/ jueves 28 de enero de 2021

Alta Empresa | La vida sigue, pero… (Segunda parte)

Kamasi Washington en El Plaza Condesa, Siete Catorce en Yu Yu y Billy Joel en el Foro Sol. Esas fueron las últimas presentaciones en vivo a las que asistí. Tres recintos de distintos tamaños: el primero un auditorio con un cupo de alrededor de 2,000 personas, el segundo un bar de nicho con entrada reducida y el tercero un escenario para conciertos masivos capaces de convocar a más de 100,000 espectadores. Los tres, recuerdo, lucían llenos y felices durante el primer trimestre de 2020. Hoy, a causa del confinamiento derivado de la COVID-19, continúan cerrados.

Ningún sector ha sufrido más a causa de la pandemia que el de las presentaciones y conciertos. De acuerdo con el reporte anual de la revista especializada Pollstar, la industria global de eventos en vivo perdió más de 30,000 millones de dólares en 2020. Casi un tercio de las pérdidas correspondió a entradas no vendidas, mientras que el monto restante incluyó patrocinios, merchandising, transporte, restaurantes, hoteles y otras actividades relacionadas con la industria. El futuro luce ominoso. Incluso si la vacunación se ejecuta con éxito, cuesta trabajo imaginar que la reapertura sea probable en los próximos meses. La respuesta frente a la debacle ha sido dispersa. Convencidos de que la COVID-19 es un paréntesis, y no un fenómeno que ha trastocado categóricamente la viabilidad económica de diversos sectores, el grueso de los organizadores de eventos ha optado por la “postergación” indefinida. Lejos de asumir la cancelación de los espectáculos, estas compañías han decidido desplegar un optimismo delirante (o un cinismo desaforado, da igual) y posponer una y otra vez los shows con boletaje agotado que no pudieron realizarse el año pasado. ¿Es posible, por ejemplo, que Bauhaus pueda presentarse este año en el Frontón México al tope de capacidad? Desde luego que no, y, sin embargo, el grupo liderado por Peter Murphy aún aparece agendado para abril en el calendario del Frontón México y en las redes sociales del organizador Noiselab. La misma dinámica aplica para otros recintos. ¿Alguien en verdad piensa que llevar a cabo un concierto a reventar en el Auditorio Nacional es aún posible en el mediano plazo? Nadie, pero los organizadores prefieren fingir demencia a devolver definitivamente el dinero.

No todos son así. Los artistas y promotores más dinámicos han optado por organizar streamings a través de plataformas como DICE, las cuales han experimentado un crecimiento que se antojaba imposible antes de la pandemia. Otros han impulsado autoforos donde se pueden contemplar espectáculos de manera segura desde la dudosa comodidad del coche (aunque con resultados monetarios sorprendentemente alentadores). Los más vanguardistas han apostado por ambientes virtuales donde el asistente puede interactuar en directo con el avatar del artista (Wave), o por innovar espacios físicos con plataformas independientes montadas frente al escenario. Ninguna de estas alternativas sustituye a la experiencia ceremonial de un concierto prepandémico, pero sin duda son preferibles a encogerse de hombros e intentar jinetear el dinero hasta que las cosas regresen a la normalidad. No lo harán, por lo menos no en 2021. @mauroforever

Kamasi Washington en El Plaza Condesa, Siete Catorce en Yu Yu y Billy Joel en el Foro Sol. Esas fueron las últimas presentaciones en vivo a las que asistí. Tres recintos de distintos tamaños: el primero un auditorio con un cupo de alrededor de 2,000 personas, el segundo un bar de nicho con entrada reducida y el tercero un escenario para conciertos masivos capaces de convocar a más de 100,000 espectadores. Los tres, recuerdo, lucían llenos y felices durante el primer trimestre de 2020. Hoy, a causa del confinamiento derivado de la COVID-19, continúan cerrados.

Ningún sector ha sufrido más a causa de la pandemia que el de las presentaciones y conciertos. De acuerdo con el reporte anual de la revista especializada Pollstar, la industria global de eventos en vivo perdió más de 30,000 millones de dólares en 2020. Casi un tercio de las pérdidas correspondió a entradas no vendidas, mientras que el monto restante incluyó patrocinios, merchandising, transporte, restaurantes, hoteles y otras actividades relacionadas con la industria. El futuro luce ominoso. Incluso si la vacunación se ejecuta con éxito, cuesta trabajo imaginar que la reapertura sea probable en los próximos meses. La respuesta frente a la debacle ha sido dispersa. Convencidos de que la COVID-19 es un paréntesis, y no un fenómeno que ha trastocado categóricamente la viabilidad económica de diversos sectores, el grueso de los organizadores de eventos ha optado por la “postergación” indefinida. Lejos de asumir la cancelación de los espectáculos, estas compañías han decidido desplegar un optimismo delirante (o un cinismo desaforado, da igual) y posponer una y otra vez los shows con boletaje agotado que no pudieron realizarse el año pasado. ¿Es posible, por ejemplo, que Bauhaus pueda presentarse este año en el Frontón México al tope de capacidad? Desde luego que no, y, sin embargo, el grupo liderado por Peter Murphy aún aparece agendado para abril en el calendario del Frontón México y en las redes sociales del organizador Noiselab. La misma dinámica aplica para otros recintos. ¿Alguien en verdad piensa que llevar a cabo un concierto a reventar en el Auditorio Nacional es aún posible en el mediano plazo? Nadie, pero los organizadores prefieren fingir demencia a devolver definitivamente el dinero.

No todos son así. Los artistas y promotores más dinámicos han optado por organizar streamings a través de plataformas como DICE, las cuales han experimentado un crecimiento que se antojaba imposible antes de la pandemia. Otros han impulsado autoforos donde se pueden contemplar espectáculos de manera segura desde la dudosa comodidad del coche (aunque con resultados monetarios sorprendentemente alentadores). Los más vanguardistas han apostado por ambientes virtuales donde el asistente puede interactuar en directo con el avatar del artista (Wave), o por innovar espacios físicos con plataformas independientes montadas frente al escenario. Ninguna de estas alternativas sustituye a la experiencia ceremonial de un concierto prepandémico, pero sin duda son preferibles a encogerse de hombros e intentar jinetear el dinero hasta que las cosas regresen a la normalidad. No lo harán, por lo menos no en 2021. @mauroforever