El T-MEC representa el resumen de una compleja relación entre México y Estados Unidos, una llena de oportunidades y de contradicciones.
Asimétrica por su naturaleza, la vinculación entre los dos países es vigorosa por la dimensión de su intercambio migratorio, material y económico. Miles de millones de dólares fluyen diariamente en ambas direcciones por el turismo, remesas, inversión, exportaciones e importaciones que existe entre ambos países.
El 50% de la inversión extranjera directa que México ha recibido en los últimos 30 años procede de la primera potencia del mundo. El 84% de las exportaciones del país se dirigen hacia su vecino del norte y de ahí procede el 50% de las importaciones.
Sin el gas de Texas México enfrentaría una crisis energética en tres días. La evolución de la Bolsa Mexicana de Valores se encuentra condicionada por lo que ocurra en el Dow Jones y el S&P 500.
El ciclo industrial nacional, y el de varios estados, esta supeditado a la evolución de las manufacturas de Estados Unidos que disfruta de los bajos costos laborales de los migrantes de origen mexicano y sus empresas del empleo calificado que encuentran al sur de su frontera.
La propia autonomía del Banco de México tiene un candado: seguir la tendencia de la política monetaria de la Reserva Federal estadounidense.
El T-MEC sintetiza el marco legal impuesto por Donald Trump para mantener una relación con su país: reglas restrictivas de comercio administrado que se aceptaron en materia laboral, comercial, de inversión y energética.
El T-MEC es el resumen de una relación intensa en la que México ha perdido, gradualmente, independencia.
La crisis de los años ochenta del siglo XX y la implementación del modelo de apertura comercial maquilador que sacrificó a las empresas nacionales profundizaron una asimetría que se generó dese el siglo XIX: los aciertos del modelo estadounidense convivieron con los errores del mexicano.
Crisis recurrentes y la falta de una agenda nacional común de largo plazo marcaron la diferencia: los conflictos y discrepancias han predominado sobre el desarrollo económico, salvo durante el periodo conocido como el “Milagro Mexicano”, cuando existieron desequilibrios pero en donde los resultados superaron a los problemas.
Los “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”, así lo han expresado y lo han aplicado con eficacia y pragmatismo. Gracias al entendimiento de este hecho el General Lázaro Cárdenas logró la nacionalización petrolera y acotó las fricciones que habían surgido desde el porfiriato.
En la tercera década del siglo XXI, México aún se encuentra inmerso en la definición de sus instituciones, en donde el resultado es incierto. No obstante, hay una realidad que no se debe dejar de lado: la relación con Estados Unidos es un tema de seguridad nacional, así se observa desde Washington, por ello impusieron las reglas enmarcadas por el T-MEC.
Lograr una relación equitativa es una aspiración legítima que pasa por alcanzar un nivel de crecimiento y desarrollo interno superior, representa el primer paso del largo camino que México perdió hace 50 años. Inicia por tener una visión adecuada e invertir con eficacia para el futuro al mismo tiempo que se aprovechan las oportunidades de una compleja relación.
Las fricciones son poco favorables para un país que en 2020 vivió la mayor crisis en 90 años y que enfrenta una nueva época de inflación y altas tasas de interés que limitarán la inversión y el consumo.