/ jueves 8 de diciembre de 2022

El agua del molino | Hay algo más allá de la violencia

Es indudable que más allá de la violencia hay un elemento en sí subjetivo, un trasfondo, que la define y caracteriza. Se trata de la razón de ser esencial de la violencia, que la motiva en su entorno social y por supuesto humano. Si localizamos dicho elemento iremos al fondo, a la substancia del acto violento, a la que en Derecho Penal se denomina causa determinante o eficiente. Iremos a su eficacia. Es evidente que la violencia es eficaz y alcanza su efecto deseado o esperado, sólo si rompe la estructura moral de la víctima o víctimas. Si no se da esa ruptura, la incertidumbre social que pueda originar la violencia no llegará al extremo dañoso. Desde luego habrá escándalo social, pero las buenas o malas conciencias, según y conforme el caso, no resentirán el enorme perjuicio de ver alterada su naturaleza subjetiva.

Me explico. Todo dependerá, a mi juicio, de la reacción de la autoridad ante la acción violenta. Es lo que sucedió, para verlo un poco más claro o menos turbio, con el llamado Derecho Penal del Enemigo, de los Delincuentes, de muy lamentable memoria en nuestro país y doy por descontado que en el resto del mundo que lo aplicó. La idea equivocada de que a ese nivel el delincuente o infractor de la ley se ha colocado voluntariamente al margen de ésta, negándosele en consecuencia toda condición humana, o sea, desconociendo o ignorando su dignidad, lo ubica como a una “cosa” que puede ser pisoteada, vejada o destruida, sin el menor miramiento. Es la deshumanización del Derecho, de la Defensa Social y por ende de la moral inherente a la sociedad. Aquí la defensa social viste el siniestro ropaje de la venganza, y al golpe bruto se le opone el también golpe bruto. Juristas de la talla de Carnelutti y Calamandrei (v. El Sentido de la Pena y El Elogio de los Jueces Escrito Por un Abogado) han señalado con índice de fuego lo nefasto de esa aberrante concepción del Derecho. Es que no puede haber jueces que no sometan sus luces y fallos al verdadero sentido de la pena, que no es otro sino la piedad y la misericordia bien entendidos. E incluso el perdón, que no el olvido. ¿Pero en realidad qué hay más allá de la violencia? Ya en otra ocasión lo he señalado en este mismo espacio, lo que ahora no me impide insistir en ello. Se trata de ver en el mal lo que en rigor es dentro de un perfecto y existencial silogismo, a saber, la equivocada negación o el desconocimiento de algo que pueda parecer violento (vis moral) pero que no es criminal, que debe prevalecer y que es el Bien. En dicho sentido negar el Bien es afirmarlo o reafirmarlo. La anterior evidencia parece simple pero durante siglos se ha visto de otra manera, edificándose cárceles que son la respuesta absurda y equivocada en que se politiza y oficializa la presencia de un error social y moral. Por más que se quiera justificar la cárcel es contraria a la libertad y dignidad del individuo o persona humana. De lo anterior resulta que si la función del Derecho Penal es reparar social y moralmente le vulneración de la ley y de la norma jurídica, no hay duda de que tal reparación no ha ido por el camino correcto habida cuenta del evidente fracaso de la cárcel al respecto, siendo el fracaso del Derecho Penal la palpable consecuencia lógica de esto. Pero como no es posible, digamos, tirar el Derecho Penal a la basura renunciando a un esfuerzo de siglos lo que procede, a mi juicio, es revisar nuestro “cuadro de ideas” (Revisionismo Penal) como un primer paso en la rectificación del camino equivocado. Hay que rectificar lo que se vislumbró en la Edad de Oro del pensamiento filosófico y jurídico occidental, concretamente en las Escuelas de Platón y de Aristóteles, torcido su camino por el pragmatismo social, hoy transformado en consumismo capitalista. La cárcel representa así el “triunfo” de lo contrario al ser social y moral que somos y que ha sido y sigue siendo la piedra que obstaculiza la culminación de nuestro destino, que Carrara (Opúsculos) llamó universal y cósmico. No hay que caer en el engaño de admitir el mal social y moral, que impide la prevalencia del Bien en el más amplio sentido.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

