/ domingo 17 de noviembre de 2024

Beber alcohol en la calle

El consumo de alcohol tiene muchos mitos que complican beber con responsabilidad y así evitar muchos de los problemas cívicos que se relacionan con la seguridad y la adecuada convivencia que nos merecemos.

No se trata de prohibir (hemos visto que eso no funciona), sino de crear una conciencia acerca de todo lo que podría mejorarse socialmente si reducimos o evitamos la ingesta excesiva de alcohol.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) de este año del INEGI, seis de cada diez mexicanos identificaron el consumo de alcohol en vía pública como la primera conducta antisocial que atestiguan en su lugar de residencia. A lo largo de los años esta proporción no ha variado mucho e incluso ha aumentado durante ciertos periodos. Casi la mitad de las mismas personas encuestadas (49.3%) manifestaron que el consumo de drogas en vía pública es la segunda conducta delictiva que observan en las calles. La tercera son los robos o asaltos a transeúnte.

Existe una relación directa entre armas, alcohol, drogas y delitos. Es una combinación que explica rápidamente la mayoría de los homicidios dolosos por riñas, venganzas personales y motivos pasionales; además de los culposos que ocurren por accidentes, entre otras causas. En ambos casos, es importante especificar que no está involucrado el crimen organizado, pero sí muchos ciudadanos que se considerarían “pacíficos” en otras circunstancias.

Varios estudios científicos han llegado a la conclusión que el abuso del alcohol hace que una persona pierda todos los controles internos que le impiden cometer un acto de violencia. Es decir, sobrios somos capaces de regularnos porque estamos conscientes de las consecuencias generales de nuestros actos; pero con demasiado licor en la sangre esos límites desaparecen. Por lo general, es hasta que ha sucedido la tragedia y el presunto responsable logra recuperar el sentido, que se da cuenta de lo que ha hecho, aunque ya sea demasiado tarde.

Con el abuso en el consumo del alcohol, viene la posesión de armas de fuego que deriva en agresiones que concluyen en tragedias. No me refiero a las que ocurren en contra de personas que están divirtiéndose en establecimientos comerciales; esos son homicidios premeditados. Escribo acerca de aquellos que surgen al calor de las copas y terminan en trifulcas sin sentido con víctimas fatales, porque quien tiene un arma de fuego la descarga en contra de un ofensor. Ninguna razón explica un comportamiento así, a pesar de que sí refleja problemas sociales serios en los que la autoridad tiene poco que ver y la sociedad mucho que arreglar.

Quien sobrepasa los límites del alcohol (no hay nada como personas que “aguantan” más por naturaleza; es un conjunto de factores físicos y psicológicos involucrados en cada ocasión) no se vuelve agresivo instantáneamente; solo que los principios que regulan su comportamiento desaparecen y en su lugar surgen conflictos internos no resueltos que prevalecen. Hoy hace poca diferencia el género, la formación académica y en algunos segmentos sociales, la edad. Es la educación que recibimos acerca del alcohol y la gran falta de información confiable que tenemos al respecto lo que vincula de la peor manera beber y conducir, beber y convivir mal con otros, beber y agredir a alguien más.

El mensaje que percibe el ciudadano promedio cuando ve que en su calle hay otras personas bebiendo es de inseguridad; lo que viene después es un hecho violento que tiene consecuencias en la realidad social de la comunidad y no solo en la manera en que se siente seguro, o no, en su hogar.

Durante los últimos años esta percepción ha mejorado, pero sigue alta y un factor concreto de ello son las agresiones que inician con beber alcohol en la vía pública, desahogar problemas durante la borrachera y hacer uso de un arma de fuego ilegal contra un semejante que, en condiciones normales, jamás pensaría en ser el agredido por alguien que conoce o al que lo une, en muchos casos, un lazo familiar.

Según la ENVIPE la principal preocupación de los mexicanos es la inseguridad (60.7%), seguida de la falta de agua potable (36.8%), y el aumento de precios en los productos que consume regularmente (34.4%). El fenómeno de la falta de seguridad gira alrededor del entorno que todas y todos construimos como sociedad. Aunque está mejorando, los ciudadanos podemos hacer mucho más para que estas preocupaciones dejen de serlo y consolidemos la paz en el país. Nuestro objetivo debe ser una organización vecinal eficaz y comprometida con resolver, por fin, estos problemas, en colaboración con las autoridades. Sabemos qué hace falta, ahora debemos enfocarnos en los “cómo”.

