/ sábado 10 de agosto de 2024

De la pluma de Miguel Reyes Razo / Vicente Saldívar, peleador olímpico

“Sin escuela, ¿qué te queda? O boxeador o torero. Como las “viejas “ que quieren ser artistas de cine y se meten al Miss Universo. O buscan un “chance” en el Teatro Blanquita. O le hacen de “extra” en el cine. El chiste es salir de la pobreza. Veme a mi --se exhibía Vicente Saldívar en el barrio de la colonia Doctores recién bañado, fresco, a punto de subir a un precioso automóvil inglés--, yo dando y recibiendo golpes he visto el mundo. Es la segunda vez que soy campeón del mundo. Me retiré invicto y con lana. No toda la que debería recibir. Los empresarios me hicieron las cuentas del gran capitán. Tenía razón mi manager, don Adolfo Pérez. Nunca quiso al cuate que se nos acercó con el cuento de ser mi representante internacional. Se “picó” buena lana. Por poco y lo demandamos. Gente que se las da de muy influyente. Muy “acá”. Lo ven a uno “prangana” y te clavan el diente.

Se abría de capa el famoso boxeador. El “Zurdo de Oro” lo llamaba La Prensa. El campeón de la colonia Postal. Del ESTO lo perseguía Alberto Reyes. Rene Chambón, de “El Heraldo de México”, lo tentaba con escribir su biografía. Desde sus inicios, cuando vivía por Niño Perdido, rumbo de cabaretuchos y centros nocturnos de mala muerte.

“Ahí tenía mi papá un taller de reparación de camas. Vendía las de latón que un tiempo estuvieron muy de moda. Mi hermano Guillermo y yo dormíamos en la accesoria. Ahí llegaban a recargarse las “polveadas” a pescar clientes. Se la pasaban habla y habla. Se contaban sus cosas. No dejaban dormir. Para echarlas, Memo y yo les echábamos orines. Por arriba de la cortina. Sólo así.”

Eso ocurría tras días de rechazo a tratar al reportero.

“¿Reportero? -- repitió incrédulo y siguió: “ No quiero saber nada de usted ni de ningún otro periodista. ¡Los detesto!, ¡los desprecio! Ustedes no saben lo que es la discreción, la amistad y el respeto. Son muy malagradecidos. A mi ya me han hecho muchas…”

Estábamos en el pasillo de un local de baños y gimnasio “Gloria”, por los rumbos de la colonia Morelos. Minutos antes había aparecido con la cabeza escurriendo agua.

“ Un peine…Un peine…”- gritó entre urgido y divertido.

“ Aquí tiene, señor Saldívar”- dije y le ofrecí el mío.

Lo tomó y se plantó frente a los espejos que exhibían los precios, tarifas por el vapor general o individual, los de jabones y estropajos o masajes y lustre de calzado.

Tenía un torso formidable. Ancho, amplio el tórax. Flexible, ágil, apresurado. Llevaba un pantalón guinda y un suéter muy ligero, fino de hilo blanco. Elogié su atuendo.

“ Ropa que me compré en Londres. En Portobelo Market. ¿Conoce?

“ Pues, no. Soy reportero y me ordenaron entrevistarlo. El director de “Contenido”, don Armando Ayala Anguiano produce una publicación bisemanal que se llama “Vida Capitalina”. Se entrega con el periódico “Novedades”.

Retrocedía y me devolvía el peine. Gesto descompuesto. Áspero.

“No hay ninguna entrevista. Adiós.”