PREMIO UNIVERSIDAD NACIONAL


Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho raulcarranca

Es indudable que más allá de la violencia hay un elemento en sí subjetivo, un trasfondo, que la define y caracteriza. Se trata de la razón de ser esencial de la violencia, que la motiva en su entorno social y por supuesto humano. Si localizamos dicho elemento iremos al fondo, a la substancia del acto violento, a la que en Derecho Penal se denomina causa determinante o eficiente. Iremos a su eficacia. Es evidente que la violencia es eficaz y alcanza su efecto deseado o esperado, sólo si rompe la estructura moral de la víctima o víctimas. Si no se da esa ruptura, la incertidumbre social que pueda originar la violencia no llegará al extremo dañoso. Desde luego habrá escándalo social, pero las buenas o malas conciencias, según y conforme el caso, no resentirán el enorme perjuicio de ver alterada su naturaleza subjetiva.

Me explico. Todo dependerá, a mi juicio, de la reacción de la autoridad ante la acción violenta. Es lo que sucedió, para verlo un poco más claro o menos turbio, con el llamado Derecho Penal del Enemigo, de los Delincuentes, de muy lamentable memoria en nuestro país y doy por descontado que en el resto del mundo que lo aplicó. La idea equivocada de que a ese nivel el delincuente o infractor de la ley se ha colocado voluntariamente al margen de ésta, negándosele en consecuencia toda condición humana, o sea, desconociendo o ignorando su dignidad, lo ubica como a una “cosa” que puede ser pisoteada, vejada o destruida, sin el menor miramiento. Es la deshumanización del Derecho, de la Defensa Social y por ende de la moral inherente a la sociedad. Aquí la defensa social viste el siniestro ropaje de la venganza, y al golpe bruto se le opone el también golpe bruto. Juristas de la talla de Carnelutti y Calamandrei (v. El Sentido de la Pena y El Elogio de los Jueces Escrito Por un Abogado) han señalado con índice de fuego lo nefasto de esa aberrante concepción del Derecho. Es que no puede haber jueces que no sometan sus luces y fallos al verdadero sentido de la pena, que no es otro sino la piedad y la misericordia bien entendidos. E incluso el perdón, que no el olvido. ¿Pero en realidad qué hay más allá de la violencia? Ya en otra ocasión lo he señalado en este mismo espacio, lo que ahora no me impide insistir en ello. Se trata de ver en el mal lo que en rigor es dentro de un perfecto y existencial silogismo, a saber, la equivocada negación o el desconocimiento de algo que pueda parecer violento (vis moral) pero que no es criminal, que debe prevalecer y que es el Bien. En dicho sentido negar el Bien es afirmarlo o reafirmarlo. La anterior evidencia parece simple pero durante siglos se ha visto de otra manera, edificándose cárceles que son la respuesta absurda y equivocada en que se politiza y oficializa la presencia de un error social y moral. Por más que se quiera justificar la cárcel es contraria a la libertad y dignidad del individuo o persona humana. De lo anterior resulta que si la función del Derecho Penal es reparar social y moralmente le vulneración de la ley y de la norma jurídica, no hay duda de que tal reparación no ha ido por el camino correcto habida cuenta del evidente fracaso de la cárcel al respecto, siendo el fracaso del Derecho Penal la palpable consecuencia lógica de esto. Pero como no es posible, digamos, tirar el Derecho Penal a la basura renunciando a un esfuerzo de siglos lo que procede, a mi juicio, es revisar nuestro “cuadro de ideas” (Revisionismo Penal) como un primer paso en la rectificación del camino equivocado. Hay que rectificar lo que se vislumbró en la Edad de Oro del pensamiento filosófico y jurídico occidental, concretamente en las Escuelas de Platón y de Aristóteles, torcido su camino por el pragmatismo social, hoy transformado en consumismo capitalista. La cárcel representa así el “triunfo” de lo contrario al ser social y moral que somos y que ha sido y sigue siendo la piedra que obstaculiza la culminación de nuestro destino, que Carrara (Opúsculos) llamó universal y cósmico. No hay que caer en el engaño de admitir el mal social y moral, que impide la prevalencia del Bien en el más amplio sentido.


PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

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