Por: Juan Amael Vizuet
Cuando nació el Canal 22, casi nadie podía sintonizarlo. Era el 23 de junio de 1993. La nueva emisora cultural empezó sus transmisiones en UHF, una banda que muy pocos receptores ofrecían. Esa misma condición marginal le salvó de la privatización salinista, que sentenció a muerte al Instituto Mexicano de la Televisión. Con motivo del XXV aniversario del 22 es inexcusable preguntarse cuál será su porvenir.
La televisión educativa y cultural siempre ha padecido carencias en México: XEIPN, el Canal 11 salió al aire el 2 de marzo de 1959 con un transmisor de cinco kw, un telecine y una unidad móvil operable con las mismas cámaras usadas en el estudio de la emisora. Para 1968, la televisora politécnica apenas había sumado quince kw a su potencia original. En 1976 recibió su equipo para transmisiones a color.
El surgimiento de la televisión educativa y cultural en los Estados Unidos no resultó menos difícil. Fue sobre todo un esfuerzo de las comunidades civiles, sin grandes apoyos gubernamentales. Los precursores recurrieron a subastas, donaciones artísticas y acuerdos con fundaciones altruistas. Se reconoce a la KHUT, de la Universidad de Huston, Texas, como la primera televisora educativa de la unión.
Hacia 1970 había en los EUA casi doscientas televisoras educativas y culturales. En México, solamente existía el canal del IPN, cuyas transmisiones de idiomas, matemáticas y cine de arte, apenas escapaban del Casco de Santo Tomás. Los hechos eran contundentes: en México no se le daba importancia a la televisión cultural. Incluso así, durante décadas la televisora politécnica ha ejercido una labor inapreciable.
El incipiente Canal 22, a diferencia de las redes nacionales siete y trece que sumaban 168 emisoras, no resultaba apetecible para la ola de privatizaciones. Por ello se aceptó la petición de un grupo de intelectuales para excluir a la televisora de la subasta inminente. La trayectoria posterior del canal ha sido por momentos muy accidentada.
En 2015, Carmen García Bermejo denunció que el director del Canal 22 ganaba 210 mil pesos más apoyo para telefonía celular, vehículo y alimentación; en contraste, se despidió a 22 trabajadores del área de Noticias, por recortes en el presupuesto. La misma periodista informaba que el canal carecía de patrimonio y tenía que pagar 500 mil pesos mensuales por la renta de instalaciones.
Fue por aquel entonces cuando surgió la sugerencia de cerrar para siempre la menesterosa emisora cultural. Para esos momentos, desde luego, una privatización parecía un mejor negocio que en 1993.
Pero México no necesita privatizar el Canal 22; lo que requiere con urgencia es el fortalecimiento de su televisión educativa y cultural. Ya hemos perdido demasiados años y eso, en parte, explica nuestra inmersión en la barbarie.