/ domingo 23 de junio de 2024

“Sufragio efectivo. No reelección” (III)

Porfirio Díaz no quiso atender al clamor del pueblo de México y para mediados de 1910 los grandes problemas nacionales -como les llamó Andrés Molina Enríquez- se fueron haciendo cada vez más álgidos y las demandas sociales más enérgicas. Menos admitió reconocerse en la radiografía que de su gobierno, persona y excesos realizó Madero en su obra “La sucesión presidencial”.

Madero fue contundente al denunciar que Díaz, a partir de que ocupó la silla presidencial, centralizó “la mayor suma de poderes”. Un ejemplo de ello era su política del “pan o palo” aplicada a los opositores: o se sometían ocupando puestos públicos o cargos de relevancia bien remunerados, o terminaban nulificados o exiliados mediante procedimientos de intimidación de “legalidad muy discutible”. Tal y como lo llamaba Francisco Bulnes: “el mínimum de terror y el máximum de benevolencia”, motivando que todo aquél que pudiera hacerle sombra o guiara al pueblo por otro sendero, terminara desaparecido, retirado de la política o bien engrosando patéticamente las “filas de los presupuestívoros”.

Esto explicaba, a juicio del coahuilense, que Díaz hubiera recibido sin distingo a liberales y conservadores, comprendido al clero, pero nunca a quienes abrazaban el principio por el que él mismo luchó: “la no reelección”. ¿Cómo es que había logrado reformar la Constitución para ser reelecto? Dejando por sucesor “a uno que le debiera todo y no tuviera grandes méritos”, como en el caso del general Manuel González. ¿Y el pueblo? Éste permanecía confiado “en la palabra de su caudillo”. La prensa independiente apenas se escuchaba y cuando un periodista pretendía quitarle su máscara, Díaz reaccionaba de manera encarnizada, aprovechándose de la confianza ciega del pueblo “para afirmarse más y más en el poder”, mientras “las riquezas que derramaba a manos llenas, aumentaban los intereses creados a su nombre”, fortaleciendo así su “poder absoluto”.

Un poder bajo el dominio de un solo hombre “sin más ley que su voluntad, sin más límites que los impuestos por su conciencia, su interés, o la resistencia que encuentre en sus gobernados”. De ahí que aunque hubiera aparentemente elecciones, aunque en las cámaras hubiera “representantes del pueblo”, aunque los estados conservaran su soberanía y los ayuntamientos su independencia, en la realidad sólo existía “el poder absoluto de un hombre”. Y si alguien quisiera pruebas de ello, Madero se las proporcionaba: México estaba gobernado por una dictadura militar; las cámaras actuaban con “servil conformidad” al aprobar las iniciativas del gobierno y era mínima la libertad de imprenta. Además, las personas de mayor confianza del presidente eran las que cometían los mayores abusos, mientras se sucedían hechos trágicos como las guerras de Tomóchic, del Yaqui y contra los mayas, o las huelgas de Puebla, Orizaba y Cananea ante la impasibilidad de Díaz, a quien sólo le podía conmover que peligrara su poder.

De ahí su pregunta: ¿convendría a México la continuidad “del actual régimen de poder absoluto, o bien la implantación de las prácticas democráticas?”. Madero sabe que prolongar el absolutismo sería funesto para la república, por lo que la única lucha posible era la de optar entre el absolutismo y la democracia. Pero hay un cuestionamiento más, estrechamente vinculado con lo planteado en la entrevista Díaz-Creelman: ¿estaría la sociedad mexicana preparada para la democracia? Su respuesta es enfática: sí. El pueblo de México estaba apto para la democracia. “¡Es necesario -clamará- salvar a la patria!” y a Díaz recordarle que él pertenecía más a la historia que al presente y que como sucesor sólo podría admitir “al más digno de todos: a la ley”.

Pero una vez más Díaz desoye. Con Madero en prisión, se celebran las elecciones. El autócrata “arrasa” en las votaciones: el 10 de julio de 1910 es declarado vencedor con una victoria del 98.93 por ciento de los votos, obteniendo así su octava reelección. Madero es entonces liberado y sale del país rumbo a San Antonio en Texas.

El 6 de noviembre, desde allí, Madero proclama el Plan de San Luis, fechado el 5 de octubre, el último día en que estuvo preso en la capital potosina. En él advierte que la Patria está sometida a una tiranía en la que “tanto el poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados”, libertad municipal y derechos ciudadanos, escritos sólo en la Carta Magna. La justicia, en vez de proteger al débil, legaliza “los despojos que comete el fuerte”. Los jueces, en vez de representar a la Justicia, “son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente”, en tanto que las Cámaras “no tienen otra voluntad que la del Dictador”.

Su llamado a los conciudadanos es a tomar las armas y derrocar a Díaz con su misma máxima: “que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y ésta será la última revolución”, reconviniendo ser “invencibles en la guerra, magnánimos en la victoria. Sufragio Efectivo. No-Reelección”. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


Porfirio Díaz no quiso atender al clamor del pueblo de México y para mediados de 1910 los grandes problemas nacionales -como les llamó Andrés Molina Enríquez- se fueron haciendo cada vez más álgidos y las demandas sociales más enérgicas. Menos admitió reconocerse en la radiografía que de su gobierno, persona y excesos realizó Madero en su obra “La sucesión presidencial”.

