/ sábado 4 de mayo de 2024

Nombres de la política cultural

A unos cuantos días del domingo electoral, hay que volver a ciertos planteamientos. Uno de ellos refiere al revisionismo ante la escalada de ajustes del cuatroteismo y que tienen que ver con el desarrollo del sector cultural.

Tal revisión histórica tiene tres elementos centrales. Uno, el de la política cultural. Otro, el que atañe a las instituciones culturales en los tres niveles de gobierno, y el tercero, el de los servidores públicos que han ejercido esos poderes públicos.

En el enfoque que acude al antes y después de la cuatroté, será base el tercero de los enunciados. Es un brevísimo tour entre dos siglos y que por ello no busca ni ser enciclopédico como mucho menos desea encontrar la satisfacción de los lectores. Algunos de ellos arquearán las cejas, otros coincidirán mientras que los jóvenes levantarán los hombros al tener vaga idea de la galería de nombres.

Partamos de la etapa del nacionalismo revolucionario por la enorme vigencia en que sostiene, en todos los partidos, los modos de aplicar el gobierno cultural. Es el caso del legado intocable del presidente Lázaro Cárdenas y de Antonio Caso, si se admira en lo que es el INAH, como lo es Carlos Chávez y el mandatario Miguel Alemán con el INBAL.

El presidente Adolfo López Mateos se lleva las palmas por su denodado quehacer cultural, en el cual Amalia González Caballero, Pedro Ramírez Vázquez, Jaime Torres Bodet, Miguel Álvarez Acosta y Leopoldo Zea tuvieron roles estelares. Pasando de volada al gobierno de Luis Echeverría, aparece el primer Festival Internacional Cervantino, con Óscar Urrutia en 1972 y con otro arquitecto como director del INBAL, Luis Ortiz Macedo, en la edificación de una de las expresiones de política cultural que es una magnífica herencia.

En esos años 70 varios sucesos expandieron los institutos nacionales, la subsecretaría de Cultura de la SEP y las instancias culturales de los estados. Única en su caso como “primera dama”, Carmen Romano de López Portillo se proyecta como paradigmática en la política cultural. El Fondo Nacional para Actividades Sociales (FONAPAS) es un antecedente del extinto FONCA. Luego aparece Héctor, el hijo de otro precursor de las políticas culturales, José Vasconcelos, quien dirigió el Cervantino y el FONCA. Otro referente es Porfirio Muñoz Ledo quien, como titular de Educación Pública, hizo su tarea cultural.

Un líder de esos tiempos que después optó por la diplomacia fue Juan José Bremer. De esa camada de los años 70 a los 80 vinieron tantos y tan buenos servidores públicos: Víctor Sandoval, Rafael Tovar, Víctor Flores Olea, Enrique Florescano, María Cristina García Cepeda, Manuel de la Cera, Luz del Amo, Javier Barros Valero, Jorge Alberto Lozoya, Martín Reyes Vayssade, Sonia Salum, Martha Turok, Ana María Magaloni, Alejandro Ordorica y Luis Garza Alejandro.

El por qué Carlos Salinas no se decidió por una Secretaría de Cultura y optó por el Conaculta, se achaca a las posturas de quienes ejercieron influencia en los poderes públicos de la cultura. Carlos Fuentes y Octavio Paz crearon un maridaje que fortaleció el aparato de Estado.

En la primera etapa del Conaculta, otro conjunto de operadores de la política cultural llevó a cabo gestiones encomiables. Es el caso de Jorge Ruiz Dueñas, Saúl Juárez, Alfonso de Maria y Campos, Gerardo Estrada, Jaime Nualart, Dolores Beistegui y Teresa Franco. En complemento, desde la UNAM muchos más armonizaron etapas de las que abrevamos: Marco Antonio Campos, Fernando Curiel, René Avilés Fabila, Ignacio Solares y Gonzalo Celorio. En la UdG, Raúl Padilla habría de procrear una escuela.

Esa cantera siguió con figuras que no se habían desarrollado en el ámbito, como lo fue Sari Bermúdez, quien echó mano de ellos. Casos como el de Lidia Camacho, Lucina Jiménez e Ignacio Toscano remiten a esa larga evolución de directivos de la política cultural. Fue así como Sergio Vela llegó al Conaculta. En línea disruptiva, con el antecedente de haber presidido el Fondo de Cultura Económica, reemplaza a Vela la editora Consuelo Sáizar.

Con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, otra vertiente se alimenta. Innovador, Alejandro Aura se acompaña de Eduardo Vázquez. Nombremos a Enrique Semo, Nina Serratos, José María Espinasa, Ángel Ancona y Débora Chenillo. La galería es vasta al fijarse en ciertas entidades federativas, fundaciones, asociaciones y universidades.


El tiempo dirá si este historial en verdad ha sido otro a partir de 2018.

