por José Joel Peña Llanes
Desde la crisis financiera y económica que aquejó a la Unión Europea (UE) en 2008, esta ha sorteado múltiples crisis, incluidas las producidas por flujos migratorios masivos, gobiernos de ultraderecha y de corte euroescéptico y eurófobo, problemas de corrupción en las instituciones europeas, conflictos bélicos en sus fronteras y el brexit, entre muchos otros. Sin embargo, llama la atención, ya desde hace algunos años, la pérdida progresiva de fuerza del eje franco-alemán.
Es bien sabido que, pese a su rivalidad histórica, ambos países han impulsado el proceso de integración, al grado que se les ha considerado como el "motor de la UE". Si se echa un vistazo al pasado, se identifican hechos históricos muy específicos que validan esta afirmación. Por ejemplo, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer, expresidente de Francia y excanciller federal de Alemania, respectivamente, negociaron la regulación multilateral de los sectores del carbón y del acero, lo que permitió la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), el primer paso en la gestión supranacional de la integración europea.
Años más tarde, Valéry Giscard d’Estaing y Helmut Schmidt favorecieron la creación del Fondo Europeo de Desarrollo Regional y lanzaron el proyecto del sistema monetario europeo, mientras que François Mitterrand y Helmut Kohl apoyaron la entrada en vigor del Acta Única Europea y del Tratado de Maastricht. Posteriormente, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, durante la crisis de 2008, mantuvieron estrechos vínculos de cooperación para encontrar medidas que mitigaron los efectos negativos de la debacle económica y financiera, lo que, con el tiempo, fortaleció a la zona euro. Más recientemente, Angela Merkel y Emmanuel Macron fueron quienes propusieron la creación de un fondo de reconstrucción destinado a las regiones y los sectores más golpeados por la COVID-19.
Sin embargo, desde que Angela Merkel concluyó su gestión a finales de 2021, y la sucedió en el cargo el actual canciller federal alemán, Olaf Scholz –quien no ha tenido mucho interés en vigorizar a la UE como su antecesora–, aunado a los problemas internos en Francia, se comenzó a percibir un debilitamiento del "motor europeo". En otras palabras, los mandatarios no han podido unir sus fuerzas para generar sinergias que impulsen el proceso de integración y se pueda hacer frente a las crisis antes referidas.
Quizás haya ventanas de oportunidad esporádicas. Por ejemplo, el pasado 22 de enero el presidente Macron y el canciller federal Scholz publicaron un artículo conjunto en el cual se refieren a siete retos que deben afrontar de manera conjunta para salvar el sueño de los padres fundadores: “garantizar que Europa sea aún más soberana y tenga mayor capacidad geopolítica; mejorar la diversificación de suministros estratégicos; convertirla en líder mundial en producción e innovación; garantizar que el progreso económico y social vaya de la mano del cambio ecológico; avanzar hacia la Unión de Mercados de Capitales, así como a la finalización de la Unión Bancaria; proteger a la ciudadanía y sus libertades, y lograr avances rápidos y concretos en el proceso de ampliación de la UE”.
No obstante, en el año que acaba de terminar, no se apreciaron con claridad momentos de cooperación efectiva. Es por eso que el presidente Macron, quien mantiene el interés de revitalizar a la Unión y dar continuidad a su peso como actor global, ha buscado a otros aliados dentro del bloque regional para una tarea titánica. Tal parece que España se ha sumado a dicho esfuerzo, pues su presidente, Pedro Sánchez, suscribió un acuerdo con su homólogo francés la semana pasada, que, si bien refuerza las relaciones bilaterales, también se percibe como una ventana de oportunidad para que los mandatarios creen un eje franco-español pro europeo.
Fue precisamente durante la XXVII Cumbre Hispano-Francesa que ambos se pronunciaron a favor de una mayor integración regional, y, según fuentes oficiales, trataron temas comunes como la gobernanza económica, las políticas sobre migración y asilo y, por supuesto, el apoyo de la UE a la población ucraniana tras la agresión rusa. Esta reunión ha sido muy oportuna porque demuestra que, aparentemente, existe la voluntad política para fortalecer a la UE, especialmente en un momento que se caracteriza por la presencia de gobiernos de ultraderecha que critican severamente a Bruselas y a las políticas comunitarias, en pro de la desintegración.
Lo único cierto de todo esto es que los Estados miembros de la UE deben trabajar de manera conjunta para que el proceso de integración regional más avanzado del mundo siga siendo un actor internacional importante y resiliente que ayuda a sus miembros a enfrentar los problemas que se presentan, tanto dentro de sus fronteras como aquellos derivados de tensiones extrarregionales. ¿Será el nuevo eje franco-español clave para lograrlo? El tiempo lo dirá.
Doctor en Administración Pública y maestro en Relaciones Internacionales. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y de la Universidad Intercontinental. Miembro de la AMEI, asociado de COMEXI e integrante de la Unidad de Estudio y Reflexión Europa+.
@joelpena89