México deberá corregir los desequilibrios que sus cuentas externas exhiben si quiere evitar el costo que implicará la recesión europea, la desaceleración de Estados Unidos y el cambio estructural que será visible en 2023.
Ante la debilidad del mercado interno, las exportaciones de manufactura fueron un factor de crecimiento, pero ello terminará con contracción esperada para los principales socios económicos de México.
Un ejemplo de la magnitud de las correcciones globales que ya ocurren es la caída del euro y la libra esterlina: las monedas se han depreciado ante el aumento del déficit comercial de la región y el colapso de la industria alemana, francesa y británica. Europa no puede financiar sus importaciones porque no tiene energéticos para producir o los costos son prohibitivos. El aumento en las tasas de interés no ayudará.
La recesión, es decir, el freno al consumo e inversión es visto como parte de la solución porque el gasto público no puede ser financiado con más deuda. El costo social ya se observa en las calles de Francia y Alemania. Las fricciones sólo han comenzado.
En este contexto es momento para que México revise la contabilidad de su comercio: su déficit comercial es de (-) 24.4 mil millones de dólares (hasta agosto) y se puede estimar que en 2022 cerrará en casi (-) 40 mil millones, una cifra no vista en la historia reciente del país y que equivale al 4% del PIB. Son los recursos que debe enviar al exterior para pagar por lo que no produce internamente.
Hasta agosto parte de los recursos llegaron de las exportaciones manufactureras, un ingreso que se moderará conforme Estados Unidos se desacelere y la Unión Europea entre en recesión. Las remesas son parte de lo que evita observar la dimensión del problema en la cuenta corriente: existe un equilibrio contable pero no productivo ni sostenible.
Por ello, no hay mucha opción para evitar la corrección, particularmente porque los cambios globales son de orden estructural y seguirán avanzando.
Los estrategas de la globalización cometieron un error: bajo los efectos de la euforia por la caída de la URSS y del bloque socialista europeo entregaron el éxito de su modelo económico primero a China y después a una Rusia que consideraban lo suficientemente débil como para convertirla en parte de su zona periférica.
Deslumbrados por las ganancias del corto plazo, los políticos de europeos y estadounidenses olvidaron los orígenes ancestrales e imperiales de China y Rusia: su ADN es liderear el mundo, sus crisis han sido un paréntesis en la historia.
Los países occidentales entregaron la industria manufacturera a China: el 28% del valor agregado global se produce en el país asiático y con ello controla una parte importante de la inversión, innovación, producción, distribución, logística y trayectoria futura del sector. China puede competir contra la estrategia del “nearshoring” por la dependencia que Estados Unidos tiene de productos orientales.
La Unión Europea también debe hacer frente a su error de subestimar la capacidad estratégica de Vladimir Putin. Al caer la industria alemana se llevará consigo a Francia e Italia y dejará de recibir los recursos que necesita para financiar a toda la Unión Europea y a Ucrania.
Rusia tiene el control en Europa por el silencioso apoyo de China a la economía rusa: los herederos del socialismo de Mao y Stalin han logrado equilibrar la balanza. México debe prepararse para el cambio que viene y una corrección como la de 1994.