Un profesor mío de la universidad me preguntó una vez sobre la relación de México y Estados Unidos y recuerdo que en aquella ocasión hice alusión al dicho de John Foster Dulles (quien le da el nombre al aeropuerto internacional de Washington, D.C) que reza: “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”. Recuerdo bien que mi maestro me regañó y me dijo que el análisis que había hecho era demasiado simplón y que quería más profundidad. Se me quedó grabado porque recuerdo que ello sucedió en mi primer semestre y desde entonces, cada que escucho la frase, trato de ir un poco más allá y de hacer un análisis más detallado sobre la materia. Quizá tenía razón aquel mentor, pero lo que es cierto, es que con Estados Unidos casi siempre volvemos al punto inicial: por diversas razones y circunstancias, la frase es sumamente pertinente y vigente hoy en día (y por supuesto, aplicable a otros países, pero esta columna trata de analizar lo que ocurre desde la capital estadunidense).
Digo lo anterior porque en la prensa mexicana se lee con mucho interés los vaticinios que se hacen sobre el declive de la relación entre México y Estados Unidos; personas que opinan que vendrán tiempos calamitosos entre ambas naciones y otros más que apuntan a que “Estados Unidos tomará cartas en el asunto”. Por supuesto que hay público para todo, pero creo que en la relación bilateral las cosas tienen una explicación más sencilla de lo que parece. Sí, adivinó usted: la doctrina de Dulles, donde establece claramente que los intereses de Estados Unidos están por encima de cualquier cosa (para ellos). Pero tengamos cuidado al analizar lo anterior, porque sobra decir que esto no implica que Estados Unidos no considere amigos (o que trate como amigos) a varios de sus aliados, vecinos, etc. Allí entramos nosotros.
Es evidente que la relación entre Palacio Nacional y la Casa Blanca tiene muchas aristas y pasa por distintas etapas, filtros, temas, y por supuesto, intereses. Como hemos dicho en ocasiones anteriores, la agenda interna determina la realidad de esta y la política exterior acaba siendo también política interior. Y así tal cual es que podemos explicarnos porqué la relación de ambas naciones ha fluido relativamente bien, a pesar de los desencuentros y desacuerdos que hay en materias importantes, como es la comercial. Y ello se explica porque nuestro país juega un rol crucial en una materia que es todavía más importante: la seguridad nacional, territorial y fronteriza de Estados Unidos (y con ello me refiero a la situación de los migrantes centroamericanos, los refugiados y quienes piden asilo, los deportados, etc.). Si México no mete las manos y actúa en consecuencia, el problema que se desbordaría en la frontera entre ambos países superaría quizá (al menos en importancia percibida) el daño en la opinión pública por encima de una controversia y disputa comercial en el marco del tratado de libre comercio. En ese sentido, allí están reflejados los intereses de Washington, esos que van más allá de la amistad (y México ha jugado sus cartas y ha entendido el juego de forma magistral y para su propio beneficio).