América del Norte enfrenta el desafío y la necesidad de diluir la dependencia que tiene
respecto a la importación de insumos y bienes de capital del Este de Asia.
Paradójicamente la cadena fue puesta por decisión propia: América del Norte pensó que
era buena idea desplazar parte de su innovación tecnológica y producción de
manufacturas hacia China y sus aliados.
Por iniciativa propia, y por renunciar a la política industrial, América del Norte entregó el
funcionamiento de las cadenas logísticas y de suministro, el desarrollo del capital humano
asociado a todo el proceso productivo de la nueva generación tecnológica, una proporción creciente de inversión extranjera directa y el registro de patentes al Este de Asia.
Representa una realidad, la interrogante versa sobre sí América del Norte esta preparada
para instrumentar una estrategia de sustitución de importaciones que le permita revertir
lo anterior.
La realidad ha mostrado la magnitud del error geopolítico que representó pensar que las
grandes empresas estadounidenses, europeas y japonesas podían enviar su producción, y
aún parte de su innovación, al Este de Asia sin sufrir las consecuencias.
El yerro es similar al cometido por Alemania, y toda Europa, de apostar por el suministro
de gas y petróleo ruso: realmente asumieron que “el fin de la historia y el último hombre”
(F. Fukuyama) era real y no una sobre simplificación de los procesos históricos.
El ascenso geo-industrial de China ha mostrado que el país asiático aprovechó la
globalización para ubicarse en el liderazgo del sector de las manufacturas: el Covid-19
puso en claro el daño que la economía mundial enfrenta cuando el gigante asiático decide
parar su producción.
La guerra de los semiconductores es otra dimensión del mismo problema: ¿cuál era el
supuesto bajo el cual se alejó el diseño y producción de componentes electrónicos
estratégicos de los mercados de América del Norte y Europa?
La respuesta es la lógica del “fin de la historia” y la creencia de que el libre comercio
permitiría aprovechar las ventajas comparativas de cada región en beneficio de todos. La
visión geopolítica de China, Rusia y la India permiten cuestionar su validez.
La razón se encuentra en que la concentración industrial que favorece a China le otorga el
poder de mercado en el control parcial que tiene de la investigación y desarrollo
tecnológico, los procesos productivos en manufacturas, las cadenas logísticas y de
suministro, el financiamiento, el fortalecimiento del capital humano, las patentes y la
construcción de infraestructura física y digital. Fue la apuesta de China para atraer a los
soñadores de la globalización.
América del Norte, gracias al Covid-19 y al “desencanto por la globalización”, se dio cuenta
del error y quiere recuperar el tiempo perdido. No obstante, la promesa de los potenciales
beneficios del “nearshoring” o “friendshoring” pueden quedar en el mismo terreno que la
promesa de la globalización.
Para evitarlo, México debe promover una amplia reindustrialización de su sistema
productivo: crear, acelerar y fortalecer a las empresas industriales y elevar su capacidad
logística e innovadora. Todo requiere de nuevos mecanismos de financiamiento.
México debe eludir el error cometido con el TLCAN y aún con el T-MEC: convertirse en una
región maquiladora que puede ser susceptible de triangular insumos de otras regiones.
Para ello debe apostar por la política industrial, es el único camino.