/ martes 24 de abril de 2018

El desplome del producto milagro

Díganme que me detenga si han escuchado esto antes. Un candidato presidencial del Partido Republicano pierde el voto popular, pero de alguna forma acaba en la Casa Blanca de todos modos. A pesar de su dudosa legitimidad, sus aliados en el Congreso aprovechan la elección para aprobar a como dé lugar un enorme recorte fiscal que dispara el déficit presupuestal mientras que beneficia de manera desproporcionada a los ricos. Sin embargo, mientras los grandes dineros van a dar a los grandes ingresos, el proyecto de ley fiscal arroja algunas migajas a la clase media y los republicanos tratan de venderlo como una bendición para las familias trabajadoras.

Hasta aquí este recuento aplica por igual a George W. Bush y Donald Trump. Sin embargo, después la historia da un giro. Bush sí logró convencer, aunque la reforma fiscal de 2001 no fue abrumadoramente popular, fueron más quienes la aprobaron que quienes la desaprobaron, además le brindó al Partido Republicano al menos un modesto estímulo político. No obstante, el recorte fiscal de Trump no fue popular desde el comienzo; de hecho, es menos popular que los últimos aumentos de impuestos.

Además, este recorte fiscal no parece estar ganando más apoyo con el tiempo. La mayoría de los estadounidenses dicen no ver ningún efecto positivo en sus sueldos. La aprobación pública de este recorte fiscal parece, en todo caso, estar disminuyendo en lugar de aumentar y los republicanos casi han dejado de mencionar este proyecto de ley en el curso de la campaña.

Esto nos lleva a la pregunta: ¿Por qué el “producto milagro” ya no se vende como antes?

En el pasado, la hipocresía del déficit era un arma importante en el arsenal político del Partido Republicano. Ambos han hablado sobre la responsabilidad fiscal, pero solo los demócratas la practicaron, realmente pagando por iniciativas políticas como Obamacare.

¿Qué cambió en esta ocasión?

Bush, como recordarán, logró aprobar sus recortes fiscales desde el principio. Trump, por otra parte, se hizo pasar por populista —incluso afirmó que elevaría los impuestos a los ricos— y esperó hasta asumir el cargo para mostrarse como otro Robin Hood republicano que roba a los pobres para dárselo a los ricos. Esto crea algunos problemas de credibilidad.

De todos modos, la conclusión es que los recortes fiscales no convencen como antes. Esto nos deja preguntándonos, con qué se quedan los republicanos ahora para continuar.

Me refiero a que las promesas de ser los defensores de los valores familiares han perdido su fuerza en parte debido a que la gente se ha vuelto mucho más tolerante socialmente —¡ahora los estadounidenses apoyan el matrimonio entre dos personas del mismo sexo por mayoría de dos a uno!— y en parte debido a que puede que el actual residente de la Casa Blanca sea el peor hombre de familia de Estados Unidos.

A pesar de ello, los republicanos no deben desesperarse. Después de todo, siempre podrán recurrir al racismo.

Díganme que me detenga si han escuchado esto antes. Un candidato presidencial del Partido Republicano pierde el voto popular, pero de alguna forma acaba en la Casa Blanca de todos modos. A pesar de su dudosa legitimidad, sus aliados en el Congreso aprovechan la elección para aprobar a como dé lugar un enorme recorte fiscal que dispara el déficit presupuestal mientras que beneficia de manera desproporcionada a los ricos. Sin embargo, mientras los grandes dineros van a dar a los grandes ingresos, el proyecto de ley fiscal arroja algunas migajas a la clase media y los republicanos tratan de venderlo como una bendición para las familias trabajadoras.

Hasta aquí este recuento aplica por igual a George W. Bush y Donald Trump. Sin embargo, después la historia da un giro. Bush sí logró convencer, aunque la reforma fiscal de 2001 no fue abrumadoramente popular, fueron más quienes la aprobaron que quienes la desaprobaron, además le brindó al Partido Republicano al menos un modesto estímulo político. No obstante, el recorte fiscal de Trump no fue popular desde el comienzo; de hecho, es menos popular que los últimos aumentos de impuestos.

Además, este recorte fiscal no parece estar ganando más apoyo con el tiempo. La mayoría de los estadounidenses dicen no ver ningún efecto positivo en sus sueldos. La aprobación pública de este recorte fiscal parece, en todo caso, estar disminuyendo en lugar de aumentar y los republicanos casi han dejado de mencionar este proyecto de ley en el curso de la campaña.

Esto nos lleva a la pregunta: ¿Por qué el “producto milagro” ya no se vende como antes?

En el pasado, la hipocresía del déficit era un arma importante en el arsenal político del Partido Republicano. Ambos han hablado sobre la responsabilidad fiscal, pero solo los demócratas la practicaron, realmente pagando por iniciativas políticas como Obamacare.

¿Qué cambió en esta ocasión?

Bush, como recordarán, logró aprobar sus recortes fiscales desde el principio. Trump, por otra parte, se hizo pasar por populista —incluso afirmó que elevaría los impuestos a los ricos— y esperó hasta asumir el cargo para mostrarse como otro Robin Hood republicano que roba a los pobres para dárselo a los ricos. Esto crea algunos problemas de credibilidad.

De todos modos, la conclusión es que los recortes fiscales no convencen como antes. Esto nos deja preguntándonos, con qué se quedan los republicanos ahora para continuar.

Me refiero a que las promesas de ser los defensores de los valores familiares han perdido su fuerza en parte debido a que la gente se ha vuelto mucho más tolerante socialmente —¡ahora los estadounidenses apoyan el matrimonio entre dos personas del mismo sexo por mayoría de dos a uno!— y en parte debido a que puede que el actual residente de la Casa Blanca sea el peor hombre de familia de Estados Unidos.

A pesar de ello, los republicanos no deben desesperarse. Después de todo, siempre podrán recurrir al racismo.