Por Juan Manuel Aguilar Antonio
Hace 20 años, a las 08:46 a.m., el vuelo 11 de American Airlines se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center (WTC), en Nueva York, causando una conmoción a nivel internacional. Dicho evento marcaría un antes y después en la historia de los Estados Unidos de América y del mundo. De la noche a la mañana, el terrorismo se volvería el tema central de la agenda de seguridad internacional y el gobierno de la potencia militar y económica más grande del mundo. La cual emprendería una cruzada en Medio Oriente para desmantelar a la organización fundamentalista islámica Al Qaeda y el autor intelectual de dicho atentado: Osama Bin Laden.
Para algunos, dicha campaña llegó a su fin el 1 de mayo de 2011, diez años después, con la ejecución de un operativo militar que culminó con la muerte de Osama Bin Laden. Sin embargo, la salida de tropas de Estados Unidos el pasado 31 de agosto de Afganistán, muestran aún las consecuencias de dicho evento para la geopolítica global. A dos décadas de distancia es necesaria una valoración de este suceso con sus implicaciones previas y posteriores a los atentados del 9/11, que muestran cómo cambio el mundo:
1. El mundo antes del 9/11 se encontró con el arribó de la década de los noventas y el desmantelamiento de la Unión Soviética. De la noche a la mañana, el actor que daba sentido a la lucha ideológica que sustentaba el conflicto de la Guerra Fría desapareció. Y la comunidad internacional se sumió en una reconfiguración de la geopolítica internacional marcada por el fin de la historia que citó Francis Fukuyama en su famosa obra de 1992.
Los debates en torno a la seguridad internacional se centraron en responder la siguiente pregunta: ¿tiene sentido la existencia de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en un mundo sin amenaza comunista y en el que el libre comercio y la democracia son la norma y la regla? Para la suerte de Washington DC dicho cuestionamiento se vio interrumpido por crisis internacionales que necesitaron del papel activo los Estados Unidos para fungir como el policía del mundo, tales como la Guerra del Golfo (1991) y la Guerra de Yugoslavia (1991-2001). Abonado a lo anterior, la influencia estadounidense se vio beneficiada por la expansión del libre de comercio, que incrementó su influencia económica en regiones como América Latina y Asía, que dieron bonanza comercial a la ahora única superpotencia global.
En el núcleo interno de los debates teóricos en torno a la seguridad nacional, las ideas de la “teoría de la disuasión” de G. F: Kennan y la “política de distensión” de Henry Kissinger se mostrarían caducas ante el nuevo contexto internacional. Pronto, frente a este vacío dos obras marcarían el futuro de la política exterior y de seguridad de EUA: The clash of civilizations and the remaking of world order de Samuel P. Huntington y Security: A New Framework for Analysis de Barry Buzan, Ole Wæver and Jaap de Wilde. La primera, a través de su visión en torno a los conflictos civilizatorios, serviría de parteaguas para mostrar los roces entre el mundo occidental, el Medio Oriente y la denominada sociedad sínica (liderada bajo la influencia de la cultura China en Asía). El segundo, a través del concepto de securitización abrirían paso a la delimitación de las amenazas no convencionales a la seguridad nacional, entre las que se incluyó a las pandemias, el crimen organizado, la inestabilidad política, las catástrofes naturales y por supuesto: el terrorismo. En los hechos, las influencias de ambas líneas de pensamiento servirían de sustento político e ideológico para la “Guerra contra el Terrorismo” que George Bush inició en 2001.
2. En el mundo posterior a los atentados, dos fuertes cambios acontecieron en Estados Unidos derivados de las acciones del Presidente Bush. El primero correspondió a la creación del Department of Homeland Security, encargado de proteger a la nación contra ataques terroristas, y el Comando Norte (Northcom), con la responsabilidad de defender el espacio aéreo, continental y marítimo de América del Norte, incluidos México y Canadá. En segunda instancia, la postura internacional del presidente Bush contra el terrorismo, materializada en su frase “quien no está con nosotros está contra nosotros” puso en tensión las relaciones de Estados Unidos con múltiples actores internacionales. A razón de la polémica votación de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad y la decisión unilateral de este país de invadir Irak y Afganistán en 2003, que significó una de las más fuertes crisis de legitimidad como guardián de la paz para la Organización de las Nacionales Unidas.
Bajo esta determinación, se implantaron tensiones al interior de la Unión Europea y varios de sus integrantes también de la OTAN. Dónde se enfrentaron naciones líderes del organismo europeísta, como Alemania y Francia, frente a países que apoyaron las intenciones de Bush, tales como Reino Unido y España. En el plano de los hechos, el apoyo de Tony Blair y José María Aznar tuvieron severas consecuencias para Europa que iniciaron con los atentados a Madrid, en 2004, y a Londres, en 2005, y la geolocalización de este continente como el principal receptor de atentados terroristas, que tuvieron su último ápice en el atentado de Paris (2015) y continúan hasta nuestros días.
Para el caso de los vínculos con América Latina, la peor de las partes de las acciones de Bush la resintió México y el gobierno de Vicente Fox. A razón de la postura antibélica del entonces Embajador de México en la ONU Adolfo Aguilar Zínser, presidente del Consejo de Seguridad, durante la invasión a Irak, que causó tensiones que llevaron a un enfriamiento total de la ambiciosa reforma migratoria del Canciller Jorge Castañeda y las simpatías existentes entre Fox y Bush que minaron cualquier iniciativa en la agenda bilateral México-Estados Unidos.
Para el entonces entorno de presidentes de izquierda de Latinoamérica, dónde personalidades como Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Lula Da Silva, Evo Morales y Rafael Correa, la actitud de Bush sirvió para posicionar un discurso regionalista que presentó a Estados Unidos con una nación imperialista, que promovió iniciativas multilateralistas que han debilitado fuertemente la influencia de organismos como la OEA en la zona y han transformado a China en el principal actor económico de la región.
Por último, para el Medio Oriente, la intervención en Irak y Afganistán, brindó una satisfacción inmediata ante la efectiva fácil entrada de las fuerzas armadas estadounidenses en ambos países. Sin embargo, en poco tiempo mostró la tarea titánica, por no decir imposible, de construir estados democráticos viables en el largo plazo, capaces de sobrevivir sin su presencia militar. Dicha inestabilidad se vio potencializada por el sabor agridulce del debilitamiento de Al Qaeda, que fue reemplazado por el poderío que tuvo en su momento Estado Islámico, beneficiado de la Guerra Civil Siria, que le sirvió para conquistar tres cuartas partes de Irak en 2015 en su momento de mayor poderío. Y que apenas el mes pasado, se asemeja del éxito de los muyahidines afganos para la reconquista de Kabul.
Lo anterior demuestra que las consecuencias del 9/11 se extienden hasta eventos recientes del día de hoy. Con eventos como la salida de EUA de Afganistán, definida por un fracaso por últimos actores y medios internacionales, para el gobierno de Joe Biden. En el mundo actual, una nueva geopolítica global se teje bajo la confrontación económica de China y Estados Unidos, la influencia política de actores como Rusia, Alemania y en menor medida actores como Brasil, Irán y Turquía. La amenaza terrorista no ha sido contenida, y lo anterior se verá probado en la inestabilidad política y las dudas de la consolidación de un Estado fuerte de Irak y Afganistán. ¿Tendrá aún consecuencias el 9/11 en los próximos 20 años? La duda y curiosidad nos inunda a todos los analistas de política internacional.