Los primeros meses de gobierno para la presidenta de la República serán cruciales. No sólo para ella sino también para la sociedad, anticipan los observadores, pues se verá obligada a enfrentar la disyuntiva tantas veces presente en la historia de los gobiernos de nuestro país: democracia o autoritarismo.
Al llegar a ese cruce de caminos, la primera mujer presidenta, a quien Andrés Manuel López Obrador le heredó el cargo y el “bastón de mando”, tendrá que decidir si impone su voluntad política a como dé lugar (como lo hizo su antecesor) o si, por el contrario, ha aprendido la reiterada lección de esa misma historia y está dispuesta a atender y entender otras voces.
No se dice nada nuevo al mencionar la presencia inocultable de genes autoritarios y represores en la naturaleza política de Morena, que han sido su marca distintiva durante los últimos seis años. En consecuencia, no es gratuito el temor fundado de que continúen las prácticas de intolerancia política. Más aún, las movilizaciones callejeras de oposición en contra de las políticas gubernamentales --empezando por la aprobación de la reforma judicial--, no sólo continuarán, sino que podrían extenderse por todo México a partir del 1 de octubre.
La prueba de fuego para saber si los genes autoritarios del gobierno morenista siguen vigentes, será la manera en que la presidenta Sheinbaum reaccione frente a las voces de la calle; la forma en que apliquen a la oposición los sistemas de inteligencia y contrainteligencia, y la clase de métodos que utilicen para que intervengan las fuerzas oficiales del orden.
La presidenta electa presume de democracia explicando lo que significa tan trillada palabrita: “Demos” (pueblo) y “Kratos” (poder), el poder del pueblo, pues. Y afirma que su gobierno será “democrático”, que gobernará para todos sin autoritarismos; que seguirá los pasos del líder de masas e ídolo de multitudes, quien afirma que “ahora sí hay una auténtica democracia”, y reitera que “el que manda en México es el pueblo”. Por cierto, ambos, Claudia y Andrés se refirieron a este delicado asunto precisamente en el “Día Mundial de la Democracia”. ¡Ni la burla perdonan! Apuntan sus detractores, quienes señalan que, si la próxima presidenta va a seguir los pasos de López, sus promesas de que su gobierno será democrático son “de dientes para afuera”. Se le olvida, insisten aquellos, que la democracia es útil y provechosa para la ciudadanía si existen organizaciones que representen el mosaico social en conjunto con su diversidad de ideologías, criterios, proyectos, posiciones y tendencias, y que las opciones político-electorales de derecha, izquierda y centro —con todos sus matices— son imprescindibles en un sistema democrático de partidos como el nuestro.
Por desgracia para la incipiente, frágil y quebradiza democracia mexicana, el partido de la derecha (PAN) y el de centro (PRI) perdieron la brújula, abandonaron su función primordial de oposición; sus más importantes cuadros militantes se declararon la guerra interna, y consecuentemente su futuro es negro.