/ miércoles 8 de noviembre de 2017

Caen los ídolos

Las acusaciones de abuso y acoso que hemos conocido contra actores famosos por parte de personas del mismo medio o cercanas, nos llevan a reflexionar cuan frágiles resultan las relaciones entre unos con otras u otros y cuáles serían los límites que deben existir en los contactos físicos y la peligrosidad del uso de determinado lenguaje que ofende y humilla cuando se pronuncia.

Hace unos días leía a un escritor conocido, al referirse a los mismos hechos, que no se puede juzgar a alguien que haya llevado a cabo determinados actos que hace más de 30 años no tenían la misma connotación que tienen hoy. Y menos cuando fueron realizados en una etapa juvenil en que todos de una u otra forma cometen  actos estúpidos de los que después se arrepienten. Se refería a Specey, de House of cards.

Creo entender el sentido de la disertación más larga del párrafo que comento, pero dudo que todos los hombres y mujeres lastimados por los toqueteos y violaciones producidas por directores, productores y actores de renombre del cine como Weinstein, Spacey o Hoffman, por mencionar solo algunos, justifiquen haber sido agraviados porque sus quejas se remontan a tantos años atrás y porque el ambiente cinematográfico es uno de los más propicios o porque eran muy jóvenes, sin que necesariamente esto último sea así.

Otro grande del cine, Oliver Stone, dice preferir esperarse al enjuiciamiento del primero, Weinstein, y a la demostración de pruebas porque está “condenado por un sistema de justicieros” -en este sentido coincide con el escritor mencionado- pues lo que puede haber es un linchamiento a determinadas figuras. Pero ninguno toma en cuenta que no fue una, sino varias o más bien muchas las que los acusan, aunque también se dan casos de quienes son acusados o acusadas por venganza sin que se haya cometido delito alguno.

Los números en estos casos no engañan y nos muestran que cerca de un 70 por ciento de las mujeres (habría que incluir a los hombres en estas estadísticas también, aunque sean los menos) han sufrido algún tipo de vejaciones a lo largo de su vida. Las denuncias y los castigos siempre son oportunos pues aunque hayan tenido lugar en otros tiempos servirán para aminorar este tipo de hechos que cada vez han ido en aumento y en todas las esferas sociales, ya sean en espacios públicos o privados.

Por lo pronto, ya no se pueden ver con los mismos ojos las series de televisión o películas donde actúen los susodichos por excelentes que sean las mismas y las actuaciones. La duda o la certidumbre ya está sembrada y los ídolos que tanto admirábamos pasen a la liga de los “depredadores” a quienes ya no se les puede admirar. La psique de las víctimas y ha sido dañada y en esto el tiempo no perdona. La solidaridad con ellas se impone.

No obstante, ellos pasarán a la historia cinematográfica a pesar de que las acusaciones sean ciertas. Pero será difícil separar por lo pronto al actor del hombre.

Las acusaciones de abuso y acoso que hemos conocido contra actores famosos por parte de personas del mismo medio o cercanas, nos llevan a reflexionar cuan frágiles resultan las relaciones entre unos con otras u otros y cuáles serían los límites que deben existir en los contactos físicos y la peligrosidad del uso de determinado lenguaje que ofende y humilla cuando se pronuncia.

Hace unos días leía a un escritor conocido, al referirse a los mismos hechos, que no se puede juzgar a alguien que haya llevado a cabo determinados actos que hace más de 30 años no tenían la misma connotación que tienen hoy. Y menos cuando fueron realizados en una etapa juvenil en que todos de una u otra forma cometen  actos estúpidos de los que después se arrepienten. Se refería a Specey, de House of cards.

Creo entender el sentido de la disertación más larga del párrafo que comento, pero dudo que todos los hombres y mujeres lastimados por los toqueteos y violaciones producidas por directores, productores y actores de renombre del cine como Weinstein, Spacey o Hoffman, por mencionar solo algunos, justifiquen haber sido agraviados porque sus quejas se remontan a tantos años atrás y porque el ambiente cinematográfico es uno de los más propicios o porque eran muy jóvenes, sin que necesariamente esto último sea así.

Otro grande del cine, Oliver Stone, dice preferir esperarse al enjuiciamiento del primero, Weinstein, y a la demostración de pruebas porque está “condenado por un sistema de justicieros” -en este sentido coincide con el escritor mencionado- pues lo que puede haber es un linchamiento a determinadas figuras. Pero ninguno toma en cuenta que no fue una, sino varias o más bien muchas las que los acusan, aunque también se dan casos de quienes son acusados o acusadas por venganza sin que se haya cometido delito alguno.

Los números en estos casos no engañan y nos muestran que cerca de un 70 por ciento de las mujeres (habría que incluir a los hombres en estas estadísticas también, aunque sean los menos) han sufrido algún tipo de vejaciones a lo largo de su vida. Las denuncias y los castigos siempre son oportunos pues aunque hayan tenido lugar en otros tiempos servirán para aminorar este tipo de hechos que cada vez han ido en aumento y en todas las esferas sociales, ya sean en espacios públicos o privados.

Por lo pronto, ya no se pueden ver con los mismos ojos las series de televisión o películas donde actúen los susodichos por excelentes que sean las mismas y las actuaciones. La duda o la certidumbre ya está sembrada y los ídolos que tanto admirábamos pasen a la liga de los “depredadores” a quienes ya no se les puede admirar. La psique de las víctimas y ha sido dañada y en esto el tiempo no perdona. La solidaridad con ellas se impone.

No obstante, ellos pasarán a la historia cinematográfica a pesar de que las acusaciones sean ciertas. Pero será difícil separar por lo pronto al actor del hombre.