De las crónicas de la segunda mitad del siglo XIX, se desprende que si bien Jaime Nunó tuvo un cierto beneficio económico al haber sido hecho editor único del himno durante algún tiempo, en el caso de Francisco González Bocanegra no fue así. No sólo no se le otorgó premio alguno al igual que a Nunó, como lo estipulaba la convocatoria, sino que además por haber sido el poeta de filiación conservadora y coautor de una obra promovida por Santa Anna, una vez que éste dejó el poder no le quedó más alternativa que vivir a la sombra, relegado. Un triste destino que habría de compartir con el Himno, el cual dejó de ser interpretado a partir de entonces en el mundo oficial, al grado que durante la República Restaurada el propio Benito Juárez, en funciones nuevamente como presidente de la República, decidió desplazarlo no sólo por haber nacido en el ámbito de las salas de concierto y considerarlo de origen poco nacionalista, al ser un español el autor de su música, sino por ser laudatorio de Iturbide y Santa Anna.
¿Qué lo substituyó? El régimen juarista recurrió a la “Marcha Zaragoza” y a la “Marcha Republicana”, ambas compuestas en 1867 por Aniceto Ortega del Villar, y es que no era poca la crítica contra la obra hímnica. De ello, da fe Jesús C. Romero en su libro “Verdadera historia del Himno Nacional Mexicano” al aludir a la nota periodística que fue publicada en 1888 sobre la abolición del himno en el periódico “La Patria”: “No estamos conformes. No hay profanación donde no existe cosa profanable. El conocido hasta hoy como el ‘Himno Nacional’ fue una obra de un filarmónico español llamado Jaime Nunó. Adquirió popularidad y se vulgarizó en tiempos del Imperio y por orden de Maximiliano. No puede, en consecuencia, ser ‘Himno Nacional’, porque ni su música ni su letra valen lo que debían valer y carecen del requisito de nacionalidad”. Ello, sin contar que en el aspecto musical, originalmente Nunó lo había concebido a dos voces y esto lo hacía particularmente más complejo para la interpretación popular, por lo que debió transcribirlo para una sola voz.
Será el régimen del general Porfirio Díaz, sustentado ideológicamente en lo que se denominó como la “religión de la Patria”, el que recuperará el himno de González Bocanegra y Nunó, incorporándolo desde 1889 a las ceremonias oficiales que desde entonces tuvieran lugar. Quince años más tarde, Nunó será informado por Melesio Morales -maestro del Conservatorio Nacional de Música y cronista del periódico “El Tiempo”- que la Secretaría de Guerra ha determinado que la tonalidad para interpretarlo sea en Do mayor y no en Mi bemol. El compositor se dolerá de ello pues considera que el himno perderá “su efecto brillante y marcialidad”. Lo cual era verdad. Aún más. Para 1909, desde Londres se solicita a la Secretaría de Relaciones Exteriores su instrumentación para banda militar y la indicación de la velocidad de su interpretación. De la primera, será la versión del capitán Ricardo Pacheco la que se envíe y en ella quede estipulada la ejecución simultánea de la “Marcha Dragona Mexicana”. Por cuando a la velocidad, Díaz dispone que la del coro sea de “116 negras por minuto y las estrofas a 104 blancas por minuto”.
En octubre de 1942, los restos de sus autores fueron llevados a la Plaza de la Constitución donde se les habría de rendir un magno homenaje, antes de ser trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres en el Panteón de Dolores. En ese mismo mes, el presidente general Manuel Ávila Camacho emite el decreto por el que quedó desde entonces establecida -con mínimos ajustes posteriores- la versión oficial de su letra y música conforme a la edición de la Secretaría de Educación Pública, siendo reglamentado su uso en el país y en el extranjero a partir del 4 de mayo de 1943, y declarándose desde entonces obligatoria su interpretación en las ceremonias cívicas escolares y actos cívicos solemnes, así como en lo dispuesto por la ley militar, quedando estrictamente prohibida toda alteración, corrección o modificación a su letra y música.
Hoy, a 169 años de su estreno, nuestro himno es, más que nunca, señero símbolo patrio que fortalece la cohesión social, política y cultural de nuestro pueblo; voz que representa y materializa su identidad; reflejo de nuestra historia y del espíritu de lucha que ha caracterizado a nuestra Nación; emblema de libertad y valentía que ha caracterizado a los mexicanos a lo largo de los siglos y sus versos: homenaje a quienes lucharon anónimamente por la independencia y a los héroes que nos legaron una Nación libre e independiente.
En un mundo en crisis y ante una Patria dividida, pulverizada, expoliada, herida, sangrante, que se desgaja día con día, impía y descarnadamente, nuestro “Himno Nacional Mexicano” es, más que nunca, fortaleza y faro de inspiración frente a los execrables desprecios, abandonos y excesos del poder insaciable y recordatorio vivo de los valores fundamentales que como pueblo estamos obligados por la historia y por las nuevas generaciones a rescatar: unidad, solidaridad, Paz y Justicia.
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