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Después haber observado los turbulentos eventos del fin de semana (el intento de asesinato de Donald Trump y la terrible organización de la final de la Copa América en Miami en la que la gente comenzó a pelearse y entrar de manera rampante sin boleto) es interesante analizar nuestra manera de atestiguar tragedias desde nuestros dispositivos.
Desde que tenemos acceso a una cantidad infinita de contenido desde nuestros celulares, es fácil perdernos entre tanta información. Y cuando el flujo de noticias es constante y los ciclos duran 24 horas es fácil entrar en una especie de estado de trance. Después de haber atestiguado tantas noticias turbulentas seguidas es normal llegar a un estado de disociación en el que podemos estar viendo una tragedia suceder en vivo y aún así no mostramos emociones acorde a lo que estamos viendo.
Esta disociación e incapacidad para conectarse con todas las tragedias del mundo es una experiencia demasiado común. Clínicamente, se llama fatiga por compasión y a menudo se observaba en profesiones que estaban constantemente expuestas a traumas y sufrimiento, como profesionales de la salud y cuidadores. Hoy en día, en un mundo con ciclos de noticias que no terminan y presencia constante en las redes sociales, todos podemos experimentar los síntomas de la fatiga por compasión.
Si nos tomamos un momento para observar todo lo que hemos vivido como sociedad desde el inicio de la pandemia hasta el día de hoy, el panorama es verdaderamente agotador debido a la magnitud de las tragedias. Y no es que antes de eso el mundo no hubiera experimentado tragedias o períodos turbulentos de su historia, sino que antes no teníamos la sensación de que todo está sucediendo simultáneamente en dónde estamos (debido a la ubicuidad de las redes sociales) por lo que el hecho de que algo suceda del otro lado del mundo no impide que nos preocupe igual que algo que está pasando en donde vivimos.
Varias crisis seguidas se sienten como si se hubieran convertido en una crisis gigante que tiene innumerables víctimas y, como tal, solo profundizará la fatiga por compasión. La indignación también es una solución a corto plazo, ya que la ira suele durar poco y es desmoralizante mantenerla. Y el problema es que ninguna de estas estrategias aborda el verdadero problema de la fatiga por compasión: que nuestra compasión y empatía se gastan en cuestiones sobre las que tenemos poco (o ningún) control y, por lo tanto, nos estamos agotando en problemas que no podemos mejorar.
El disociar de esta forma no es una respuesta consciente, ya que no elegimos disociar. El disociarse de nuestras emociones es una respuesta que se genera en nuestro cerebro reptiliano. La parte reptiliana es la parte más antigua del cerebro en términos evolutivos, la parte responsable de nuestro mecanismo primitivo de supervivencia y, por tanto, de la mayoría de los sentimientos de ansiedad en la vida moderna. Cuando se siente abrumado, para evitar un exceso de estrés en el cuerpo, simplemente se apaga y el resultado es apatía o entumecimiento.
La realidad es que es sumamente difícil intentar seguir teniendo empatía en un mundo que parece ponerse cada vez peor. Sin embargo, es importante recordar que, en muchas causas, todo lo que hacemos cuenta. Por lo que es valioso concentrarnos en los cambios que podemos generar e intentar no dejar toda nuestra capacidad de empatía en cosas que no podemos cambiar.