Este domingo, 35.4 millones de votantes están habilitados para elegir al próximo presidente de la Argentina en la contienda más decisiva desde el retorno a la democracia hace cuarenta años. Las encuestas muestran que el ultraliberal Javier Milei supera por escaso margen al candidato oficialista Sergio Massa de cara a la segunda vuelta. En el último debate, Milei tuvo un débil desempeño por la falta de claridad de su oferta programática y la retractación de promesas de campaña.
Milei es un estrambótico y estrafalario candidato que antes fue comentarista económico en programas televisivos y ocupó algunos cargos públicos en áreas relacionadas con las finanzas. Su incendiario discurso político está dirigido contra la “casta política chorra” (ladrona) encabezada por el actual mandatario Alberto Fernández y la vicepresidenta y líder moral del peronismo, Cristina Fernández. Sorpresivamente, Milei superó a los aspirantes de partidos tradicionales en las primarias de agosto y se perfilaba para ganar la primera vuelta de la elección presidencial.
Hace un año, Massa fue designado ministro de Economía con la difícil tarea de contener la sangría de la devaluación, el desempleo y la hiperinflación que alcanza el 142%, un auténtico dolor de cabeza para millones de personas. Lo insólito es que en medio de esas circunstancias, Massa -un experimentado político de la casta- tuvo el arrojo de buscar la confianza ciudadana para llegar a la Casa Rosada. Desde el tercer lugar que lo ubicaban los sondeos se alzó con la victoria en la primera vuelta efectuada el 22 de octubre.
La oferta electoral del ultraliberal, alguien de quien yo misma tengo dudas de su salud mental, ha supuesto un terremoto en la política argentina: cerrar el Banco Central al que culpa de la hiperinflación por imprimir billetes sin control, dolarizar la economía, acabar con la sanidad pública y la gratuidad en la educación superior, eliminar los subsidios y programas sociales en un país en el que 40% de la población vive en situación de pobreza; en política exterior se propone suspender relaciones con los “regímenes comunistas” de China y Brasil. En campaña ha pasado de lo jocoso a la insolencia al afirmar que el Papa Francisco, de nacionalidad argentina, es el “representante del maligno en la tierra”.
En cualquier caso, Milei es la versión sudamericana en la era de los populismos, parecida a aquellos que ofrecen soluciones falsas y milagrosas a problemas complejos y reales. El ascenso de la extrema derecha y sus emisarios que ponen en entredicho las reglas del juego democrático y las razones del Estado benefactor, han calado profundo en los sentimientos y el ánimo de miles de votantes. El avance ultra observado en Estados Unidos y Brasil en el pasado se revirtió con el triunfo de líderes moderados.
En Argentina existe un comprensible hartazgo ante la ruina económica causada por la deuda de 44 mil millones de dólares que el FMI prestó al gobierno derechista de Mauricio Macri en 2015, pero también ante la incertidumbre de que triunfe un personaje que no ofrece certezas sino fundados temores en amplios sectores, que solo tuvo la habilidad de galvanizar el hastío ciudadano, particularmente de los jóvenes.
Como ha ocurrido en otros países de la región, confiamos que la valiente sociedad argentina podrá frenar el ascenso de los ultras y proteger su democracia.
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@ClauCorichi