El consumo de alcohol tiene muchos mitos que complican beber con responsabilidad y así evitar muchos de los problemas cívicos que se relacionan con la seguridad y la adecuada convivencia que nos merecemos.

No se trata de prohibir (hemos visto que eso no funciona), sino de crear una conciencia acerca de todo lo que podría mejorarse socialmente si reducimos o evitamos la ingesta excesiva de alcohol.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) de este año del INEGI, seis de cada diez mexicanos identificaron el consumo de alcohol en vía pública como la primera conducta antisocial que atestiguan en su lugar de residencia. A lo largo de los años esta proporción no ha variado mucho e incluso ha aumentado durante ciertos periodos. Casi la mitad de las mismas personas encuestadas (49.3%) manifestaron que el consumo de drogas en vía pública es la segunda conducta delictiva que observan en las calles. La tercera son los robos o asaltos a transeúnte.

Existe una relación directa entre armas, alcohol, drogas y delitos. Es una combinación que explica rápidamente la mayoría de los homicidios dolosos por riñas, venganzas personales y motivos pasionales; además de los culposos que ocurren por accidentes, entre otras causas. En ambos casos, es importante especificar que no está involucrado el crimen organizado, pero sí muchos ciudadanos que se considerarían “pacíficos” en otras circunstancias.

Varios estudios científicos han llegado a la conclusión que el abuso del alcohol hace que una persona pierda todos los controles internos que le impiden cometer un acto de violencia. Es decir, sobrios somos capaces de regularnos porque estamos conscientes de las consecuencias generales de nuestros actos; pero con demasiado licor en la sangre esos límites desaparecen. Por lo general, es hasta que ha sucedido la tragedia y el presunto responsable logra recuperar el sentido, que se da cuenta de lo que ha hecho, aunque ya sea demasiado tarde.

Con el abuso en el consumo del alcohol, viene la posesión de armas de fuego que deriva en agresiones que concluyen en tragedias. No me refiero a las que ocurren en contra de personas que están divirtiéndose en establecimientos comerciales; esos son homicidios premeditados. Escribo acerca de aquellos que surgen al calor de las copas y terminan en trifulcas sin sentido con víctimas fatales, porque quien tiene un arma de fuego la descarga en contra de un ofensor. Ninguna razón explica un comportamiento así, a pesar de que sí refleja problemas sociales serios en los que la autoridad tiene poco que ver y la sociedad mucho que arreglar.

Quien sobrepasa los límites del alcohol (no hay nada como personas que “aguantan” más por naturaleza; es un conjunto de factores físicos y psicológicos involucrados en cada ocasión) no se vuelve agresivo instantáneamente; solo que los principios que regulan su comportamiento desaparecen y en su lugar surgen conflictos internos no resueltos que prevalecen. Hoy hace poca diferencia el género, la formación académica y en algunos segmentos sociales, la edad. Es la educación que recibimos acerca del alcohol y la gran falta de información confiable que tenemos al respecto lo que vincula de la peor manera beber y conducir, beber y convivir mal con otros, beber y agredir a alguien más.

El mensaje que percibe el ciudadano promedio cuando ve que en su calle hay otras personas bebiendo es de inseguridad; lo que viene después es un hecho violento que tiene consecuencias en la realidad social de la comunidad y no solo en la manera en que se siente seguro, o no, en su hogar.

Durante los últimos años esta percepción ha mejorado, pero sigue alta y un factor concreto de ello son las agresiones que inician con beber alcohol en la vía pública, desahogar problemas durante la borrachera y hacer uso de un arma de fuego ilegal contra un semejante que, en condiciones normales, jamás pensaría en ser el agredido por alguien que conoce o al que lo une, en muchos casos, un lazo familiar.

Según la ENVIPE la principal preocupación de los mexicanos es la inseguridad (60.7%), seguida de la falta de agua potable (36.8%), y el aumento de precios en los productos que consume regularmente (34.4%). El fenómeno de la falta de seguridad gira alrededor del entorno que todas y todos construimos como sociedad. Aunque está mejorando, los ciudadanos podemos hacer mucho más para que estas preocupaciones dejen de serlo y consolidemos la paz en el país. Nuestro objetivo debe ser una organización vecinal eficaz y comprometida con resolver, por fin, estos problemas, en colaboración con las autoridades. Sabemos qué hace falta, ahora debemos enfocarnos en los “cómo”.

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