/ miércoles 9 de octubre de 2024

¡Aguas con la IA!

Por Laura Coronado Contreras*

¿Una botella de agua a cambio de un correo electrónico de 100 palabras? Si quien lo solicita está en Texas, bastaría con una presentación de 250 mililitros, en cambio, si se encuentra en Washington, sería un envase de un litro y medio. ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar de nuestro medio ambiente en aras de utilizar mayor tecnología?

No es novedad que la demanda de teléfonos inteligentes, redes sociales o contenidos en streaming abonan significativamente a que el cambio climático siga siendo una realidad y, mas aún, un peligro latente. Por ello, empresas como Google o Microsoft están conscientes de su impacto y, buscan neutralizar las emisiones de gases de efecto invernadero, con la compra de créditos de carbono. De hecho, Meta anunció este año, una inversión de 16 millones de dólares con créditos para reforestar en América Latina.

¿Quién falta por responsabilizarse? Una investigación realizada recientemente por el periódico The Washington Post, en conjunto con la Universidad de California en Riverside, ha revelado las consecuencias ambientales por el uso de las funciones básicas del ChatGPT, la aplicación que ha popularizado el uso de la Inteligencia Artificial (IA) y, efectivamente, parece que esta nueva tecnología puede dañar mucho más a nuestros ecosistemas.

El estudio señala que cada petición pasa por un centro de datos que realiza miles de cálculos para la mejor respuesta. Dichos servidores están distribuidos en distintas regiones del mundo y, además de ocupar espacios importantes, necesitan sistemas de refrigeración encendidos todo el tiempo. Para tales efectos, se utiliza el agua para transportar el calor generado, o en su defecto, electricidad para mantener las instalaciones con aire acondicionado. Aquí, obviamente, la clave también reside en la ubicación de los centros, si se encuentran en zonas de escasos recursos hídricos, cálidas o próximas al usuario.

En los últimos años, hemos visto un interés desbordado por la IA y la competencia voraz de las grandes empresas por llegar al mercado. Ello ha dado lugar al surgimiento de cientos de aplicaciones para la generación de imágenes, videos, textos, conversaciones y un larguísimo etcétera. Sin embargo, el llamado “boom”, no sólo dio pie, como señala la consultora Startup Blink al lanzamiento de 6,900 empresas nuevas en los últimos tres años, sino que ya, entre 2018 y 2020, surgieron alrededor de 20,350 startups de IA, según el New York Times.

¿Dichas empresas están siendo conscientes sobre los recursos naturales comprometidos? ¿Nuevamente esperarán protestas para responsabilizarse? ¿Los legisladores a nivel mundial, regional y local empezarán a actuar o esperarán a que el daño se genere o sea irreparable? El poeta británico W. H. Auden, mencionaba que “miles de personas han sobrevivido sin amor, ninguna sin agua”.

¿Nosotros podremos vivir sin tecnología? Quizás, mejor aún, lo que podríamos hacer como ciudadanos digitales es exigir -a legisladores y empresas- que no sólo se rijan por las leyes del mercado o intereses políticos y que equilibremos la balanza para efectivamente, que nuestro entorno digital no nos deje sin planeta.

*Académica de la Universidad Anáhuac México / @soylaucoronado

Por Laura Coronado Contreras*

¿Una botella de agua a cambio de un correo electrónico de 100 palabras? Si quien lo solicita está en Texas, bastaría con una presentación de 250 mililitros, en cambio, si se encuentra en Washington, sería un envase de un litro y medio. ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar de nuestro medio ambiente en aras de utilizar mayor tecnología?

No es novedad que la demanda de teléfonos inteligentes, redes sociales o contenidos en streaming abonan significativamente a que el cambio climático siga siendo una realidad y, mas aún, un peligro latente. Por ello, empresas como Google o Microsoft están conscientes de su impacto y, buscan neutralizar las emisiones de gases de efecto invernadero, con la compra de créditos de carbono. De hecho, Meta anunció este año, una inversión de 16 millones de dólares con créditos para reforestar en América Latina.

¿Quién falta por responsabilizarse? Una investigación realizada recientemente por el periódico The Washington Post, en conjunto con la Universidad de California en Riverside, ha revelado las consecuencias ambientales por el uso de las funciones básicas del ChatGPT, la aplicación que ha popularizado el uso de la Inteligencia Artificial (IA) y, efectivamente, parece que esta nueva tecnología puede dañar mucho más a nuestros ecosistemas.

El estudio señala que cada petición pasa por un centro de datos que realiza miles de cálculos para la mejor respuesta. Dichos servidores están distribuidos en distintas regiones del mundo y, además de ocupar espacios importantes, necesitan sistemas de refrigeración encendidos todo el tiempo. Para tales efectos, se utiliza el agua para transportar el calor generado, o en su defecto, electricidad para mantener las instalaciones con aire acondicionado. Aquí, obviamente, la clave también reside en la ubicación de los centros, si se encuentran en zonas de escasos recursos hídricos, cálidas o próximas al usuario.

En los últimos años, hemos visto un interés desbordado por la IA y la competencia voraz de las grandes empresas por llegar al mercado. Ello ha dado lugar al surgimiento de cientos de aplicaciones para la generación de imágenes, videos, textos, conversaciones y un larguísimo etcétera. Sin embargo, el llamado “boom”, no sólo dio pie, como señala la consultora Startup Blink al lanzamiento de 6,900 empresas nuevas en los últimos tres años, sino que ya, entre 2018 y 2020, surgieron alrededor de 20,350 startups de IA, según el New York Times.

¿Dichas empresas están siendo conscientes sobre los recursos naturales comprometidos? ¿Nuevamente esperarán protestas para responsabilizarse? ¿Los legisladores a nivel mundial, regional y local empezarán a actuar o esperarán a que el daño se genere o sea irreparable? El poeta británico W. H. Auden, mencionaba que “miles de personas han sobrevivido sin amor, ninguna sin agua”.

¿Nosotros podremos vivir sin tecnología? Quizás, mejor aún, lo que podríamos hacer como ciudadanos digitales es exigir -a legisladores y empresas- que no sólo se rijan por las leyes del mercado o intereses políticos y que equilibremos la balanza para efectivamente, que nuestro entorno digital no nos deje sin planeta.

*Académica de la Universidad Anáhuac México / @soylaucoronado