Parece que es un buen momento para poner el énfasis en dos factores clave. Uno es el económico: aunque tendremos enormes déficits presupuestarios durante los próximos años, provocarán un daño mínimo, si acaso. El otro es que, sin importar lo que digan, muy pocas figuras prominentes de la política o los medios son genuinos halcones del déficit que realmente están preocupados por las consecuencias de aumentar la deuda gubernamental. En cambio, lo que en esencia tenemos son pavorreales y buitres del déficit.
El término “pavorreal del déficit” lo acuñó el Centro para el Progreso Americano para representar a la gente que se pavonea y adopta una pose sobre el combate a los déficits sin ofrecer propuestas políticas realistas.
¿Y los buitres del déficit? Es un término que uso para los políticos que explotan la angustia por las finanzas públicas, verdadera o imaginaria, para apoyar una agenda política reaccionaria.
Casi no hace falta decir que los buitres del déficit son hipócritas. Después de todo, en 2017, Trump y McConnell forzaron la aprobación de un recorte fiscal de dos billones de dólares, sin ninguna preocupación aparente por los efectos sobre el déficit. Tampoco he escuchado a ningún republicano quejarse sobre los inmensos rescates que Trump ha dado a los productores agropecuarios.
Sin embargo, si dejamos la hipocresía de lado, ¿deberían preocuparnos los efectos de la COVID-19 en la deuda? No.
Es verdad que nos dirigimos hacia unas cifras exorbitantes. La semana pasada, la Oficina de Presupuesto del Congreso difundió proyecciones presupuestales y económicas preliminares para los próximos dos años que resultaron impactantes y poco sorprendentes al mismo tiempo.
Es decir, los números fueron desalentadores pero más o menos coherentes con las predicciones de muchos economistas independientes. En particular, la oficina del presupuesto espera que la crisis por la Covid-19 lleve la tasa de desempleo a un 16% en unos cuantos meses, un cálculo que incluso podría quedarse corto.
El aumento dramático del desempleo hará que se desplomen los ingresos federales y también provocará un incremento radical en el gasto destinado a los programas de seguridad social, como el seguro de desempleo, Medicaid y los cupones para alimentos. Si agregamos los enormes paquetes de rescate que ha aprobado el Congreso, la oficina del presupuesto proyecta un déficit que aumentará de forma temporal a niveles que no habíamos visto desde la Segunda Guerra Mundial, y espera que la deuda federal aumente del 79 por ciento al 108 por ciento del PIB, lo cual suena aterrador.
No obstante, el gobierno podrá pedir prestado ese dinero a tasas de interés increíblemente bajas. De hecho, las tasas de interés reales —medidas sobre los bonos del tesoro protegidos contra la inflación— son negativas. Por lo tanto, la carga de la deuda adicional, medida según el aumento en los pagos de interés a nivel federal, será insignificante. Y no, no debemos preocuparnos por el pago de la deuda; nunca la pagaremos, y eso está bien.
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