Juan Ruiz Healy llegó a Televicentro a fines de 1972. Nos encontramos en un pasillo y me invitó: “Acompáñame a El Patio, mi hermanita Yossie --en realidad se llama Josefina pero en la casa todos nos hablamos en inglés--, va a cumplir 15 años y quiere una fiesta de época. Mi papá me ordenó la organizara, ven, vamos…”
Le trastornó la tele a Juan Ruiz Healy. Lo exhibió exigente, intolerante, insensible e ignorante. Procuraba --se desvivía-- por atraer la atención de cuantos pasaban a su lado. Gritón, manoteador, soberbio y desconsiderado.
“Un grupo de “Veteranos Sembradores de Amistad”, jubilados del corte de los Rotarios y los Leones me va a homenajear en una comida en el Fiesta Palace. Viejitos que me admiran. Me darán un pergamino. Ven --me dijo-- ya invite a Claudio Lenk también.
Y fui. Último piso del flamante hotel frente a la Glorieta de Colón. Personas, hombres todos, de más de 60 años.Uniformados en caqui. Como años atrás los cumplidores del Servicio Militar Nacional. Camisola beige, corbata a juego; cuartelera. Aire formal. Reunión de antiguos que compartían secretos juveniles. Episodios memorables. Misiones difíciles. Finales felices.
A derechas nunca se explicó qué movió a aquel grupo de desahogados abuelos a convidar al joven apadrinado por el famoso Jacobo Zabludovsky, quien lo exhibía --orgulloso, protector-- como representante de una generación de jóvenes reporteros universitarios bilingües o políglotas, cuya mera apariencia era garantía de apertura, de bienvenida a los habituados ya a las cabelleras crecidas, abultadas, desordenadas. La Nueva Ola.
Intenso contraste el que surgía entre Ruiz Healy y Guillermo Pérez Verduzco. Este, un veterano del periodismo, algo calvo, corpulento y facciones aniñadas con amable sonrisa, se enfrentaba al mundo como “El Tobi”. Ocupaba especial sitio en el corazón de Jacobo Zabludovsky. Varios periódicos y revistas lo forjaron. Llego a El Heraldo de México precedido de buenas prendas. Un día llegó a la redacción tambaleante e incierto.
“Fuera de aquí, largo. Borracho --lo echó don Gabriel Alarcón --dueño del diario.
“Sí, - replicó Pérez Verduzco. Yo soy borracho. Pero usted es un asesino. Usted mandó matar al líder Alfonso Mascarua Alonso. Viejo matón".
Jacobo Zabludovsky conocía la debilidad de Pérez Verduzco. Minimizaba sus faltas:
“Es un enfermo. Yo no lo echaré a la calle. Lo liquidaría. Y yo no tengo alma de asesino. Pérez Verduzco es magnífico reportero. Muy cumplidor. Nunca perdió una nota…”
Cierto. “Quiero que averigües cuánto se embolsa un limosnero desde la Diana Cazadora hasta el Zócalo, Guillermo --ordenaba Jacobo.
Y al día siguiente Pérez Verduzco hacía la ruta indicada con la mano extendida al tiempo que solicitaba: “Una limosnita por el amor de Dios. Una caridad". Guillermo Pérez Verduzco cumplía al pie de la letra.
Carecía Juan Ruiz Healy de la ambición periodística de Rita Ganem, mujer que muy joven estudió periodismo en la Universidad Femenina. La que con sensibilidad y gran visión fundó, dirigió y engrandeció la señora Adela Formosa de Obregón Santacilia. Casa de estudios de la poderosa e inolvidable Mercedes Aguilar Montes de Oca --reportera de lujo. Rita, en Diario de la Tarde, publicación de mediodía del diario Novedades. Estudios cinematográficos, sindicatos y sus centrales. Entrevistas a don Fidel Velázquez, Leonardo Rodríguez Alcaine, Paco Pérez Rios. La durísima “fuente obrera”. Y corresponsal en Colombia. Años de guerrilla bien reporteada. Figurisima en “ 24 Horas”. A buenas horas conductora de “La Hora F". Premio Nacional de Periodismo recibido en Los Pinos de mano del Presidente José López Portillo. Rita Ganem.
Ruiz Healy se unía en el noticiario más importante del país con otros egresado de la Universidad Iberoamericana. Jaime Almeida, uno de ellos. Muchacho crecido en la frontera de Chihuahua y El Paso, Texas. Con soltura se desenvolvía en inglés. Con fervor vivía el rock. Atento a esa moda viviría --recrearía, daría mil y una versiones del Festival de Woodstock. Música, música y más música. A buenas horas abrió un exitoso local en Paseo de la Reforma junto al ya ido cine Latino. Buen contador de chistes. Y, por azar, testigo de la fuga de un raro delincuente: Kaplan, su apellido, en un helicóptero que aterrizó en el patio de una cárcel de la Ciudad de México y se lo llevó. Kaplan. Una suerte de espía del Tío Sam.
Fernando Alcalá -de la misma Universidad Iberoamericana mas pulido en instituciones de Inglaterra-- tenía en su padre, don Fernando Alcalá Bates a un periodista de fama. Director de la Primera edición de Últimas Noticias, de Excélsior, Alcalá Bates se las ingenió para crear una cadena de periódicos llamada Avance. Éxito total. De la edición vespertino/nocturna de la Ciudad de México, Avance alcanzó el sureste del país. Yucatán - tierra de los Alcalá-, Tabasco, Quintana Roo…
“Tus periódicos son tan diminutos, Fer, que en lugar de exclamar: “paren máquinas”, tu ordenas: “detengan mimeógrafos", le dije, en broma. Me guardo resentimiento el inolvidable, notable reportero Fernando Alcalá Pérez.
En el piso número 20 del lujoso Fiesta Americana ocurría la comida de los “ Sembradores de Amistad “ al joven reportero Juan Ruiz Healy. Quizá en el primer brindis, en el consabido “ofrecimiento" de la fiesta, un fuerte temblor de tierra estremeció el flamante edificio. Era 1973.
Con una servilleta en la mano, a toda prisa Juan Ruiz Healy se precipitó hacia las escaleras al tiempo que gritaba: “Esto es Managua… Esto es Managua…"
Apoyado en su bastón, rengueando urgentemente, Claudio Lenk intentó darle alcance. Imposible. Juan se hundió en las escaleras.
Claudio Lenk tardo mucho tiempo en alcanzar la calle. Bajar a “saltitos" escalones lo consagro “Campeón Mundial de Salto Breve".