Con uno de los varios puros “Ornelas” que consumía a diario entre los dedos, en su oficina de avenida Morelos 16, Ayala Anguiano y su leal Jefe de Redacción, don Javier Ramos Malzarraga me exhortaron:

“Nada de desanimarse. Búsquelo. Persígalo. Vuelva al gimnasio. Averigüe donde vive. Esa es la tarea de reportero. Y Ayala remató: Y urge. La tengo ya en diagrama…”

Armando Ayala Anguiano viajó intensamente en su calidad de corresponsal de la revista “Visión”. Harto de recibir órdenes de trabajo sopesó la idea de producir su propia revista. Se hizo de dos socios: Miguel Alemán Velasco y Rómulo O’Farrill junior. “Contenido” fue un éxito desde el primer número. Muchos años después la adquirió el ingeniero Carlos Slim. Ayala atrajo al reportero Javier Ramos Malzarraga formado en “ El Popular” al lado del político Vicente Lombardo Toledano. Seguí sus instrucciones.

Al fin conseguí preguntarle :

“¿Dónde, a qué hora corre, señor Saldívar ?

“En Chapultepec. A las cinco de la mañana”.

Armando Ayala decidió:

“ Que lo acompañe la joven fotógrafa Maritza López . Tiene muy buen ojo. Yo la localizo”

Maritza tenía un Volkswagen. Se entusiasmó.

“ Yo paso por ti…”

Era en el Monumento a los Niños Héroes donde iniciaba su sesión de carrera kilométrica Vicente Saldívar. Llegó en Mustang equipado con un estéreo que guardaba en la cajuelita de guantes. Pants y sudadera blanca. Uniforme deslumbrante. Como si entrara a un quirófano. Su hermano Guillermo conducía el carrazo.

Sonreía. Educado saludó a Maritza, que ya disparaba relámpagos en su Nikon. Oscuro el bosque. El silencio nos rodeaba.

“Que quiere usted?”-- me soltó .

“ Entrevistarlo, señor Saldívar. Saber qué impulsa a un hombre a emprender largas carrera de madrugada. ¿Qué piensa? ¿Qué persigue ? Eso quiero. Confio

“ Fui boxeador amateur. Estuve en la Olimpiada de Roma en 1960.

Se detuvo.

“Luego le seguimos…

Se colocó los puños sobre las tetillas y se perdió en la oscura madrugada. Se hundió en el bosque. Fue el comienzo.

“Sin escuela, ¿qué te queda? O boxeador o torero. Como las “viejas “ que quieren ser artistas de cine y se meten al Miss Universo. O buscan un “chance” en el Teatro Blanquita. O le hacen de “extra” en el cine. El chiste es salir de la pobreza. Veme a mi --se exhibía Vicente Saldívar en el barrio de la colonia Doctores recién bañado, fresco, a punto de subir a un precioso automóvil inglés--, yo dando y recibiendo golpes he visto el mundo. Es la segunda vez que soy campeón del mundo. Me retiré invicto y con lana. No toda la que debería recibir. Los empresarios me hicieron las cuentas del gran capitán. Tenía razón mi manager, don Adolfo Pérez. Nunca quiso al cuate que se nos acercó con el cuento de ser mi representante internacional. Se “picó” buena lana. Por poco y lo demandamos. Gente que se las da de muy influyente. Muy “acá”. Lo ven a uno “prangana” y te clavan el diente.

Se abría de capa el famoso boxeador. El “Zurdo de Oro” lo llamaba La Prensa. El campeón de la colonia Postal. Del ESTO lo perseguía Alberto Reyes. Rene Chambón, de “El Heraldo de México”, lo tentaba con escribir su biografía. Desde sus inicios, cuando vivía por Niño Perdido, rumbo de cabaretuchos y centros nocturnos de mala muerte.

“Ahí tenía mi papá un taller de reparación de camas. Vendía las de latón que un tiempo estuvieron muy de moda. Mi hermano Guillermo y yo dormíamos en la accesoria. Ahí llegaban a recargarse las “polveadas” a pescar clientes. Se la pasaban habla y habla. Se contaban sus cosas. No dejaban dormir. Para echarlas, Memo y yo les echábamos orines. Por arriba de la cortina. Sólo así.”

Eso ocurría tras días de rechazo a tratar al reportero.

