/ sábado 13 de julio de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / El Tigre Azcárraga, una fiera

Empresa surgida a fines de 1972 de la fusión de Telesistema Mexicano y Televisión Independiente de México (T.I.M.), el señor Emilio Azcárraga Milmo. Hombre en plenitud. Sano, apuesto, audaz y mandamás de una empresa cuyo poder retaría al del Presidente de la República.

Ordenaba, se hacía obedecer; ejercía —a placer— su dominio. Quizá —a veces— se excedería. Como su padre don Emilio Azcárraga Vidaurreta lo había educado.

“El “viejo” lo trataba muy mal. Lo zarandeaba de fea manera delante del grupo de responsables, ejecutivos de alto rango. Desoía sus opiniones y sin titubear las calificaba de “bobadas”, “ideas sin pies ni cabeza”, que remataba con contundente: “Cállate. No sabes. Aprende. No andes de vago”.

“Le carga la mano a Emilito —referían, entre azorados y amedrentados los responsables de “Continuidad”, “Programación”, “Publicidad”, “Producción”—.

“De que le sale lo Azcárraga, don Emilio no deja “títere con cabeza”, arrasa. Y al que tiene más cerca la paga. “Ni moverse. Menos chistar una orden o comentario. Si a Emilito le va como le va. ¿Te imaginas?

“Acuérdate de lo que le pasó a Galindo, el de “Continuidad”. Muy amigo de Emilito —compañeros de fiestas y cuate de lana— se le puso al señor Azcárraga Vidaurreta. Defendió a Emilito.

“Oiga señor, usted disculpe —le dijo—. Pero francamente maltrata usted muy feo, hasta con palabras gruesas a Emilito. Creo que no es justo. Él es muy dedicado. Sale, usted lo deja, después de cada junta, “muy raspado”

“¿Qué fue de Galindo?

“Lo que era de esperarse: Lo corrió.

“A mi ningún empleado mío —por importante que sea— me va a venir a decir cómo manejo mi empresa o cómo educo a mi hijo. Aquí mando yo...”

Modales que heredó a su hijo.

A punto de iniciar una gira a China y Japón con el presidente Carlos Salinas de Gortari, la eficaz y amistosa ejecutiva de la Presidencia de la República, Cristina Gallardo me planteó:

“En virtud de que debe usted elegir a un compañero de asiento que estará a su lado a lo largo de este viaje quiero informarle que el señor Jorge Berry solicitó ir a su lado. ¿Lo aprueba usted?

“Acepté de inmediato. Años atrás, en los días en que conquistaba a Lolita Ayala y durante algún tiempo después, ya casados, compartimos la redacción de 24 Horas. Jorge era muy celoso. A todos sorprendió aquel enlace. Propició chistes como:

“Desde la “luna de miel” comenzaron los problemas entre Lolita y Berry.

“¿Por qué?

“Lolita sugirió viajar a Hawái. Jorge se opuso. “Yo quiero ir a conocer Disneylandia...”

Pasó el tiempo. Se divorciaron. Jorge Berry se transformó en buen narrador de deportes. Pulió estilo en transmisiones de futbol americano. Jacobo Zabludovsky le cedió su “Hoy Domingo”. Ahí, por la mañana, informaba al lado de Rebeca de Alba.

“Nos saludamos. Años sin ver a Jorge Berry. Dominaba el idioma inglés. Era un hombre simpático, maduro. Buen conversador, respetuoso, afectuoso.

“¿Que tal, cómo te va, Jorge. Qué tal Televisa. El señor Azcárraga?

“Pues ya sabes como son las cosas ahí, Reyes Razo. Las viviste. Me va bien.

Don Emilio, pues como siempre.

“Casi no lo traté. Apenas un par de veces me dio alguna instrucción. En rigor, querido Jorge, no lo conozco”, actualicé a Berry .

“Pues fíjate que me volví a casar. Los padres de mi esposa nos regalaron un terreno por los rumbos de San Jerónimo.

Por donde vive Luis Echeverría. Mi esposa y yo decidimos construir ahí nuestra casa. Necesitaba “una buena lana”.

“Fui a ver al señor Azcárraga. Ya sabrás...

“Pues no Jorge, yo nunca tuve mayor trato con él...

“Pues llegué y apenas me vio me soltó: ¿Qué se te ofrece, haragán? Ya no te aguanto, tal por cual. ¿Qué le pegas a la botella? ¿No vengas a quitarme el tiempo. Trabaja flojonazo. ¿Qué jijos de la jinjurria quieres?

“Pues necesito un préstamo para construir mi casa, don Emilio...

“Y yo soy tu maje ¿noo? Qué dijiste me voy a dormir al Tigre, ¿noooo? A ver, inútil, dime: ¿cuánto necesitas?

“Le dije, y pidió le hicieran un cheque con tres millones más. Lo recibió. Me lo entregó.

“Y te me vas mucho ya sabes dónde, vago. Adiós.

“Regresé a los pocos días.

“Y ahora qué te traes, qué pulga te picó...

“Vengo a que me diga usted cómo voy a pagar el dinero que me prestó...

“Vete al tal. Te lo regalo. Pero ya lárgate. No me muelas. Yo sí tengo que trabajar. No como tu que te la pasas...

“Así es él. Así vamos. ¿Qué te parece, Reyes Razo?

“Mal, Jorge. El trato, digo. Doña Eloisa, mi madre, decía que “pan con cordonazo”, amarga. No sabe. En fin...

Jorge Berry y yo disfrutamos mucho aquel viaje a China y Japón con el presidente Carlos Salinas de Gortari.

Nunca lo volví a ver. Lo recuerdo con cariño.

