/ sábado 12 de octubre de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / El 68, la prensa e Ifigenia

Caía la noche el 18 de septiembre de 1968. Alrededor de las 7 de la tarde la redacción del periódico El Heraldo de México bullía. La noticia estremecía el amplio espacio donde decenas de reporteros la transformaban en lectura interesante, amena, útil. Humo de cigarrillos se mezclaba al urgido, apresurado tecleo de macizas, bellas máquinas de escribir. Turno, horario, espacio de la información fuerte, de primera plana la que se componía a esa hora en el exitoso diario que informaba “a todo color”.

Los jefes de Información y de Redacción sabían –desde dos, tres horas atrás-- , de que “fuente”, saldría la nota principal. La de “ocho columnas”. A lo mejor Pepe Falconi el reportero que cubría la Secretaría de Gobernación llegaría con palabras del secretario Luis Echeverría Álvarez. Quizá Leopoldo Mendivil - tan puntual y cuidadoso - acarrearía un comentario del Presidente Gustavo Díaz Ordaz.

El movimiento estudiantil –su evolución, sus pausas-- mantenía vivo el interés de la población. De su impensado inicio en una pelea de estudiantes de una Escuela Vocacional del Politécnico y los de la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena, en La Ciudadela, que disolvió con violentos garrotazos, sañuda persecución y grosera, abusiva detención de jóvenes peleoneros, la temida fuerza de granaderos y policías de la Ciudad de México.

Hechos que ocuparon espacio destacado en La Prensa. Suceso atractivo, seductor para lectores del “periódico que dice lo que otros callan”. Sus fotógrafos, reconocidos –ases de la lente-- se dieron vuelo. Audaces e intrépidos arriesgaban su integridad física para obtener una placa admirable. Tras aquel acontecimiento surgió el reclamo contra el exceso de las fuerzas del orden. Protesta que alcanzó a sus superiores. A los jefazos. Cueto, entre otros. “¡Que renuncie Cueto!”, se hizo clamor. Mismo que desoyeron el Jefe del Departamento del Distrito Federal, el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, quien hacía dos años llegó a la oficina que desde 1952 habitó el sonorense Ernesto P. Uruchurtu. “Regente de Hierro” y “Don Ernesto Flores, Fuentes y Jardines”, lo motejó el pueblo que le agradeció cerrara cantinas, tabernas, bares a la una de la mañana. “No es justo que el hombre gaste ahí su dinero y prive a su familia de lo elemental”, argumentó Uruchurtu.

Corona del Rosal, quien en 1968 sopesaba la posibilidad de alcanzar la candidatura a la Presidencia de la República, delegó en el político sinaloense Rodolfo González Guevara atención al conflicto. Muchachos que preparaban desfilar y así conmemorar - celebrar- la triunfante, fresca, Revolución de Cuba y el valor de Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y su ejército de barbudos, solicitaron permiso para marchar por el Primer Cuadro de la Ciudad de México. Algo falló. Otra manifestación - la de estudiantes golpeados en La Ciudadela- se encontró con la primera. Pedradas y carreras. Alteración del orden. Nueva intervención de la policía. Ira juvenil.

Ejército, soldados en las calles. Jeeps y camiones con tropa y armas. Amenaza. La de un fusil en manos de un individuo que “recibió órdenes”. Exceso. Tropas lanzan bazucazo contra puerta del Colegio de San Ildefonso. Preparatoria número 1. Tropas, soldados violentan la autonomía universitaria. El rector Javier Barros Sierra iza - a media asta, en señal de duelo/protesta- la bandera nacional frente al edificio de la Rectoría de la UNAM, en Ciudad Universitaria. La universidad ultrajada. ¿Quién es responsable ? ¿Acaso merece tamaña ofensa? Y luego la “Marcha por el Agravio”. De CU hasta Félix Cuevas. A la esquina de Liverpool. A la cabeza el digno Rector Javier Barros Sierra. A su lado el educado por jesuitas Fernando Solana, Secretario General de la Universidad. Nacional Autónoma de México .

Desde Guadalajara, en gira por Jalisco, junto a su muy amigo el gobernador Francisco Medina Asencio, el Presidente Díaz Ordaz supone que un gesto suyo bastará para sanar el conflicto. Entonces ofrece a los maltratados muchachos un gesto de amistad y pacto de olvido y de “pelillos a la mar”. Tiende su mano amigable, amistosa, “de cuates” a los que gritan rencor a su gobierno. A su persona. “Jetón, Dientón. Orejón”, le restregan. Su “un mexicano no deja con la mano tendida a otro mexicano” no halla el eco apetecido.

