El incremento al salario mínimo general ha sido histórico: entre el 2018 y el 2023 pasará de 88.36 pesos por día a 207 pesos. Sin lugar a duda que lo anterior es una buena noticia porque revirtió un proceso sistémico de desgaste en su capacidad de compra: entre 1975 y el 2018 el salario mínimo perdió el 75% de su valor en términos reales.
No obstante, parece que el aumento en el salario mínimo no ha sido suficiente para combatir la conocida como pobreza laboral: de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) hasta el tercer trimestre del 2022 el 40.1% de la población ocupada tiene un ingreso inferior al requerido para comprar una canasta alimentaria básica.
¿Cómo puede ser posible a pesar del incremento en el salario mínimo? La respuesta radica en que la precarización del mercado laboral va más allá del salario mínimo, en realidad representa es estado actual del mercado laboral: llega hasta la informalidad, la baja productividad y la caída en el número de mexicanos que ganan más de 500 pesos al día. Todo ello queda fuera del alcance de la estrategia de incremento a los salarios mínimos.
Estamos frente a una consecuencia también histórica. Durante 30 años se utilizó al conocido como “minisalario” como mecanismo para contener el avance de la inflación: se perdió de vista que su objetivo fundador era crear una red de protección para la población y garantizarle un ingreso capaz de cubrir sus necesidades básicas. Dicha distorsión también se trasladó a los salarios promedio de la economía.
Puede argumentarse que durante los años ochenta del siglo XX era prioritario combatir el incremento en la inflación y que ello implicó el uso de medidas de emergencia. Sin embargo, lo que también es cierto es que la reducción del valor real del salario mínimo implicó un elevado costo social y causó una distorsión estructural sobre el mercado laboral.
Lo anterior ocurrió porque el control del salario se convirtió en una medida estructural: ante la baja productividad de la economía, el salario mínimo fue utilizado para elevar la competitividad de los procesos económicos. Con ello el país redujo el costo laboral, pero dejo de lado la agenda de productividad e innovación tecnológica que se estaba gestando en el mundo, elementos clave en la economía actual.
Así, entre 1988 y el 2018 el incremento del salario mínimo y de las remuneraciones promedio estuvo alineado al control de la inflación: se dejo de lado el fundamento productivo que también debió formar parte de su determinación.
Como consecuencia de lo último se incubó otro desequilibrio: la informalidad. Después de 40 años de bajo crecimiento y crisis recurrentes el mercado laboral es mayoritariamente informal: se creó un círculo vicioso de incentivos negativos para la población porque la informalidad se convirtió en la válvula de escape y en una trampa de pobreza. Migrar a Estados Unidos era la alternativa.
La informalidad representa un gran desafío porque ahí es en donde se paga el salario mínimo y las bajas remuneraciones: son procesos de bajo valor agregado y de nula productividad laboral.
En consecuencia, México deberá atender la agenda laboral desde una nueva perspectiva: una vez que el salario mínimo recuperó su poder adquisitivo es momento de atender los aspectos estructurales que han precarizado su mercado laboral, de otra forma seguirá presente el aumento de la pobreza laboral.