El primer debate en ser televisado ocurrió en 1960 en Estados Unidos, con los candidatos a la presidencia de ese país.
Fue hasta 1994 que las mexicanas y mexicanos tuvimos oportunidad de tener un ejercicio similar, que sin duda alguna, marcó un hito en nuestra historia democrática.
La Ciudad de México, -entonces Distrito Federal- celebró su primer debate con los candidatos a la Jefatura de Gobierno en mayo de 1997, dicho sea de paso, fue la primera vez que las y los capitalinos tuvimos oportunidad de votar por quien ocuparía ese cargo.
Así, a lo largo de 27 años este ejercicio ha ido evolucionando hasta llegar a ser como lo conocemos hoy.
Madurando junto con la democracia capitalina, así es el #DebateChilango, pues además de ser un medio para conocer a las y los candidatos y tener información suficiente para definir el sentido del voto, es también un mecanismo que fomenta la cultura de participación política en las personas.
Si de algo estoy convencida, es que la democracia no se limita a votar el día de las elecciones, representa una tarea que, tanto la ciudadanía como quienes nos dedicamos a la política, tenemos que desarrollar de manera constante y en conjunto.
Hemos visto diferentes escenarios en cada debate organizado por el IECM, desde ausencias de candidaturas, hasta descalificaciones y señalamientos.
Las reglas que previamente firmamos los candidatos que decidimos debatir, son claras, prohíben hacer manifestaciones o utilizar imágenes con contenidos violentos, de calumnia o discriminatorios.
Si bien es cierto que acudir al debate es voluntario, y apegarse a las reglas que firmamos es de buena fe, también es cierto que no respetar esas reglas o intentar desconocer su contenido, es muestra del respeto a nuestras instituciones y a nuestra democracia.
Hace unos días tuve la oportunidad de participar en el #DebateChilango, organizado por el Instituto Electoral de la Ciudad de México, en donde quienes contendemos por el Distrito 5 Azcapotzalco–Miguel Hidalgo, acudimos a contrastar ideas y propuestas.
La intención no es hablar del ejercicio, eso lo puede corroborar cualquier ciudadano, el objetivo, es motivar a participar e involucrar a la ciudadanía, principalmente a los votantes jóvenes, o a quienes será la primera elección en la que participan.
Para cerrar estas líneas, les comparto una anécdota antes de que el primer debate presidencial tuviera lugar en México:
En 1988, yo caminaba por Avenida Reforma cuando escuché a un hombre dar un discurso en el Ángel de la Independencia, ese hombre competía para la presidencia de la República por el PAN.
Si bien, no fue como tal un debate, escuchar la forma en que él se dirigía a las personas, y señalaba como imaginaba el rumbo de este país, sin duda alguna, cambió mi vida.