Así era —como decía Jorge Berry— don Emilio Azcárraga Milmo.

Empresa surgida a fines de 1972 de la fusión de Telesistema Mexicano y Televisión Independiente de México (T.I.M.), el señor Emilio Azcárraga Milmo. Hombre en plenitud. Sano, apuesto, audaz y mandamás de una empresa cuyo poder retaría al del Presidente de la República.

Ordenaba, se hacía obedecer; ejercía —a placer— su dominio. Quizá —a veces— se excedería. Como su padre don Emilio Azcárraga Vidaurreta lo había educado.

“El “viejo” lo trataba muy mal. Lo zarandeaba de fea manera delante del grupo de responsables, ejecutivos de alto rango. Desoía sus opiniones y sin titubear las calificaba de “bobadas”, “ideas sin pies ni cabeza”, que remataba con contundente: “Cállate. No sabes. Aprende. No andes de vago”.

“Le carga la mano a Emilito —referían, entre azorados y amedrentados los responsables de “Continuidad”, “Programación”, “Publicidad”, “Producción”—.

“De que le sale lo Azcárraga, don Emilio no deja “títere con cabeza”, arrasa. Y al que tiene más cerca la paga. “Ni moverse. Menos chistar una orden o comentario. Si a Emilito le va como le va. ¿Te imaginas?

“Acuérdate de lo que le pasó a Galindo, el de “Continuidad”. Muy amigo de Emilito —compañeros de fiestas y cuate de lana— se le puso al señor Azcárraga Vidaurreta. Defendió a Emilito.

“Oiga señor, usted disculpe —le dijo—. Pero francamente maltrata usted muy feo, hasta con palabras gruesas a Emilito. Creo que no es justo. Él es muy dedicado. Sale, usted lo deja, después de cada junta, “muy raspado”

“¿Qué fue de Galindo?

“Lo que era de esperarse: Lo corrió.

“A mi ningún empleado mío —por importante que sea— me va a venir a decir cómo manejo mi empresa o cómo educo a mi hijo. Aquí mando yo...”

Modales que heredó a su hijo.

A punto de iniciar una gira a China y Japón con el presidente Carlos Salinas de Gortari, la eficaz y amistosa ejecutiva de la Presidencia de la República, Cristina Gallardo me planteó:

“En virtud de que debe usted elegir a un compañero de asiento que estará a su lado a lo largo de este viaje quiero informarle que el señor Jorge Berry solicitó ir a su lado. ¿Lo aprueba usted?

“Acepté de inmediato. Años atrás, en los días en que conquistaba a Lolita Ayala y durante algún tiempo después, ya casados, compartimos la redacción de 24 Horas. Jorge era muy celoso. A todos sorprendió aquel enlace. Propició chistes como:

“Desde la “luna de miel” comenzaron los problemas entre Lolita y Berry.

“¿Por qué?

“Lolita sugirió viajar a Hawái. Jorge se opuso. “Yo quiero ir a conocer Disneylandia...”

Pasó el tiempo. Se divorciaron. Jorge Berry se transformó en buen narrador de deportes. Pulió estilo en transmisiones de futbol americano. Jacobo Zabludovsky le cedió su “Hoy Domingo”. Ahí, por la mañana, informaba al lado de Rebeca de Alba.

“Nos saludamos. Años sin ver a Jorge Berry. Dominaba el idioma inglés. Era un hombre simpático, maduro. Buen conversador, respetuoso, afectuoso.

“¿Que tal, cómo te va, Jorge. Qué tal Televisa. El señor Azcárraga?

“Pues ya sabes como son las cosas ahí, Reyes Razo. Las viviste. Me va bien.

Don Emilio, pues como siempre.

“Casi no lo traté. Apenas un par de veces me dio alguna instrucción. En rigor, querido Jorge, no lo conozco”, actualicé a Berry .

“Pues fíjate que me volví a casar. Los padres de mi esposa nos regalaron un terreno por los rumbos de San Jerónimo.

Por donde vive Luis Echeverría. Mi esposa y yo decidimos construir ahí nuestra casa. Necesitaba “una buena lana”.

“Fui a ver al señor Azcárraga. Ya sabrás...

“Pues no Jorge, yo nunca tuve mayor trato con él...

“Pues llegué y apenas me vio me soltó: ¿Qué se te ofrece, haragán? Ya no te aguanto, tal por cual. ¿Qué le pegas a la botella? ¿No vengas a quitarme el tiempo. Trabaja flojonazo. ¿Qué jijos de la jinjurria quieres?

“Pues necesito un préstamo para construir mi casa, don Emilio...

“Y yo soy tu maje ¿noo? Qué dijiste me voy a dormir al Tigre, ¿noooo? A ver, inútil, dime: ¿cuánto necesitas?

“Le dije, y pidió le hicieran un cheque con tres millones más. Lo recibió. Me lo entregó.

“Y te me vas mucho ya sabes dónde, vago. Adiós.

“Regresé a los pocos días.

“Y ahora qué te traes, qué pulga te picó...

“Vengo a que me diga usted cómo voy a pagar el dinero que me prestó...

“Vete al tal. Te lo regalo. Pero ya lárgate. No me muelas. Yo sí tengo que trabajar. No como tu que te la pasas...

“Así es él. Así vamos. ¿Qué te parece, Reyes Razo?

“Mal, Jorge. El trato, digo. Doña Eloisa, mi madre, decía que “pan con cordonazo”, amarga. No sabe. En fin...

Jorge Berry y yo disfrutamos mucho aquel viaje a China y Japón con el presidente Carlos Salinas de Gortari.

Nunca lo volví a ver. Lo recuerdo con cariño.

Así era —como decía Jorge Berry— don Emilio Azcárraga Milmo.