La protesta contra el exceso de la autoridad toma cuerpo: crece. Consejo Nacional de Huelga que sesiona durante muchas horas. Hasta después de la medianoche. Hasta la madrugada. Sus integrantes, jóvenes arrojados e inteligentes viven el sobresalto. Pierden tranquilidad . “Con el gobierno no se juega”. El Estado tiene todo el poder del mundo. Te pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Mejor andar con cuidado. Y no solo. Temor mayúsculo de los padres. “Estos muchachos que no entienden. Ya se les dijo. Pero están amachados en retar al poder. Hasta dicen que este sistema ya va a caer”.

A las 18:30 del 18 de septiembre de 1968, don Mario Santoscoy, Jefe de Información de El Heraldo de México, me reclamó.

“ ¿Por qué llegó tan tarde?, ¿trae algo “fuerte”?

“ Vengo de Ciudad Universitaria. Estuve con Pablo Marentes. Es el Jefe de Prensa de la UNAM. No conseguí mucho…”

“ Escriba pronto…

Sonó el teléfono de su escritorio. Me lo pasó. Demandó: “Que no le hablen por mi extensión. Apúrese”.

Reconocí a quien me hablaba. Me sorprendió:

¿A qué obedece la operación Ciudad Universitaria, Reyes Razo ?

“No te entiendo. ¿Qué me quieres decir ? –pregunté

“Nada más que el ejército, los soldados entran y se apoderan de Ciudad Universitaria. Detienen a estudiantes y profesores. A la maestra Ifigenia Martínez de la Escuela Nacional de Economía ya la tienen boca abajo en “las islas”. Detenida con todos los muchachos. Te digo. La tropa ya tomó la Universidad.

Ifigenia Martínez fue a dar, esa misma noche, con sus huesos, a las mazmorras de Tlaxcoaque. La inteligente académica compartió cautiverio con decenas de muchachos.

“Pasé varios días en Tlaxcoaque. Feliz, con los muchachos que se entregaban a un movimiento justo que ya despertaba muchas simpatías”, me confiaría años después.

Caía la noche el 18 de septiembre de 1968. Alrededor de las 7 de la tarde la redacción del periódico El Heraldo de México bullía. La noticia estremecía el amplio espacio donde decenas de reporteros la transformaban en lectura interesante, amena, útil. Humo de cigarrillos se mezclaba al urgido, apresurado tecleo de macizas, bellas máquinas de escribir. Turno, horario, espacio de la información fuerte, de primera plana la que se componía a esa hora en el exitoso diario que informaba “a todo color”.

Los jefes de Información y de Redacción sabían –desde dos, tres horas atrás-- , de que “fuente”, saldría la nota principal. La de “ocho columnas”. A lo mejor Pepe Falconi el reportero que cubría la Secretaría de Gobernación llegaría con palabras del secretario Luis Echeverría Álvarez. Quizá Leopoldo Mendivil - tan puntual y cuidadoso - acarrearía un comentario del Presidente Gustavo Díaz Ordaz.

El movimiento estudiantil –su evolución, sus pausas-- mantenía vivo el interés de la población. De su impensado inicio en una pelea de estudiantes de una Escuela Vocacional del Politécnico y los de la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena, en La Ciudadela, que disolvió con violentos garrotazos, sañuda persecución y grosera, abusiva detención de jóvenes peleoneros, la temida fuerza de granaderos y policías de la Ciudad de México.

Hechos que ocuparon espacio destacado en La Prensa. Suceso atractivo, seductor para lectores del “periódico que dice lo que otros callan”. Sus fotógrafos, reconocidos –ases de la lente-- se dieron vuelo. Audaces e intrépidos arriesgaban su integridad física para obtener una placa admirable. Tras aquel acontecimiento surgió el reclamo contra el exceso de las fuerzas del orden. Protesta que alcanzó a sus superiores. A los jefazos. Cueto, entre otros. “¡Que renuncie Cueto!”, se hizo clamor. Mismo que desoyeron el Jefe del Departamento del Distrito Federal, el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal, quien hacía dos años llegó a la oficina que desde 1952 habitó el sonorense Ernesto P. Uruchurtu. “Regente de Hierro” y “Don Ernesto Flores, Fuentes y Jardines”, lo motejó el pueblo que le agradeció cerrara cantinas, tabernas, bares a la una de la mañana. “No es justo que el hombre gaste ahí su dinero y prive a su familia de lo elemental”, argumentó Uruchurtu.

