/ miércoles 19 de junio de 2024

Aprender en el museo

A Alessandro

El Museo del Prado de Madrid expone Arte y Transformaciones Sociales durante el periodo de 1885 a 1910. Me resistía a entrar; dudé que me gustara. Quería ver libremente pinturas que no conocía, que me intrigaran o que, de plano, me fueran indiferentes independientemente del halo de fama que las rodea.

Pero elegí ir a la exposición. Es innegable que el arte está influenciado por su contexto. Saber cómo evolucionan las técnicas pictóricas o escultóricas en función de los acontecimientos históricos es didáctico. Pero también creo que ligar el arte con alguna “transformación social” es arriesgado. Puede ser que al admirar un cuadro o una escultura nos programemos para ver más el contexto y los alrededores, cuando lo bello de las diversas expresiones estéticas es su composición propia. Esto las hace rebasar tiempo y lugar. Por eso son obras de arte.

Encontré cuadros hermosos como “La Vuelta de la Pesca” de Joaquín Sorolla que hace sentir el movimiento mediante una barca de velas tirada hacia fuera del mar por unos bueyes. Está también el cuadro de “Trabajo, Descanso y Familia” de Enrique Martínez Cubells que utiliza un tríptico para transmitir lo apacible que pudo haber sido la campiña española en esos tiempos.

Pero mi gusto empezó a decaer cuando leía las interpretaciones de las obras. Según lo relatado por los curadores de la exposición, el espectador no sólo podía apreciar el color, las formas, técnicas y expresividad del cuadro, sino también reconocer en las pinturas la “dureza” de los trabajos en el mar, la crueldad hacia los animales y las “reivindicaciones proletarias elementales”. Ante esto tuve otras dudas.

Primero, ¿será que los pintores y artistas quisieron representar deliberadamente las injusticias sociales en sus obras? El sitio electrónico de la exposición sostiene que estos cuadros nos acercan al llamado “arte social”. Según el Prado, bajo está óptica los “artistas dejaron de tratar asuntos históricos para abordar la vida del momento, de modo que sus obras se convirtieron en testimonios elocuentes de aquellos cambios.” Se buscó, dicen, “una objetividad en la representación, adoptando un estilo naturalista”. Es decir, los artistas trataron de describir la realidad. No parece entonces que ellos mismos le atribuyeran finalidades extraartísticas a sus cuadros.

Otra duda fue: ¿cuál era el propósito de la exposición? Todo museo tiene un propósito didáctico, de goce y entretenimiento. Pero no es claro ni explícito que aquí se quisiera mostrar cómo los movimientos sociales influenciaron ciertas técnicas pictóricas, sino que se antepone una visión histórica-política.

En la sección de educación, por ejemplo, se aprecia el cuadro “A la amiga” de Julio Romero de Torres que retrata a una mujer de pie cargando a un menor mientas abajo aparece otra niña cabizbaja. La pintura está ambientada en Andalucía y expresa, a mi ver, cobijo; no obstante en el cartel que la describe dice que los “tonos cetrinos y tendientes a la monocromía […] fueron elegidos para subrayar el contexto de pobreza…”

Tenemos entonces dos miradas e interpretaciones sobre una misma obra. Una más cercana a la reivindicación social y la otra comprometida con la libertad de mirar y de transmitir los sentimientos “sin obstáculos”, como dijera la escritora Virginia Woolf. La exhibición de El Prado vale mucho la pena por sus obras. Se aprende cuando uno puede mirar libremente y no ceñirse a un solo significado político. Ver en libertad.