/ jueves 11 de marzo de 2021

Alta Empresa | Género y pandemia

Otro 8 de marzo, otro Día Internacional de la Mujer. Lejos de encontrar evidencia que sustente una actitud optimista que permita relajar la guardia en materia de equidad de género, este año el futuro luce aún más desafiante. Además de exponer fallas en los sistemas económicos y sociales, la crisis producida por la COVID-19 se ha erigido como una amenaza que podría obliterar los avances obtenidos hasta ahora.

La pandemia ha provocado un mayor desempleo, niveles sin precedentes de violencia doméstica y un incremento en la deserción escolar. Si bien las mujeres conforman el 39 por ciento de la fuerza laboral, hoy representan alrededor del 60 por ciento de la pérdida mundial de empleos. De acuerdo con el informe COVID-19 and gender equality: Countering the regressive effects (McKinsey &Co 2020), las tasas de pérdida de empleo de mujeres a escala mundial como resultado de COVID-19 son aproximadamente 1.8 veces más altas que las tasas de pérdida de empleo de hombres. Se estima que 510 millones de mujeres en todo el planeta trabajan en los sectores más afectados por la pandemia, incluidos el comercio minorista, la hostelería, el servicio de alimentos y la confección.

Según el reporte Women health workers: Working relentlessly in hospitals and at home, elaborado por la International Labour Organization (ILO), la concentración de las mujeres en trabajos informales las expone a una protección social mínima. La vulnerabilidad femenina en el terreno laboral es apabullante: además de perder oportunidades de trabajo y soportar una reducción de su independencia financiera debido al cierre de escuelas y el aumento de responsabilidades domésticas no remuneradas, sufren un mayor riesgo de exposición a enfermedades como resultado del papel que desempeñan como cuidadores de la salud. Al constituir más del 70 por ciento de los trabajadores del sector de la salud, las mujeres aumentan su exposición al contagio e incrementan los impactos en su bienestar mental.

Uno de aspectos más lamentables es el costo que esto puede tener para las nuevas generaciones. El cierre de las escuelas, por ejemplo, eleva el riesgo de que las niñas nunca regresen y cancelen su aprendizaje y oportunidades futuras. La pandemia también aumenta la prevalencia del matrimonio infantil y el embarazo adolescente. En el frente ejecutivo, la virtual eliminación de los esquemas tradicionales de cuidado infantil ha repercutido en que las mujeres ejecutivas asuman una carga de estrés doméstico que torna casi imposible un desempeño óptimo de sus habilidades. Las mujeres cuentan mundialmente con apenas el 17 por ciento de presencia en puestos de la junta directiva, 5 por ciento de las presidencias directivas, menos de 4 por ciento de los puestos de CEO y solo el 12.7 por ciento de los puestos de CFO.

Las mujeres ya no sólo deben de luchar por romper los “techos de cristal” tradicionales, sino que deben sobreponerse a un nuevo suelo pegajoso que les impide avanzar profesionalmente. Más allá de movilizaciones y protestas, no hay inclusión posible sin la participación cotidiana de las empresas. El compromiso total del sector privado con la igualdad de género es más urgente que nunca. No hay otra opción.

Otro 8 de marzo, otro Día Internacional de la Mujer. Lejos de encontrar evidencia que sustente una actitud optimista que permita relajar la guardia en materia de equidad de género, este año el futuro luce aún más desafiante. Además de exponer fallas en los sistemas económicos y sociales, la crisis producida por la COVID-19 se ha erigido como una amenaza que podría obliterar los avances obtenidos hasta ahora.

La pandemia ha provocado un mayor desempleo, niveles sin precedentes de violencia doméstica y un incremento en la deserción escolar. Si bien las mujeres conforman el 39 por ciento de la fuerza laboral, hoy representan alrededor del 60 por ciento de la pérdida mundial de empleos. De acuerdo con el informe COVID-19 and gender equality: Countering the regressive effects (McKinsey &Co 2020), las tasas de pérdida de empleo de mujeres a escala mundial como resultado de COVID-19 son aproximadamente 1.8 veces más altas que las tasas de pérdida de empleo de hombres. Se estima que 510 millones de mujeres en todo el planeta trabajan en los sectores más afectados por la pandemia, incluidos el comercio minorista, la hostelería, el servicio de alimentos y la confección.

Según el reporte Women health workers: Working relentlessly in hospitals and at home, elaborado por la International Labour Organization (ILO), la concentración de las mujeres en trabajos informales las expone a una protección social mínima. La vulnerabilidad femenina en el terreno laboral es apabullante: además de perder oportunidades de trabajo y soportar una reducción de su independencia financiera debido al cierre de escuelas y el aumento de responsabilidades domésticas no remuneradas, sufren un mayor riesgo de exposición a enfermedades como resultado del papel que desempeñan como cuidadores de la salud. Al constituir más del 70 por ciento de los trabajadores del sector de la salud, las mujeres aumentan su exposición al contagio e incrementan los impactos en su bienestar mental.

Uno de aspectos más lamentables es el costo que esto puede tener para las nuevas generaciones. El cierre de las escuelas, por ejemplo, eleva el riesgo de que las niñas nunca regresen y cancelen su aprendizaje y oportunidades futuras. La pandemia también aumenta la prevalencia del matrimonio infantil y el embarazo adolescente. En el frente ejecutivo, la virtual eliminación de los esquemas tradicionales de cuidado infantil ha repercutido en que las mujeres ejecutivas asuman una carga de estrés doméstico que torna casi imposible un desempeño óptimo de sus habilidades. Las mujeres cuentan mundialmente con apenas el 17 por ciento de presencia en puestos de la junta directiva, 5 por ciento de las presidencias directivas, menos de 4 por ciento de los puestos de CEO y solo el 12.7 por ciento de los puestos de CFO.

Las mujeres ya no sólo deben de luchar por romper los “techos de cristal” tradicionales, sino que deben sobreponerse a un nuevo suelo pegajoso que les impide avanzar profesionalmente. Más allá de movilizaciones y protestas, no hay inclusión posible sin la participación cotidiana de las empresas. El compromiso total del sector privado con la igualdad de género es más urgente que nunca. No hay otra opción.