Vivimos tiempos vertiginosos. Gracias a la tecnología la información fluye inmediatamente y propicia la conformación de redes de comunicación que han sido la base de movimientos sociales. Las protestas han encontrado su espacio en el mundo virtual, casi ilimitado. Es de esta manera que se ha visibilizado la violencia de género que afecta a todas las mujeres del planeta, no importa la religión, la cultura, el idioma, el nivel de desarrollo, la edad o el estrato socioeconómico.
De forma contundente las mujeres de todo el mundo han salido a exigir un alto a los abusos sexuales y a la discriminación. La rabia de las mujeres ha provocado una estampida de acciones, de monumentos convertidos en santuarios de protestas, de gritos que señalan “el violador eres tú”, de autoridades pidiendo disculpas. A pesar de ello, hay quien se burla y no hace más que mostrar su amplia ignorancia por decir lo menos.
La violencia de género, en cualquiera de sus dimensiones, ha sido el yugo que se ha ejercido desde una posición de poder bajo un sistema patriarcal ancestral. La educación basada en estereotipos lo han soportado y, de esta forma, la violencia se ha normalizado. Bajo esta condición nadie gana, mientras que a las mujeres se les educa para complacer, someterse y sacrificarse por los demás, a los hombres se les limita y se les reprime sentimentalmente, se les exige una supuesta fortaleza a costa de desarrollar sus emociones.
Las acciones tomadas por autoridades no han estado a la altura de las circunstancias, no han sido suficientes, incluyendo a las instituciones educativas. Se requiere pasar al siguiente nivel, a las acciones para establecer una nueva ruta de acuerdo y políticas que marquen el rumbo que habrá que transitar para erradicar toda una historia de abusos y sumisión. La educación es, sin duda, la base para lograrlo y a las universidades nos toca poner el ejemplo. Cero tolerancia a la violencia de género contra mujeres y hombres por igual.
Urge un cambio, un nuevo acomodo, un equilibrio. Promover valores en nuestros niños y niñas como el respeto, la tolerancia y la empatía. Empoderarlos de acuerdo a sus talentos y habilidades, trabajar en la resiliencia y en la mejora continua individual y colectiva. Re-educar a mujeres y hombres en una nueva cultura de convivencia igualitaria, respetuosa y armónica. Hoy nos toca abrir esa brecha, construir los puentes y sentar las bases para generar el cambio.
Aprender a escuchar para comprender y no para responder y a responder cuando hay algo que decir, a ponernos en los zapatos del otro, prudencia y sensatez para emitir opiniones. Promover la igualdad dentro de las diferencias. Educar con perspectiva de género es una necesidad imperante que conjunta valores y sentido humano. No bastará con incluir temas de educación sexual en libros de texto, se requiere de un cambio mucho más profundo ya que se debe predicar con el ejemplo. Habrá que arrancar estigmas arraigados y cambiar la idiosincrasia colectiva. Educar con perspectiva de género requiere empatía e inteligencia emocional pero también las promueve. Se siembra lo que se cosecha.