"Velasco Zimbrón me operó de la espalda. Y me remitió a permanecer varios meses -casi un año- acostado en una tabla muy dura. No debía moverme. El éxito de la operación y mi posibilidad de no quedar tullido, inválido, dependían de mi inmovilidad. Me la pasé con la vista clavada en el techo de mi habitación. Los cuidados de mi familia y los de mi prima Clara me aliviaron. Me distraían y evitaban que cayera en raptos de desesperación o enojo. Me reprochaba mi mala suerte. Estados de ánimo propios de un joven que observa su futuro con inquietud. ¿Volveré a caminar? ¿Tendría que usar muletas o bastones? ¿Quién me iba a emplear? ¿En que trabajaría? ¿De qué?
"Ahí postrado recibí un regalo de mi prima Clara. Un libro de poesía de Xavier Villaurrutia. Reviví mi gusto por la lectura. Por la buena Literatura. Villaurrutia me conmovió. Aprendí sus rimas. Cavilé en la profundidad de su pensamiento. En una palabra me transformé en admirador de su genio.
"Así que apenas pude caminar -la operación y el tratamiento de rehabilitación que me impuso Velasco Zimbrón me devolvieron todas mis capacidades y fuerzas- decidí buscar al artista. Supe que daba clases de teatro en Bellas Artes. Tomé uno de los ejemplares de sus poemas y le pedí a Clara que me acompañara al palacio. Clara, que era prima muy lejana, se transformó en mi novia y más tarde en mi esposa, se alegró de mi decisión y me acompañó.
"Llegué a Bellas Artes y localicé a Villaurrutia. Quería que me escribiera una dedicatoria sobre uno de sus libros. A eso fui. Me le presenté. Le tendí mi libro. "¿Qué haces, a que te dedicas?, me preguntó. Pasé por el desconcierto. Casi no podía contar mis experiencias. Villaurrutia me contuvo. "¿No te gustaría estudiar teatro; ser actor? Creo que podrías serlo. Te invito a mi clase. Ven en calidad de oyente. Si te gusta y te ilusiona, te quedas. Si no te hallas a gusto te marchas. Y no hay nada perdido". Eso me dijo Xavier Villaurrutia y me deslumbró.
"¡Claro que acepté aquel ofrecimiento! Me inscribí en Bellas Artes. Entré a su clase. Desde ese instante y durante muchos años Bellas Artes fue mi auténtica casa. En ese escenario aprendí los secretos de la actuación. Respeto a esa superficie sobre la que uno debe moverse con seriedad, agilidad, conocimiento. Puedo decir que "a ciegas" me desenvuelvo en Bellas Artes. Clases de lectura. Clases de dicción. Uso de la memoria. Empleo de la respiración. Poseo una capacidad de ventilación que me hace pensar que mis pulmones son enormes. Inspiro para emplear su contenido en dilatadas escenas. Lo mismo en pie, sentado, de rodillas, cayendo. El mismo tono. Igual en un escenario cerrado que en antiguos foros romanos construidos sobre soberbias colinas.
"A Xavier Villaurrutia debo el descubrimiento de mi vocación y la oportunidad de cumplir mi destino. Me empeñé, me esforcé. Supe el valor de mis años en el seminario. Que Don Sergio Méndez Arceo me hiciera leer. Y me descubriera el mundo del Siglo de Oro de la Literatura Española. Adiós a dolencias y sufrimientos: me sentí un hombre nuevo. Vigoroso, sano. Con los cinco sentidos aguzados; afinados.
"Ingresar a Bellas Artes, estudiar teatro con Xavier Villaurrutia me lo cambió todo. Hasta el nombre.
"¿Cómo es eso, Maestro?"- preguntó el reportero
"Yo soy Ignacio López y López. Dar con la vida del rabino Saulo de Tarso me inspiró. Me invadió gran entusiasmo. Entré a clase y exclamé ante mis compañeros: A partir de hoy, yo me llamó Ignacio López Tarso.