Corona del Rosal, quien en 1968 sopesaba la posibilidad de alcanzar la candidatura a la Presidencia de la República, delegó en el político sinaloense Rodolfo González Guevara atención al conflicto. Muchachos que preparaban desfilar y así conmemorar - celebrar- la triunfante, fresca, Revolución de Cuba y el valor de Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y su ejército de barbudos, solicitaron permiso para marchar por el Primer Cuadro de la Ciudad de México. Algo falló. Otra manifestación - la de estudiantes golpeados en La Ciudadela- se encontró con la primera. Pedradas y carreras. Alteración del orden. Nueva intervención de la policía. Ira juvenil.

Ejército, soldados en las calles. Jeeps y camiones con tropa y armas. Amenaza. La de un fusil en manos de un individuo que “recibió órdenes”. Exceso. Tropas lanzan bazucazo contra puerta del Colegio de San Ildefonso. Preparatoria número 1. Tropas, soldados violentan la autonomía universitaria. El rector Javier Barros Sierra iza - a media asta, en señal de duelo/protesta- la bandera nacional frente al edificio de la Rectoría de la UNAM, en Ciudad Universitaria. La universidad ultrajada. ¿Quién es responsable ? ¿Acaso merece tamaña ofensa? Y luego la “Marcha por el Agravio”. De CU hasta Félix Cuevas. A la esquina de Liverpool. A la cabeza el digno Rector Javier Barros Sierra. A su lado el educado por jesuitas Fernando Solana, Secretario General de la Universidad. Nacional Autónoma de México .

Desde Guadalajara, en gira por Jalisco, junto a su muy amigo el gobernador Francisco Medina Asencio, el Presidente Díaz Ordaz supone que un gesto suyo bastará para sanar el conflicto. Entonces ofrece a los maltratados muchachos un gesto de amistad y pacto de olvido y de “pelillos a la mar”. Tiende su mano amigable, amistosa, “de cuates” a los que gritan rencor a su gobierno. A su persona. “Jetón, Dientón. Orejón”, le restregan. Su “un mexicano no deja con la mano tendida a otro mexicano” no halla el eco apetecido.

La protesta contra el exceso de la autoridad toma cuerpo: crece. Consejo Nacional de Huelga que sesiona durante muchas horas. Hasta después de la medianoche. Hasta la madrugada. Sus integrantes, jóvenes arrojados e inteligentes viven el sobresalto. Pierden tranquilidad . “Con el gobierno no se juega”. El Estado tiene todo el poder del mundo. Te pueden desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Mejor andar con cuidado. Y no solo. Temor mayúsculo de los padres. “Estos muchachos que no entienden. Ya se les dijo. Pero están amachados en retar al poder. Hasta dicen que este sistema ya va a caer”.

A las 18:30 del 18 de septiembre de 1968, don Mario Santoscoy, Jefe de Información de El Heraldo de México, me reclamó.

“ ¿Por qué llegó tan tarde?, ¿trae algo “fuerte”?

“ Vengo de Ciudad Universitaria. Estuve con Pablo Marentes. Es el Jefe de Prensa de la UNAM. No conseguí mucho…”

“ Escriba pronto…

Sonó el teléfono de su escritorio. Me lo pasó. Demandó: “Que no le hablen por mi extensión. Apúrese”.

Reconocí a quien me hablaba. Me sorprendió:

¿A qué obedece la operación Ciudad Universitaria, Reyes Razo ?

“No te entiendo. ¿Qué me quieres decir ? –pregunté

“Nada más que el ejército, los soldados entran y se apoderan de Ciudad Universitaria. Detienen a estudiantes y profesores. A la maestra Ifigenia Martínez de la Escuela Nacional de Economía ya la tienen boca abajo en “las islas”. Detenida con todos los muchachos. Te digo. La tropa ya tomó la Universidad.

Ifigenia Martínez fue a dar, esa misma noche, con sus huesos, a las mazmorras de Tlaxcoaque. La inteligente académica compartió cautiverio con decenas de muchachos.

“Pasé varios días en Tlaxcoaque. Feliz, con los muchachos que se entregaban a un movimiento justo que ya despertaba muchas simpatías”, me confiaría años después.