/ sábado 23 de noviembre de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / Manuel Mejido y Nikita Kruschev

Manuel Mejido elogia al joven Fernando Meraz. Le avizora: “Serás el cronista de la época. Cuídate, estudia. Fernando Meraz, joven de facciones regulares, conserva gestos aniñados. Aprendiz en Excélsior, busca el trato de Mejido y de otros como Enrique Loubet. Meraz les sonríe, los halaga. Envanece a Loubet que se jacta:

“Vean. Este joven toma mis cuartillas –verdaderas obras de arte-- y las lee y relee antes de entregarlas al télex. Me ruega le obsequie una copia. ¡Bah! Yo, desde luego le alargo alguna. Por algo soy “Vaca Sagrada” de Excélsior.

“Este Loubet - ironiza Mejido- anda arriba de los sesenta y se firma Loubet junior. Ya se deschavetó…

Fernando Meraz nació en Durango. Halaga –lambisconea– a Mejido, a Loubet, a Francisco Cardenas Cruz y a Antonio Andrade. Adopta gestos, poses. La redacción de Excélsior cuchichea:

“Manuel Mejido hace mucha lana. Es muy rico. Usa al “Búho” para sus negocios. Surte frutas en los hospitales del ISSSTE. También en secretarías de Estado. Dicen que es dueño de una flotilla de aviones fumigadores…”

“¿De verdad tienes mucho dinero, Manuel ?-- le pregunté en sus días de subdirector de El Universal, en 1978.

“Trabajo mucho, Reyes Razo. Hago noticieros para el cine. Voy con Demetrio Bilbatua. Nos ponemos buenas friegas en desiertos y selvas. Voy a guerras y motines. Y sí, ganó buena lana y vivo bien.

“¿Cuándo decidiste emplear tu nombre y fama de magnífico reportero para hacerte millonario, Manuel?”-- insistí.

“Cuando regresé de un viaje a Nueva York. Excélsior me hospedó en el Waldorf Astoria. Hotelazo, mi hermano. Pleno Manhattan. ¡Qué restaurantes! Su barra, magnífica. En el “lobby” el piano de Cole Porter. Al lado las Waldorf Tower donde vivían Douglas Mac Arthur y el director del FBI. “Sultan”, tienda de trajes, abrigos y batas de cashmere, sucursal de la matriz, en París. The Waldorf Astoria. Vida de ricos, cuate.

“¿Y?

“Terminó mi misión, dejo la Gran Vida y regresó a mi modesto departamentito. ¡No hay derecho, hermano! A trabajar el triple, el cuádruple. Y están las relaciones. Conseguí unas bodegas en la Central de Abastos. Busco buenos proveedores. Ofrezco mis mercancías. Mi esposa, Estela me ayuda mucho. Vigila y organiza. Con puro trabajo, mi cuate. Ahorro. Así tengo todo el derecho a vivir bien. No robo a nadie”

Loubet junior terciaba: “Le aconsejé a los nuevos muchachitos que se pongan a leer. Desde Salgari y Óscar Wilde a Robert Louis Stevenson en “La isla del Tesoro”. ¡Caracoles, carecen de vocabulario! Vuelvan los ojos a Julio Verne y a Michel Zevaco en los veintisiete tomos de “Los Pardaillán”. Jóvenes éstos –juzgaba Enrique-- que se las dan de “caritas”, se creen muy guapos y conquistadores. No, manita. Hay que prepararse. Para tener roce social, conversación, cultura.

“Lean o escuchen los relatos de Manuel Mejido… Carlos Denegri me deslumbró. Gané su confianza a punta de trabajo. Me propuse entrevistar al Premier ruso NIkita Kruschev. Sucesor de José Stalin. Aquel tirano que asesinó a millones y persiguió hasta eliminar, aquí en México, a Leon Trotski, había tenido como bufón a Kruschev. Nikita el amo. Nikita que empequeñecía a John F. Kennedy en su encuentro en Austria. Personajazo aquel hombre.

“En los años 50 –albores de la Guerra Fría-- no era tan fácil viajar a Moscú y presentarte en el Kremlin y decir: “Quiero entrevistar al Primer Ministro. Soy reportero de Excélsior. ¡Ni te imaginas! Pues así y con muy pocos dólares me embarqué en esa misión. Viajaría a Rusia y tocaría la puerta del despacho del líder que retaba a Occidente. Poderoso Nikita Kruschev.

“La mismísima autoridad soviética se sorprendió por mi presencia en su país, en sus oficinas y en mi urgencia. Casi movilizan a la KGB del criminal Beria para investigarme y expulsarme de su país. Apenas conseguí habitación en un modesto hotel se presentaron personajes de la seguridad.

“Nadie llega aquí sin conocimiento y guía de la autoridad, señor Mejido. Entregue su pasaporte. No puede usted hospedarse aquí. Vamos a investigar…

“Pasé días fríos y difíciles. Escaseaba el dinero. Ni siquiera poseía un buen sombrero o una adecuada gorra rusa para proteger cabeza y oídos del intenso frío. El Padre Invierno que derrotó a Napoleón y a Hitler me flageló. Hasta que alguien, un diplomático mexicano destinado a nuestra embajada me aconsejó: “Mándale un telegrama al señor Kruschev”.

“--¿Un telegrama, desde aquí mismo?

“--Es un uso muy común aquí. Mandas tu telegrama y esperas respuesta. Yo sé lo que te digo-- sentenció mi amigo diplomático. Hazlo así.

“Me convenció la buena voluntad y consejo de mi cuate. Así que remití un telegrama a Kruschev. ¿Domicilio? ¡El Kremlin! Esperé respuesta. Y no tuve ninguna.

“--Mándale otro- - recomendó mi buen consejero. Y lo hice. Y nada. ¿Entonces?

“Cuando llegué al telegrama número 128 Nikita Kruschev me respondió. Me recibiría en su oficina en el Kremlin. Verás…”