Por Guillermo J. García Sánchez
Imagínese un pueblo donde hay dos fincas. La suya, que tiene una huerta donde siembra naranjas. La de su vecino, donde siembra frutas, pero además tiene un manantial natural de agua que le vende muy barata a cambio de naranjas.
Hace varias generaciones sus familiares tuvieron un par de pleitos con los vecinos porque solían cosechar juntos las naranjas y consideraban que abusaban. Así que cuando su vecino le invitó a firmar un acuerdo para regular el comercio entre ustedes, en lugar de pensar en el agua que le vende su vecino hoy, usted se preocupó más porque el contrato dijera que las naranjas son suyas, y sólo suyas, y que nadie se las puede quitar.
Su vecino no se quejó pues no le estaba diciendo nada que no supiera, y el sabe que, sin el agua, da igual de quién son las naranjas. Al final usted depende más de su agua que él de sus naranjas. Un día llega una sequía fuerte y su vecino decide dejar de mandarle el agua porque la necesita para su huerta. Usted empieza a quedarse sin agua porque no la almacenó ni tenía una fuente alternativa, por lo que no le quedó de otra que ir a buscar pipas muy caras en otro lado.
Esto, mi querido lector, es una versión simplificada de lo que pasó con los apagones a mediados de febrero en Texas y el Norte de México. En México el 60% de la producción eléctrica depende del gas natural, y cerca del 70% de ese gas viene de los Estados Unidos. Cuando México y Estados Unidos renegociaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora llamado T-MEC, tuvieron la oportunidad de firmar un capítulo que asegurara el acceso no discriminatorio a infraestructura energética, que estableciera mecanismos transparentes y equitativos que evitaran medidas que afectaran contratos existentes de suministro. El presidente López Obrador y su equipo de negociación prefirió no firmar ese capítulo.
La entrante administración de la 4T, pese a conocer la dependencia que tenemos del gas natural del vecino, decidió preocuparse más por que quedara claro en el T-MEC que los hidrocarburos son propiedad de la nación, y sólo de la nación, y negoció un capítulo que literalmente lleva ese reconocimiento en su título. Nada que Canadá y Estados Unidos no superan o que el derecho internacional no hubiera ya reconocido. Lo que agrava aún más la realidad de nuestra dependencia del gas natural tejano es el hecho de que la solución a largo plazo es diversificar las fuentes de energía, extraer nuestro gas natural implementando la fracturación hidráulica en depósitos parecidos a los de Tejas, y continuar con la instalación de paneles solares y la construcción de parques eólicos. Soluciones que se ven lejanas desde que la Secretaría de Energía canceló las licitaciones para atraer inversión en zonas ricas en gas natural, como la faja de Burgos en la frontera con Tejas. Y aún más lejana ahora que se aprobó la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica.
La nueva ley discrimina a los inversionistas privados que generan energía renovable, primordialmente extranjeros, a favor de las plantas de CFE que dependen del gas y de combustóleo. De haber continuado con sus planes de inversión, estas fuentes alternativas de energía hubieran ayudado a México a depender menos del gas extranjero, aportar a la lucha contra el cambio climático, reducir precios al consumidor, e incluso potencialmente ayudarían a exportar energía eléctrica a Estados Unidos. En cambio, seguimos sin buscar opciones alternativas. Ello nos deja más expuestos a apagones binacionales y además vamos a generar energía eléctrica más cara y sucia, y a destruir la confianza de los inversionistas extranjeros en el sector energético.
Pero eso sí, ya nos reconocieron que las naranjas son nuestras y sólo nuestras, no importa que cada vez haya menos mercado para venderlas y estemos más expuestos a las sequías.
Asociado COMEXI
@GJGarciaTAMU