El martes pasado sucedió algo poco común. Más de 20 organizaciones periodísticas se unieron para firmar un desplegado público en repudio a las amenazas que grupos de criminales lanzaron, vía redes sociales, contra los periódicos Milenio, El Universal y Televisa, en particular contra la periodista Azucena Uresti. Se exigía asimismo que el gobierno garantizara la seguridad de todos los comunicadores involucrados.
Los medios de comunicación no suelen ir unidos en nada. La competencia profesional es feroz y suele extenderse de lo estrictamente editorial al ámbito comercial, con buena dosis adicional de rencillas personales en un gremio con grandes egos, que han transitado por varias redacciones, dejando a su paso un legado de filias y fobias.
Esta vez no fue así. Haciendo a un lado intereses coyunturales y desconfianzas, los medios se unieron en un tema de elemental supervivencia e interés común: la seguridad de los amenazados y la de todo el gremio que se vio reflejado en la soez provocación de los delincuentes.
Proceso, Tv Azteca, El Universal, Televisa, Grupo Imagen, la Organización Editorial Mexicana, El Heraldo, La Silla Rota, Publimetro, Animal Político, Debate, Eje Central, La Razón, la agencia de noticias feministas Sem México y a nivel internacional la Sociedad Interamericana de Prensa y la Asociación Mundial de Editores de Periódicos, pidieron al unísono protección para los aludidos.
Y le dijeron al poder: “Los grupos que lanzan esta amenaza saben que pueden hacerlo por la impunidad que gozan quienes durante décadas han intimidado a periodistas y medios de comunicación. En muchas regiones del país, acciones como la vista ayer han sido preámbulo para más ataques o amenazas contra periodistas, convirtiéndolas en virtuales zonas de silencio”. En la parte final de la pieza se exige al gobierno garantizar la libertad de expresión y no debilitar a los medios con estigmatizaciones.
Y es que es más lo que une a los medios de comunicación que el simple problema coyuntural de enfrentar a un presidente que ha hecho de ellos su mantra negativo. Los medios atraviesan por una triple crisis: primero por un modelo de negocio que cambió la forma de consumir noticias, y por ende del tipo de audiencias que las consumen.
Segundo, por la mutación mundial en los patrones publicitarios y en el caso mexicano por la falta de publicidad oficial que sí pegó en las arcas de muchos medios. Hay quien dice, con razón, que los que apostaron a tener dinero barato del gobierno de por vida, tienen ahora que adaptarse al cambio de reglas y vivir de sus contenidos y suscriptores.
Y en tercer lugar, la rampante inseguridad que amenaza, sobre todo en provincia, a los comunicadores, donde se ha dado el mayor número de asesinatos en el país durante los últimos 20 años.
Ciertamente faltaron muchos medios firmantes en el desplegado, algunos se sumaron tarde pero mostraron interés por sumarse a una causa justa. Otros, se mantienen alejados de este tipo de iniciativas por añejas políticas propias, que los obligan a estar lo más aislado posible del resto del gremio.
Pero ya no son tiempos de hacerle al lobo solitario o de pretender salvaguardar supuestas purezas para no “contaminarse” de los otros. Hay temas, más allá del político de coyuntura, donde la prensa debe reflexionar de manera conjunta sobre sus retos, primero coaligarnos para que no nos maten; después debatir sobre el nuevo ecosistema noticioso, sobre la industria y sus tendencias; sobre las nuevas formas de financiamiento; sobre cómo enfrentar nuevos enemigos externos como los embates de Google y Facebook; pensar en qué hacer con la fake news; cómo fortalecer la credibilidad de las instituciones en tiempos de las redes sociales; entender las secuelas del Covid en la elaboración y consumo de noticias; etcétera.
El desplegado del martes muestra que hay un camino común de la prensa mexicana, que no pasa por traicionar políticas editoriales propias ni dejar de ser competidores, sino donde es posible actuar como gremio unido ante los grandes problemas que tiene la industria por delante.