/ martes 8 de octubre de 2024

Día Mundial de la Salud Mental: una reflexión sobre causas 

Por Erika Valtierra

En 1992, la Federación Mundial de Salud Mental y la Organización Mundial de la Salud (OMS) declararon el 10 de octubre de cada año como el Día Mundial de la Salud Mental para generar conversaciones en torno a la salud mental y disminuir, así, los estigmas asociados con la misma. Poco más de tres décadas después de su primera conmemoración, el foco está puesto en la salud mental en el trabajo.

La OMS destaca la influencia que los espacios laborales tienen en la salud mental, ya sea como sitios de apoyo que promueven resiliencia y la sensación de propósito, o bien como entornos cuyas condiciones son detrimentales para el bienestar integral. En ese aspecto, la publicación de la NOM-035-STPS-2018 (NOM-035) en 2018, cuyo objetivo es “Establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo”, fue un avance relevante para la salud mental laboral en México.

Sin embargo, el camino para la implementación de la NOM-035 sigue siendo complejo. Pensemos, por ejemplo, en las organizaciones de la sociedad civil (OSC), cuya labor es esencial en la disminución de barreras para una mejor calidad de vida en comunidades y poblaciones cuyo acceso a recursos es limitado.

Al colaborar en una OSC, es común ver el trabajo como la expresión concreta de una serie de valores que guían nuestra visión del mundo, algo a lo que se suele denominar la causa. La causa no es solamente el motor que da vida a la organización y al funcionamiento de los equipos: muchas veces también funciona como refugio ante las situaciones complejas que pasamos en otras esferas de la vida e incluso como aparente respuesta a los conflictos profundos que subyacen a las organizaciones. Se trata, en muchas ocasiones, del principio rector de la cultura organizacional de las OSC.

La causa puede ser difícil de medir (¿quién va a tener tiempo de hacer análisis del discurso mientras hay 12 incendios que apagar?), así que muchas veces se observa en números: número de personas atendidas, horas que pasamos en la oficina, tiempo que invertimos en hablar de casos, cantidad de conversatorios internos que realizamos sobre la causa, cantidad de años sin tomar vacaciones. La causa es una motivación crucial que, si no se maneja con cuidado y responsabilidad, puede llevar al desgaste, traducido en términos como síndrome de desgaste por el trabajo (o burnout), fatiga por compasión, trauma vicario u otros diagnósticos como ansiedad o depresión. Sanar cualquiera de estas experiencias toma tiempo, esfuerzos constantes y conscientes e inversiones económicas que muchas veces el personal de una OSC no puede financiar.

El amor y compromiso por la causa no son recursos inagotables. Y como cualquier recurso finito, lo más importante es que aprendamos a cuidarlo y gestionarlo. Promover entornos sanos y seguros al interior de las OSC es un trabajo en muchos planos simultáneos: el individual, el colectivo, el institucional y el estructural.

Si bien tener talleres constantes orientados al manejo de las emociones aportan a un plan individual de cuidado, se requiere que las organizaciones tomen un papel más activo: respetar las jornadas laborales de 8 horas, supervisar que las cargas de trabajo no sean excesivas; otorgar flexibilidad para quienes están maternando/paternando y para personas con neurodivergencias; construir espacios de diálogo para gestionar conflictos; disminuir las barreras de acceso a servicios de salud mental, y permitir que sus colaboradorxs tengan espacios y tiempos para cultivar otras esferas de la vida. Esto no se limita a los procesos organizacionales: es necesario que también las instituciones donantes prioricen las prácticas de cuidado al decidir a qué proyectos otorgarán financiamiento.

No se trata de eliminar a la causa como eje fundamental de la cultura organizacional de las OSC, sino de incorporar otras perspectivas; por ejemplo, que los cuidados requieren verse como un imperativo al trabajo que se realiza y no como un lujo al que hay que renunciar. La causa y los cuidados no son mutuamente excluyentes; en realidad, se necesitan mutuamente para poder avanzar en cualquier misión, no desde un discurso basado en lo que podemos producir, sino en lo que podemos construir y aportar en conjunto.

Estas reflexiones fueron posibles gracias a Ksakrad Kelly, Paula Ramírez, Tania Martínez, Daniel Torres y los maravillosos equipos que he conocido, con quienes he aprendido la importancia de cuidarnos y apapacharnos en grupo.

