Con 197 plantas en operación y presencia en 33 países, Grupo Bimbo es la panificadora más grande del mundo. Más allá de que se pueda contar con opiniones divergentes y sentimientos encontrados respecto a algunos aspectos de la empresa -sus coqueteos con cierto conservadurismo reaccionario, la carencia de un rol más activo frente a problemas de salud pública como la obesidad y la desnutrición-, lo cierto es que la empresa es un caso de éxito fuera de serie que merece ser aplaudido en tiempos de incertidumbre, por lo que me uno a las celebraciones realizadas durante este mes con motivo de sus 75 años de existencia.
Lo hago a través del rescate de una reflexión que sus fundadores, Lorenzo y Roberto Servitje, compartieron conmigo durante una entrevista realizada hace ya más de una década para mi libro Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Cuando una empresa de consumo analizaba la viabilidad de expandir sus redes de distribución de bienes y servicios a zonas consideradas de difícil acceso, contaban los Servitje -a veces en broma, a veces en serio-, bastaba con verificar si la población se encontraba en la ruta de los camiones repartidores de Bimbo. Si existía alguna manera de llegar, Bimbo ya lo habría hecho, incluso antes que algunos servicios básicos como agua o telefonía. A Roberto y Lorenzo les gustaba aderezar esta aseveración con un dato que ilustraba la penetración de la imagen de su empresa en las mentes y los corazones de los mexicanos: a los camiones de su compañía, a diferencia de otros repartidores de la competencia, casi nunca los asaltaban en zonas consideradas como peligrosas o de altos niveles delictivos.
El motivo, esbozaban los Servitje, obedecía al respeto y cariño que el mexicano común y corriente sentía por la marca. Del cinturón de miseria que rodeaba a urbes como Guadalajara y Monterrey a las desprotegidas comunidades rurales que se encuentran en las partes más atrasadas del sur de la República Mexicana, pasando por las colonias más peligrosas de la Ciudad de México, el fenómeno era impresionante: si existía una tienda o miscelánea, por pequeña que ésta fuera, siempre se podía contar con que habría productos Bimbo. Se sabía, además, que esos productos serían repartidos por un camión moderno y limpio, que siempre estarían frescos y exhibirían una alta calidad, a la vez que serían entregados por repartidores ataviados en uniformes blancos e impecables, quienes además se manejarían con cortesía y elegancia ante sus clientes y la comunidad en general.
A lo largo de sus 75 años de existencia, Grupo Bimbo ha operado como algo más que una compañía exitosa: se ha convertido en un referente de orden en el caos mexicano. Más que una compañía, es una idea asociada con valores como honestidad e integridad. Quizá algunas cosas hayan cambiado en años recientes -el crimen ya no respeta absolutamente nada y más de un repartidor de Bimbo ha sido captado en redes sociales en situaciones vergonzosas o comprometedoras-, pero lo cierto es que si se preguntara a los mexicanos cómo imaginarían a Bimbo si fuera un color, la gran mayoría respondería “blanco”. ¿Cuántas empresas pueden presumir un logro así?
@mauroforever
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