Debió haber sido muy impresionante, pero también desagradable, que en la sesión de Congreso General del pasado 1 de septiembre alrededor de trescientas gargantas legislativas gritaran al unísono una y otra vez: “¡Es un honor, estar con Obrador!”.
No desagradable porque carezca la izquierda del derecho a externar su júbilo por el amplio triunfo electoral de su candidato presidencial. Lo tiene. Pero hay que saber dónde y en qué momento lo ejerce. Desde luego no en una ocasión solemne, como es una sesión conjunta de ambas Cámaras del Congreso de la Unión. Y no en el momento mismo en que inicia sus trabajos una nueva legislatura federal. Y no precisamente porque ese desplante se haya sentido como una especie de agresión a los diputados y senadores de los otros grupos parlamentarios.
No, nada de eso, no es tal la razón. Se percibió lamentable por el mensaje que envió. Es decir, porque desde el arranque mismo de los trabajos del recién renovado Poder Legislativo, cuya mayoría a través de esos gritos dijo mucho de lo que de ese Poder se espera. Lo cual sí es francamente desconsolador.
Quizá por su nombre, aunque no tanto por su origen histórico, comúnmente se cree que la principal, más importante y absorbente tarea del Poder Legislativo es hacer leyes. Pero no es así. Quizá nunca lo fue.
En las democracias modernas la función capital del Legislativo es la de contribuir a la correcta orientación de la administración pública, es decir, del Ejecutivo y también del Judicial, así como de los hoy numerosos órganos constitucionales denominados autónomos, a través de las vías institucionales de la aprobación del presupuesto y de la verdadera rendición de cuentas. Funciones que lamentablemente han fallado, tanto en el ámbito federal y aún más en los estados.
¿Cómo puede entonces un Poder como el Legislativo declararse de entrada al servicio del Ejecutivo y además considerar que ello es un honor? Si comparten unmismo programa, similar agenda, idéntica plataforma un grupo de legisladores –que conforma amplísima mayoría en ambas Cámaras –y el Ejecutivo, en cuanto que unos y otro presentaron al electorado una misma oferta política, está bien que la apoyen, la impulsen y la aprueben en el proceso legislativo.
Pero cosa muy diferente será que los legisladores abdiquen de la importantísima función de vigilar, de fiscalizar el desempeño de la administración pública, de cuidar el correcto, honesto y eficaz manejo de los recursos públicos. Aspecto clave en el cual una y otra vez a lo largo de la historia ha sido el talón de Aquiles de nuestra vida pública.
No faltará quien considera que nada tiene qué ver una cosa con la otra. Pero obviamente sí tiene relación. Se ve difícil que alguien que considere un honor estar así, sometido al Ejecutivo, le sea posible después censurar, criticar, desaprobar errores, fallas, desaciertos, que sin duda los habrá (grandes, pequeños, leves, graves y hasta quizá de escándalo) en el funcionamiento de la administración pública. Francamente se ve difícil. Empieza pues la nueva Legislatura, es decir, una amplísima mayoría de ésta, declarándose como un Poder carente de categoría. Y hasta de dignidad. Mal empieza la semana a quien ahorcan el lunes.
Y no, no es una exageración equiparar al Presidente de la República con toda la administración pública federal. Recuérdese que la Constitución define que el Ejecutivo se deposita en una sola persona. Que es precisamente él.