Por Erika Valtierra

En 1992, la Federación Mundial de Salud Mental y la Organización Mundial de la Salud (OMS) declararon el 10 de octubre de cada año como el Día Mundial de la Salud Mental para generar conversaciones en torno a la salud mental y disminuir, así, los estigmas asociados con la misma. Poco más de tres décadas después de su primera conmemoración, el foco está puesto en la salud mental en el trabajo.

La OMS destaca la influencia que los espacios laborales tienen en la salud mental, ya sea como sitios de apoyo que promueven resiliencia y la sensación de propósito, o bien como entornos cuyas condiciones son detrimentales para el bienestar integral. En ese aspecto, la publicación de la NOM-035-STPS-2018 (NOM-035) en 2018, cuyo objetivo es “Establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo”, fue un avance relevante para la salud mental laboral en México.

Sin embargo, el camino para la implementación de la NOM-035 sigue siendo complejo. Pensemos, por ejemplo, en las organizaciones de la sociedad civil (OSC), cuya labor es esencial en la disminución de barreras para una mejor calidad de vida en comunidades y poblaciones cuyo acceso a recursos es limitado.

Al colaborar en una OSC, es común ver el trabajo como la expresión concreta de una serie de valores que guían nuestra visión del mundo, algo a lo que se suele denominar la causa. La causa no es solamente el motor que da vida a la organización y al funcionamiento de los equipos: muchas veces también funciona como refugio ante las situaciones complejas que pasamos en otras esferas de la vida e incluso como aparente respuesta a los conflictos profundos que subyacen a las organizaciones. Se trata, en muchas ocasiones, del principio rector de la cultura organizacional de las OSC.

La causa puede ser difícil de medir (¿quién va a tener tiempo de hacer análisis del discurso mientras hay 12 incendios que apagar?), así que muchas veces se observa en números: número de personas atendidas, horas que pasamos en la oficina, tiempo que invertimos en hablar de casos, cantidad de conversatorios internos que realizamos sobre la causa, cantidad de años sin tomar vacaciones. La causa es una motivación crucial que, si no se maneja con cuidado y responsabilidad, puede llevar al desgaste, traducido en términos como síndrome de desgaste por el trabajo (o burnout), fatiga por compasión, trauma vicario u otros diagnósticos como ansiedad o depresión. Sanar cualquiera de estas experiencias toma tiempo, esfuerzos constantes y conscientes e inversiones económicas que muchas veces el personal de una OSC no puede financiar.

El amor y compromiso por la causa no son recursos inagotables. Y como cualquier recurso finito, lo más importante es que aprendamos a cuidarlo y gestionarlo. Promover entornos sanos y seguros al interior de las OSC es un trabajo en muchos planos simultáneos: el individual, el colectivo, el institucional y el estructural.

Si bien tener talleres constantes orientados al manejo de las emociones aportan a un plan individual de cuidado, se requiere que las organizaciones tomen un papel más activo: respetar las jornadas laborales de 8 horas, supervisar que las cargas de trabajo no sean excesivas; otorgar flexibilidad para quienes están maternando/paternando y para personas con neurodivergencias; construir espacios de diálogo para gestionar conflictos; disminuir las barreras de acceso a servicios de salud mental, y permitir que sus colaboradorxs tengan espacios y tiempos para cultivar otras esferas de la vida. Esto no se limita a los procesos organizacionales: es necesario que también las instituciones donantes prioricen las prácticas de cuidado al decidir a qué proyectos otorgarán financiamiento.

No se trata de eliminar a la causa como eje fundamental de la cultura organizacional de las OSC, sino de incorporar otras perspectivas; por ejemplo, que los cuidados requieren verse como un imperativo al trabajo que se realiza y no como un lujo al que hay que renunciar. La causa y los cuidados no son mutuamente excluyentes; en realidad, se necesitan mutuamente para poder avanzar en cualquier misión, no desde un discurso basado en lo que podemos producir, sino en lo que podemos construir y aportar en conjunto.

Estas reflexiones fueron posibles gracias a Ksakrad Kelly, Paula Ramírez, Tania Martínez, Daniel Torres y los maravillosos equipos que he conocido, con quienes he aprendido la importancia de cuidarnos y apapacharnos en grupo.