“¿Reportero? -- repitió incrédulo y siguió: “ No quiero saber nada de usted ni de ningún otro periodista. ¡Los detesto!, ¡los desprecio! Ustedes no saben lo que es la discreción, la amistad y el respeto. Son muy malagradecidos. A mi ya me han hecho muchas…”

Estábamos en el pasillo de un local de baños y gimnasio “Gloria”, por los rumbos de la colonia Morelos. Minutos antes había aparecido con la cabeza escurriendo agua.

“ Un peine…Un peine…”- gritó entre urgido y divertido.

“ Aquí tiene, señor Saldívar”- dije y le ofrecí el mío.

Lo tomó y se plantó frente a los espejos que exhibían los precios, tarifas por el vapor general o individual, los de jabones y estropajos o masajes y lustre de calzado.

Tenía un torso formidable. Ancho, amplio el tórax. Flexible, ágil, apresurado. Llevaba un pantalón guinda y un suéter muy ligero, fino de hilo blanco. Elogié su atuendo.

“ Ropa que me compré en Londres. En Portobelo Market. ¿Conoce?

“ Pues, no. Soy reportero y me ordenaron entrevistarlo. El director de “Contenido”, don Armando Ayala Anguiano produce una publicación bisemanal que se llama “Vida Capitalina”. Se entrega con el periódico “Novedades”.

Retrocedía y me devolvía el peine. Gesto descompuesto. Áspero.

“No hay ninguna entrevista. Adiós.”

Con uno de los varios puros “Ornelas” que consumía a diario entre los dedos, en su oficina de avenida Morelos 16, Ayala Anguiano y su leal Jefe de Redacción, don Javier Ramos Malzarraga me exhortaron:

“Nada de desanimarse. Búsquelo. Persígalo. Vuelva al gimnasio. Averigüe donde vive. Esa es la tarea de reportero. Y Ayala remató: Y urge. La tengo ya en diagrama…”

Armando Ayala Anguiano viajó intensamente en su calidad de corresponsal de la revista “Visión”. Harto de recibir órdenes de trabajo sopesó la idea de producir su propia revista. Se hizo de dos socios: Miguel Alemán Velasco y Rómulo O’Farrill junior. “Contenido” fue un éxito desde el primer número. Muchos años después la adquirió el ingeniero Carlos Slim. Ayala atrajo al reportero Javier Ramos Malzarraga formado en “ El Popular” al lado del político Vicente Lombardo Toledano. Seguí sus instrucciones.

Al fin conseguí preguntarle :

“¿Dónde, a qué hora corre, señor Saldívar ?

“En Chapultepec. A las cinco de la mañana”.

Armando Ayala decidió:

“ Que lo acompañe la joven fotógrafa Maritza López . Tiene muy buen ojo. Yo la localizo”

Maritza tenía un Volkswagen. Se entusiasmó.

“ Yo paso por ti…”

Era en el Monumento a los Niños Héroes donde iniciaba su sesión de carrera kilométrica Vicente Saldívar. Llegó en Mustang equipado con un estéreo que guardaba en la cajuelita de guantes. Pants y sudadera blanca. Uniforme deslumbrante. Como si entrara a un quirófano. Su hermano Guillermo conducía el carrazo.

Sonreía. Educado saludó a Maritza, que ya disparaba relámpagos en su Nikon. Oscuro el bosque. El silencio nos rodeaba.

“Que quiere usted?”-- me soltó .

“ Entrevistarlo, señor Saldívar. Saber qué impulsa a un hombre a emprender largas carrera de madrugada. ¿Qué piensa? ¿Qué persigue ? Eso quiero. Confio

“ Fui boxeador amateur. Estuve en la Olimpiada de Roma en 1960.

Se detuvo.

“Luego le seguimos…

Se colocó los puños sobre las tetillas y se perdió en la oscura madrugada. Se hundió en el bosque. Fue el comienzo.