por Sylvia B. Ortega Salazar
La energía, el talento y la creatividad de los jóvenes conforma la reserva estratégica del país. Siempre ha sido así, pero lo peculiar de nuestros tiempos es que, debido al cambio demográfico, el grupo de población más grande que tendremos- todavía durante un par de décadas más- es el de los adolescentes y jóvenes adultos.
¿Se acuerdan del bono demográfico del que hablábamos mucho en el año 2000? Nos referíamos entonces a la circunstancia de tener una numerosa población de niños y niñas en edad de asistir a las escuelas de nivel básico a los que se podría ofrecer una buena crianza, salud y educación de muy buena calidad.
Bueno, esa oportunidad no se aprovechó del todo y el bono demográfico está a punto de perderse porque a medida que pasa el tiempo ya tenemos menos niños y niñas y pronto habrá menos adolescentes y jóvenes.
La lección que ojalá hayamos aprendido como Nación, es que lo que no hagamos ahora para formar a los jóvenes en edad para cursar la Educación Media Superior, ya sea que continúen hacia estudios superiores o bien para que puedan trabajar como técnicos certificados en empleos formales, ya no se podrá hacer, puesto que estas generaciones ya serán adultas, estarán en edades productivas y, sin una acción política vigorosa inmediata, carecerán de las capacidades para conducir y participar del crecimiento económico y el desarrollo local y regional.
Aunque México es todavía un país joven, vamos rápido a una estructura poblacional predominantemente de adultos que deben estar preparados para conducir los cambios en las formas de producir, de convivir, y, desde luego posean las capacidades necesarias para participar en la solución de los grandes retos que han heredado, específicamente: el calentamiento global y sus correlatos; el cambio demográfico; la aceleración tecnológica y el cambio geoestratégico.
Hay tres razones que explican por qué debemos preocuparnos muy especialmente por la educación de quienes tienen entre 15 y 17años:
Primero porque en estas edades se concentra notoriamente la población que no va a la escuela; segundo porque es imperativo que los estudiantes se gradúen en mayor proporción y tercero porque lo que aprenden es insuficiente y poco pertinente.
Nuestros jóvenes, si les cumplimos la promesa de una educación relevante y de calidad, estarán listos para incrementar la productividad, contribuir al crecimiento económico sostenible y sustentable y lograr una distribución de la riqueza menos inequitativa.
Gran potencial, pero estamos lejos de lograr que todas y todos tengan acceso a la escuela. En 2020 solamente la mitad del grupo de edad de 15 a 19 años asistía a algún plantel, lo que significa que unos cinco millones de personas jóvenes se encontraban fuera de la escuela. Para enfrentar este enorme reto básico es preciso emplear todos los medios, recursos, conocimiento experto y concertar la participación tanto de los actores del sector educativo como de los empresarios, empleadores, los tres niveles de gobierno y los responsables de las dependencias que son críticas para la operación de una política intersectorial que en forma coordinada atienda, sin exclusión alguna, todos los aspectos del desarrollo humano en esta etapa de la vida. Una política dirigida hacia los jóvenes, concertada, coordinada y eficaz.
Formar jóvenes para la vida y el trabajo es una aspiración legítima y una obligación del Estado y de la sociedad. Gracias a la investigación educativa y a la documentación de las mejores prácticas de las y los docentes tenemos buenas ideas, identificamos con mayor precisión lo que funciona en la realidad de las aulas y las escuelas para motivar a los estudiantes y acompañarlos en el desarrollo de su pensamiento crítico y capacidades humanas. Más aún, disponemos de estudios rigurosos y elocuentes sobre las pedagogías y las orientaciones con las que se puede promover la creación de ambientes de aprendizaje libres de violencia, interculturales e inclusivos. Es urgente y prioritario, sabemos como avanzar y podemos hacerlo si reunimos las voluntades y los recursos con la mirada puesta en nuestra responsabilidad con la construcción de futuros.
Es preciso ingresar a un nuevo ciclo de política integral orientada a ofrecer una educación de la más alta calidad y pertinencia para todas y todos. Una educación que respeta la diversidad, que reconoce las diferentes necesidades, características y expectativas de las y los estudiantes y sus comunidades. Una educación en la que no caben el prejuicio y la discriminación.
Socióloga y educadora, ha sido subsecretaria de Educación Media Superior. Es integrante de la Red Mujeres Unidas por la Educación y de la Unidad de Estudio y Reflexión sobre Sociedades del Conocimiento y Educación del COMEXI.