musical que pone al verano en el eje central de un mundo lleno de contrastes pero al mismo tiempo lleno de vitalidad, de emoción, de alegría o tristeza. Es la obra de uno de los grandes músicos en la historia del arte universal.

Ya se sabe que la música, toda, está hecha de emociones; está compuesta con base a las sensaciones personales del autor, de sus vivencias, sus pasiones y sus intimidades más profundas. Algunos de ellos hacen que todo su acervo cultural valioso se sublime y se convierta en atemporal, o clásica, como se dice.

Él es un compositor de estilo barroco que nos impulsa a penetrar en su música o, mejor dicho, es un autor que hace que su música penetre en nuestras propias emociones, en nuestra conciencia, y en la grandiosidad de nuestras pasiones más emotivas, a modo barroco, sí.

(La música barroca o música del Barroco es el estilo musical europeo de la época. Abarca desde el nacimiento de la ópera por ahí der 1600 hasta la muerte de Johann Sebastian Bach, en 1750.

Entre los músicos del Barroco sobresalen Johann Pachelbel, Domenico Scarlatti, Alessandro Scarlatti, Georg Philipp Telemann, Jean-Philippe Rameau, Tomaso Albinoni, Arcangelo Corelli, Claudio Monteverdi, François Couperin, Heinrich Schütz, Antonio Soler Ramos y, sobre todo-sobre todo-sobre todo: Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel, los compositores cumbres del período barroco.)

… Y, por supuesto, Antonio Vivaldi, un compositor quien, como sin proponérselo, compuso una de las obras más queridas del repertorio musical en la historia del ser humano: “Las cuatro estaciones”.

Es frecuente escuchar por aquí o por allá, cuando se escucha aquella melodía que semeja la lluvia: “Son las cuatro estaciones, de Vivaldi”. Y lo dicen aun aquellos que no han incursionado en la hondura y grandiosidad de la música sinfónica o de cámara…

Lo novedoso de “Las cuatro estaciones” es que es un grupo de cuatro conciertos para violín y orquesta. Vivaldi aporta al mundo de la música la forma de concierto, en el cual un instrumento platica a lo largo de la composición con la orquesta, pero predomina este instrumento. Hay conciertos para piano, para celo, para oboe, para guitarra… en este caso predomina el violín.

“En Las cuatro estaciones de Vivaldi se puede escuchar cómo se representa el paso del tiempo a través de los paisajes sonoros y de una visión programática de la música. Estas piezas no son meramente una idea de la naturaleza, una sucesión de referentes lejanos, sino que sugieren que su compositor pasó largas horas escuchando y observando el paisaje para plasmarlo en la partitura” (J. L. Carles Arribas, compositor español).

Y agrega: “En la partitura de Las cuatro estaciones aparecen multitud de reflejos de la realidad. En el allegro de ‘El verano’, las semicorcheas del violín pretenden ser el canto de los pájaros. Al final del movimiento se describe el aumento de la fuerza del viento también representado con semicorcheas en las cuerdas. El tercer movimiento de ‘El verano’ recuerda a una tormenta, mientras que el primero de ‘La Primavera’ describe una lluvia repentina”.

En ‘el verano’, Antonio Vivaldi muestra a la estación más calurosa. A lo largo del concierto mantiene un ritmo rápido y dinámico. Pinta un paisaje de calor abrasador interrumpido por tormentas repentinas. El movimiento lento central de esta pieza es claramente evocador, mientras que expresa la quietud de un día de verano que de pronto pasa a ser una tormenta.

La compuso en 1723. Y en su época fue una obra muy reconocida, muy valorada y de gran éxito. No obstante el autor había compuesto ya una vasta obra musical que lo hacía ser muy querido entre los amantes de la música sinfónica.

A lo largo de su vida, compuso unas setecientas setenta obras, entre las cuales hay más de cuatrocientos conciertos, para flauta, violín, y una variedad de otros instrumentos musicales, y cerca de cuarenta y seis óperas. Una de ellas fue sobre tema mexicano: “Motezuma” (por Moctezuma).

Nació en Venecia el 4 de marzo de 1678. Su padre fue un violinista de renombre. Antonio fue el hijo mayor de seis hermanos y aprendió el violín de su padre. Estudió para ser sacerdote católico desde 1693 y se ordenó en 1703. Le decían “El cura rojo” porque era pelirrojo.

En realidad no ejerció el sacerdocio de manera formal, siempre lo evitó, no era su vocación, pero sí la música y encontró la salida dando clases en un orfanato para niñas, en Venecia. Al mismo tiempo que esto le permitía componer, y lo hacía de manera frenética, siempre dedicado a la creación y poco a la pasión, aunque también tuvo lo suyo. Medio chilindrín el tal Vivaldi.

En 1725, Vivaldi se hizo novio de Anna Giraud (conocida como Girò), una de sus alumnas de canto. Esto ocurrió a pesar de ser todavía un sacerdote. No le importó. Partes de sus óperas las compuso pensando en ella pero, y esto habría de ocurrir, en 1737 fue seriamente llamado a cuentas por la Iglesia debido a su conducta.

Y lo dicho: el artista tenía lo suyo. Era evidente que tenía una enorme arrogancia y egotismo, se suponía extremadamente inteligente y pasaba a la soberbia, lo que le granjeó muchos enemigos. En una investigación histórica de Wade-Matthews, se establece que era asimismo vanidoso y engreído. Una lata, pues. No importa.

Y todo esto es porque ya está aquí el verano. Y con éste las lluvias –ojalá-. Y los campos se pondrán más verdes, habrá más floresta, el sol estará a plenitud y habrá luz que ilumina la vida, habrá comida y maíz y trigo y ganas de estar bajo la lluvia con quien más se quiere… porque, eso:


“Primavera, la espera; verano, la mano; otoño, el retoño; el invierno: un infierno: eso es el amor ¡Si señor!”

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