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El Informe Mundial sobre la Felicidad, que clasifica anualmente a más de 140 países basándose en puntuaciones de felicidad autoinformadas, realizó por primera vez una inmersión generacional en los datos. Los autores encontraron que los jóvenes tienden a ser los más felices en la mayoría de las regiones. Sin embargo, el patrón no se aplica a los jóvenes de países como Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En estas regiones, las clasificaciones de los encuestados mayores son mucho más altas que las de los jóvenes.
Esto responde a una creciente tendencia de insatisfacción en niveles de felicidad en las generaciones más jóvenes (es decir, personas menores de 30) directamente relacionada con factores como la ansiedad económica y ambiental, las redes sociales y, principalmente, al aislamiento. Parte de lo que podría estar sucediendo puede atribuirse a la epidemia de soledad, pues las generaciones más jóvenes informan de un mayor aislamiento después de la pandemia.
Además de esto, los jóvenes en los países antes mencionados también enfrentan una especie de decepción generalizada al lidiar con la sensación de una falta de progreso o falta de la prosperidad que en algún momento se les prometió. La desilusión que provoca ver metas como poder comprar una propiedad o tener un trabajo que pueda sustentar de manera autónoma el mismo nivel de vida con el que crecieron abona a este sentimiento de insatisfacción. Al mismo tiempo, el estado turbulento del mundo entre tensiones geopolíticas, sociales y ambientales es un factor importante en generar esta falta de esperanza por el futuro.
Esta tendencia parece ser tan grave que se está comparando con una crisis de mediana edad, solo que a una edad mucho más temprana. Los niveles de felicidad son una medida extremadamente influyente en la prosperidad de una sociedad. El tener una juventud deprimida puede afectar severamente factores como motivación, productividad, salud y esperanza de vida de una sociedad entera.
Existen diferentes formas de poder atender crisis de salud mental, empezando por el acceso a servicios de salud mental, que probablemente es la más importante de todas, junto con mantener un estilo de vida saludable. Entre más temprano en la vida podamos normalizar la terapia como un instrumento importante para poder lidiar de manera más sana con los problemas que la vida inevitablemente nos presentará. Sigmund Freud decía que la terapia no elimina nuestros demonios sino que los hace más soportables. Algo que seguramente nos haría mejores personas a todos.
En The Noonday Demon, un brillante y completo testimonio sobre la depresión en términos personales, culturales y científicos, el autor Andrew Solomon utiliza una excelente metáfora para explicar el avance de la tristeza que se convierte en depresión: él recuerda un enorme árbol que solía visitar de niño, el cual volvió a ver 20 años después pero ahora cubierto por una enorme enredadera. Menciona que la depresión había crecido en él de la misma manera que la enredadera en el roble; un ente asfixiante que se había envuelto alrededor de él, sombrío pero más vivo que él. Parecía tener una vida propia que poco a poco asfixiaba toda su vida.
La depresión y la tristeza son dos cosas diferentes, y quien pasa por la segunda no necesariamente pasa por la primera. Pero el saber distinguirla, entenderla y poder alertar sobre ella probablemente será el factor decisivo para saber si podremos controlarla antes de que ella nos controle a nosotros.