A todo volumen, como se acostumbra en este nuevo Régimen, se celebró el Primer Informe –eso fue- de López Obrador. Pachangón para sus fieles seguidores y, al arcaico estilo priísta, lleno de acarreados. Obligatorio para la burocracia, irse a mojar y a escuchar –como en la prehistoria política-, hora y media de datos falsos o inflados. Un horrendo regreso al pasado.
Rienda suelta al jolgorio popular, siempre dispuesto al bailongo. Un tlatoani que rebosa felicidad, cuando está de cara al pueblo que tolera sus largas y demagógicas peroratas.
Con sus “propios datos”, enuncia éxitos, que a pocos llegan. En plena campaña –jamás ha dejado de hacerla-, convoca a esa ciudadanía, que todavía cree en él y a la que compra a base de dádivas. Un sector clientelar al que convence con la promesa de un futuro en el que se acabarán privaciones, desigualdad y, sobre todo, su palabra favorita, la corrupción.
Poco puede alardear de avances, cuando las cosas pintan color de hormiga. Con la economía en pleno declive, persiste en su engolosinamiento de las que considera sus tres grandes obras: El aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y el tren Maya. Del trío de espejismos, ni sus luces. Sin estudios ambientales, de viabilidad, las exhibe como la gran panacea, no obstante los análisis de auténticos especialistas, que consideran que se tirará el dinero por una coladera.
En su gobierno unipersonal no cabe más que su voz y sus decisiones, así sean aberrantes. Empezó por eliminar las guarderías –las tachó de corruptas-, atentado contra las madres trabajadoras. Sólo dejó vigentes las que maneja el Partido del Trabajo, con denuncias judiciales serias, por “picarse la lana”.
Se fue contra los organismos de la sociedad civil, respaldo de miles de personas. El pretexto, una vez más fue la corrupción. Siguieron, en su larga lista de agravios que lanza como ventilador – hasta que salpica a todo hijo de vecino-, los organismos autónomos, conquista democrática y fórmula de control. Sustituyó a los consejeros por individuos ajenos a la materia, sin conocimientos ni tampoco especialidad.
Liquidó la obra del Aeropuerto de Texcoco, con una burla de “consulta popular”. Su capricho costó miles de millones de pesos, que pagaremos todo aquel que se suba en un avión, a través del impuesto (TUA). 19 años se utilizarán estos ingresos, para cubrir adeudos a quienes se les cancelaron los contratos. Lo peor, los inversionistas, nacionales y extranjeros, perdieron la confianza y, a la fecha, siguen sin atreverse a colocar un peso en la actividad productiva del país.
Se fue de calle, contra las calificadoras, que siguen reduciendo la categoría crediticia e inversora, de México.
Se corrió de forma vil y violatoria de cualquier Derecho Humano, a cien mil funcionarios –hay quien calcula 300 mil-, que pasaron a engrosar las filas del desempleo.
La generación de empleo tuvo una caída de un 88 por ciento, en el mes de mayo. Con cinismo niega la cifra y sostiene que no se contabilizaron a los becarios jóvenes –lo que en ningún sentido es trabajo formal, sino uno de sus “programas sociales” favoritos-.
La inseguridad continúa cobrando vidas al por mayor y la Ciudad de México se suma al negro recuento. Lanzan a la Guardia Nacional y la desvía para controlar a los migrantes, en obsecuencia con el dictado del señor Trump, frente al que se pone de rodillas.
Mucho se me queda en el tintero y poco que festejar.
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