Una característica de los seres humanos es destacar en aquello que nos gusta o en lo que desarrollamos alguna habilidad. No necesariamente las dos circunstancias van unidas, por lo que conocemos de muchas historias acerca de personas destacadas que pasaron tiempo hasta encontrar su vocación o que se dedicaron a una actividad distinta y terminaron brillando en otro campo profesional.
Sin embargo, esa misma dedicación con la perseguimos distinguirnos en el trabajo, en el deporte o en alguna afición, parece debilitarse cuando se trata de actuar en nuestro papel de ciudadanos, uno de los espacios fundamentales si nuestro interés es contribuir a una sociedad mucho mejor.
Entiendo que nos hayamos acostumbrado en el pasado a un sistema en el que las decisiones se tomaban sin consultarle mucho a la gente, pero esa ya no es una excusa válida en este cambio de época que vivimos. Hemos dado pasos enormes en la manifestación de nuestra voluntad cívica, pero necesitamos hacer lo mismo en el nivel que podríamos considerar básico, pero que es el más relevante: nuestro hogar.
Malinterpretamos que las decisiones que se deben tomar para mejorar nuestra colonia dependen de las autoridades. Tienen una obligación, pero no son las únicas responsables y, por eso, muchos de los servicios públicos no tienen el nivel de funcionamiento que tanto demandamos. Pagar nuestros impuestos no es el requisito único para obligar, desde la aparente comodidad de nuestras redes sociales, a que algo se arregle en nuestra calle esté mejor. No olvidemos que la protesta, sin una propuesta, termina en una simple queja.
Si para destacar el talento no es suficiente, para ser buenos ciudadanos no basta solo con exhibir lo que no funciona. Nuestro deber civil también es colaborar para que aquello que nos afecta se resuelva y eso involucra participación y tiempo enfocado en encontrar una solución.
Nos equivocamos al pensar que, de la puerta hacia fuera, quien tiene que arreglar lo que está mal es otro, se autoridad, empresa privada o comunidad vecinal. Cada uno, cometamos el error de no acudir a las asambleas del condominio o de la calle, tenemos una responsabilidad y es momento de reconocerla.
Han pasado varios sexenios en los que la conclusión de las encuestas del INEGI es la misma: la ciudadanía pide, como prioridades en su vida cotidiana, que haya calles en buen estado, banquetas por las que se pueda caminar, agua potable y alumbrado público en óptimas condiciones. Eso no desestima la necesidad de seguridad o de empleo, pero lleva tiempo que no están en los primeros lugares de preocupación y, al menos en estos últimos seis años, los índices que mide el Instituto reflejan un descenso, no visto en una década, en la percepción de inseguridad y la cifra de ocupación más alta desde que se evalúa el empleo formal e informal en el país.
¿Qué nos toca entonces? Actuar con competencia. Ser esos ciudadanos igual de destacados que somos como trabajadores, deportistas y aficionados. No estaría mal que también sumáramos distinguirnos como responsables de crianza y como parejas que rechazan la violencia en cualquiera de sus formas. La sociedad que anhelamos comienza en nuestras familias y se extiende a todas esas personas que forman una red de apoyo que se desdobla en un tejido social fuerte.
Así como agradecemos que una persona se conduzca igual, y al mismo nivel, en cualquier lugar en el que se encuentre, nosotros debemos dar lo mismo a la comunidad a la que pertenecemos. Es una relación de beneficio mutuo, con enormes recompensas que, curiosamente, no exigen tanto como a veces pretextamos.
Ser competente es sinónimo de ser profesional. Nada nos da más tranquilidad que cuando interactuamos con una o uno. Sabemos que estamos en buenas manos y que tendremos una retribución justa por aquello que signifique el pago o la compensación por sus servicios. Cualquiera de nosotros puede distinguir a una persona que no es profesional o que no domina el área en la que se encuentra. Puede que este de acuerdo con ello por el costo o porque no hay una mejor opción, pero nunca quedaremos satisfechos. Es lo mismo como ciudadanos. Cuando nos preguntemos por qué no somos solidarios o participativos, miremos primero hacia nosotros y hacia nuestro hogar y hagamos la pregunta si somos tan competentes como le pedimos a los demás que lo sean. Ese es un buen comienzo para mejorar.