Madero fue contundente al denunciar que Díaz, a partir de que ocupó la silla presidencial, centralizó “la mayor suma de poderes”. Un ejemplo de ello era su política del “pan o palo” aplicada a los opositores: o se sometían ocupando puestos públicos o cargos de relevancia bien remunerados, o terminaban nulificados o exiliados mediante procedimientos de intimidación de “legalidad muy discutible”. Tal y como lo llamaba Francisco Bulnes: “el mínimum de terror y el máximum de benevolencia”, motivando que todo aquél que pudiera hacerle sombra o guiara al pueblo por otro sendero, terminara desaparecido, retirado de la política o bien engrosando patéticamente las “filas de los presupuestívoros”.

Esto explicaba, a juicio del coahuilense, que Díaz hubiera recibido sin distingo a liberales y conservadores, comprendido al clero, pero nunca a quienes abrazaban el principio por el que él mismo luchó: “la no reelección”. ¿Cómo es que había logrado reformar la Constitución para ser reelecto? Dejando por sucesor “a uno que le debiera todo y no tuviera grandes méritos”, como en el caso del general Manuel González. ¿Y el pueblo? Éste permanecía confiado “en la palabra de su caudillo”. La prensa independiente apenas se escuchaba y cuando un periodista pretendía quitarle su máscara, Díaz reaccionaba de manera encarnizada, aprovechándose de la confianza ciega del pueblo “para afirmarse más y más en el poder”, mientras “las riquezas que derramaba a manos llenas, aumentaban los intereses creados a su nombre”, fortaleciendo así su “poder absoluto”.

Un poder bajo el dominio de un solo hombre “sin más ley que su voluntad, sin más límites que los impuestos por su conciencia, su interés, o la resistencia que encuentre en sus gobernados”. De ahí que aunque hubiera aparentemente elecciones, aunque en las cámaras hubiera “representantes del pueblo”, aunque los estados conservaran su soberanía y los ayuntamientos su independencia, en la realidad sólo existía “el poder absoluto de un hombre”. Y si alguien quisiera pruebas de ello, Madero se las proporcionaba: México estaba gobernado por una dictadura militar; las cámaras actuaban con “servil conformidad” al aprobar las iniciativas del gobierno y era mínima la libertad de imprenta. Además, las personas de mayor confianza del presidente eran las que cometían los mayores abusos, mientras se sucedían hechos trágicos como las guerras de Tomóchic, del Yaqui y contra los mayas, o las huelgas de Puebla, Orizaba y Cananea ante la impasibilidad de Díaz, a quien sólo le podía conmover que peligrara su poder.

De ahí su pregunta: ¿convendría a México la continuidad “del actual régimen de poder absoluto, o bien la implantación de las prácticas democráticas?”. Madero sabe que prolongar el absolutismo sería funesto para la república, por lo que la única lucha posible era la de optar entre el absolutismo y la democracia. Pero hay un cuestionamiento más, estrechamente vinculado con lo planteado en la entrevista Díaz-Creelman: ¿estaría la sociedad mexicana preparada para la democracia? Su respuesta es enfática: sí. El pueblo de México estaba apto para la democracia. “¡Es necesario -clamará- salvar a la patria!” y a Díaz recordarle que él pertenecía más a la historia que al presente y que como sucesor sólo podría admitir “al más digno de todos: a la ley”.

Pero una vez más Díaz desoye. Con Madero en prisión, se celebran las elecciones. El autócrata “arrasa” en las votaciones: el 10 de julio de 1910 es declarado vencedor con una victoria del 98.93 por ciento de los votos, obteniendo así su octava reelección. Madero es entonces liberado y sale del país rumbo a San Antonio en Texas.

El 6 de noviembre, desde allí, Madero proclama el Plan de San Luis, fechado el 5 de octubre, el último día en que estuvo preso en la capital potosina. En él advierte que la Patria está sometida a una tiranía en la que “tanto el poder Legislativo como el Judicial están completamente supeditados al Ejecutivo; la división de los poderes, la soberanía de los Estados”, libertad municipal y derechos ciudadanos, escritos sólo en la Carta Magna. La justicia, en vez de proteger al débil, legaliza “los despojos que comete el fuerte”. Los jueces, en vez de representar a la Justicia, “son agentes del Ejecutivo, cuyos intereses sirven fielmente”, en tanto que las Cámaras “no tienen otra voluntad que la del Dictador”.

Su llamado a los conciudadanos es a tomar las armas y derrocar a Díaz con su misma máxima: “que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y ésta será la última revolución”, reconviniendo ser “invencibles en la guerra, magnánimos en la victoria. Sufragio Efectivo. No-Reelección”. (Continuará)

bettyzanolli@gmail.com

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