A unos cuantos días del domingo electoral, hay que volver a ciertos planteamientos. Uno de ellos refiere al revisionismo ante la escalada de ajustes del cuatroteismo y que tienen que ver con el desarrollo del sector cultural.

Tal revisión histórica tiene tres elementos centrales. Uno, el de la política cultural. Otro, el que atañe a las instituciones culturales en los tres niveles de gobierno, y el tercero, el de los servidores públicos que han ejercido esos poderes públicos.

En el enfoque que acude al antes y después de la cuatroté, será base el tercero de los enunciados. Es un brevísimo tour entre dos siglos y que por ello no busca ni ser enciclopédico como mucho menos desea encontrar la satisfacción de los lectores. Algunos de ellos arquearán las cejas, otros coincidirán mientras que los jóvenes levantarán los hombros al tener vaga idea de la galería de nombres.

Partamos de la etapa del nacionalismo revolucionario por la enorme vigencia en que sostiene, en todos los partidos, los modos de aplicar el gobierno cultural. Es el caso del legado intocable del presidente Lázaro Cárdenas y de Antonio Caso, si se admira en lo que es el INAH, como lo es Carlos Chávez y el mandatario Miguel Alemán con el INBAL.

El presidente Adolfo López Mateos se lleva las palmas por su denodado quehacer cultural, en el cual Amalia González Caballero, Pedro Ramírez Vázquez, Jaime Torres Bodet, Miguel Álvarez Acosta y Leopoldo Zea tuvieron roles estelares. Pasando de volada al gobierno de Luis Echeverría, aparece el primer Festival Internacional Cervantino, con Óscar Urrutia en 1972 y con otro arquitecto como director del INBAL, Luis Ortiz Macedo, en la edificación de una de las expresiones de política cultural que es una magnífica herencia.

En esos años 70 varios sucesos expandieron los institutos nacionales, la subsecretaría de Cultura de la SEP y las instancias culturales de los estados. Única en su caso como “primera dama”, Carmen Romano de López Portillo se proyecta como paradigmática en la política cultural. El Fondo Nacional para Actividades Sociales (FONAPAS) es un antecedente del extinto FONCA. Luego aparece Héctor, el hijo de otro precursor de las políticas culturales, José Vasconcelos, quien dirigió el Cervantino y el FONCA. Otro referente es Porfirio Muñoz Ledo quien, como titular de Educación Pública, hizo su tarea cultural.

Un líder de esos tiempos que después optó por la diplomacia fue Juan José Bremer. De esa camada de los años 70 a los 80 vinieron tantos y tan buenos servidores públicos: Víctor Sandoval, Rafael Tovar, Víctor Flores Olea, Enrique Florescano, María Cristina García Cepeda, Manuel de la Cera, Luz del Amo, Javier Barros Valero, Jorge Alberto Lozoya, Martín Reyes Vayssade, Sonia Salum, Martha Turok, Ana María Magaloni, Alejandro Ordorica y Luis Garza Alejandro.

El por qué Carlos Salinas no se decidió por una Secretaría de Cultura y optó por el Conaculta, se achaca a las posturas de quienes ejercieron influencia en los poderes públicos de la cultura. Carlos Fuentes y Octavio Paz crearon un maridaje que fortaleció el aparato de Estado.

En la primera etapa del Conaculta, otro conjunto de operadores de la política cultural llevó a cabo gestiones encomiables. Es el caso de Jorge Ruiz Dueñas, Saúl Juárez, Alfonso de Maria y Campos, Gerardo Estrada, Jaime Nualart, Dolores Beistegui y Teresa Franco. En complemento, desde la UNAM muchos más armonizaron etapas de las que abrevamos: Marco Antonio Campos, Fernando Curiel, René Avilés Fabila, Ignacio Solares y Gonzalo Celorio. En la UdG, Raúl Padilla habría de procrear una escuela.

Esa cantera siguió con figuras que no se habían desarrollado en el ámbito, como lo fue Sari Bermúdez, quien echó mano de ellos. Casos como el de Lidia Camacho, Lucina Jiménez e Ignacio Toscano remiten a esa larga evolución de directivos de la política cultural. Fue así como Sergio Vela llegó al Conaculta. En línea disruptiva, con el antecedente de haber presidido el Fondo de Cultura Económica, reemplaza a Vela la editora Consuelo Sáizar.

Con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, otra vertiente se alimenta. Innovador, Alejandro Aura se acompaña de Eduardo Vázquez. Nombremos a Enrique Semo, Nina Serratos, José María Espinasa, Ángel Ancona y Débora Chenillo. La galería es vasta al fijarse en ciertas entidades federativas, fundaciones, asociaciones y universidades.


El tiempo dirá si este historial en verdad ha sido otro a partir de 2018.