/ jueves 3 de octubre de 2024

El legado de José Limón en la danza internacional, debe explorarse cada generación

Concuerdo con muchos especialistas acerca de que el legado de artístico de José Limón debe ser revisado por cada generación para que nunca caiga en el olvido.

Los más jóvenes deben nutrirse de su obra, sus investigaciones acerca del cuerpo, los entramados símbolos contenidos en sus coreografías, sin olvidar la pasión, la fuerza y la dedicación que en vida sostuvo por el arte dancístico, esencia que lo convirtió en uno de los mejores bailarines de su época.

Pero creo también que de la leyenda en que se ha convertido José Limón, hay que recordar también al hombre, al intérprete que desbordaba toda su pasión en el escenario, al artista comprometido con la edificación de una obra personal adelantada a su tiempo, sin olvidar al niño curioso que durante toda su vida estuvo enamorado de la cultura mesoamericana, en especial la que floreció en tierras mexicanas

Afortunadamente el legado de José Limón Limón se encuentra hoy vivo y se materializa a través de la diaria labor de coreógrafos y bailarines, quienes por medio de sus diversas escuelas, ejecutan muchas de las técnicas y conceptos que alguna vez plasmó en el escenario este gran maestro de la danza contemporánea.

Durante su tiempo libre, entre los ensayos de cada función, José Limón solía leer apasionadamente libros sobre las tradiciones mexicanas, la cultura prehispánica y las cosmogonías sobre las que se cimentó nuestra cultura.

En su camerino, solían juntarse los volúmenes relacionados con los pueblos que habitan en las diversas regiones de nuestro país, información que plasmaría en las coreografías que montó entre los años cuarenta y la década de los setenta.

Su vida no fue fácil para desarrollar su amor por la danza. Para evitar el conflicto de la Revolución Mexicana, la familia de José Arcadio Limón decidió emigrar en 1918 a Estados Unidos, donde el artista, luego de terminar la preparatoria y estudiar arte, descubrió su vocación por la danza en la ciudad de Nueva York.

A pesar de que tenía 20 años, cuando decidió iniciarse por completo en esta disciplina, la cual lo impulsó a desarrollar sus capacidades físicas y expresivas. Así ingresó a la única escuela que aceptaba varones dirigida por los pioneros de la danza moderna, Doris Humphrey y Charles Weidman.

En esa época, la danza escénica ejecutada por hombres aún no se consideraba una carrera viable ni con aceptación social. Es por ello que José Limón puso énfasis en la incursión de los hombres en la danza moderna y retomó elementos de los bailarines Ted Shawn y Weidman que le antecedieron en Estados Unidos, para luego establecer propuestas coreográficas en su propia compañía, fundada en 1947.

Su técnica, especializada en la caída de piernas y brazos, así como su gesto natural y expresivo de una acentuada nobleza, fueron algunas de las características del estilo de quien fuera nombrado en 1964 director artístico del American Dance Theatre de Nueva York.

Poco a poco sus lecturas dieron fruto en el arte de los cuerpos en movimiento y desarrollo coreografías de primer nivel.

“El traidor” es considerada una de las creaciones de José Limón que más esfuerzo físico y precisión técnica exigen a los ejecutantes, mientras que en la obra “Salmo”, Limón aborda una historia épica como una crítica a los sistemas totalitarios y a la injusticia en el mundo

Pero sería sin duda, la obra “Tonantzintla”, estrenada el 30 de marzo de 1951, es una de las más exitosas de su carrera al abordar un tema nacional. Inspirada en las tradiciones mexicanas era una obra pequeña, compacta, completa, redonda, dramáticamente bien elaborada. Se desarrolla en un ambiente pueblerino del siglo XVIII. La música fue de Fray Antonio Soler, orquestada especialmente por el compositor español Rodolfo Halffter. La escenografía y el vestuario, ambos de Miguel Covarrubias, fueron considerados obras maestras de su tiempo.

En el estreno de esta obra hace 57 años, impresionó al público el telón de fondo donde Covarrubias plasmó la nave de la iglesia indígena de Santa María Tonantzintla que evocaba un pasado remoto. Limón afirmaría que el sol, la luna y las estrellas, sobre el fondo azul de un cielo, son quizá los últimos vestigios de los dioses que desaparecieron.

Debo confesarles que si cierro los ojos, casi puedo imaginarme viajar en el tiempo para presenciar los majestuosos movimientos de las intérpretes de esta obra, quienes fueron Valentina Castro, Marta Castro, Rocío Sagaón y Beatriz Flores. En el estreno, el propio Limón caracterizó un arcángel con atuendo romano.

Por eso, queridos lectores, no debemos olvidar que José Limón fue una de las mentes más importantes de las artes escénicas durante el siglo XX en nuestro país. Su legado es motivo de inspiración y aprendizaje para las nuevas generaciones de intérpretes de la danza, quienes todos los días, a través de las técnicas que perfeccionan en sus ensayos y de los movimientos que aplican a sus coreografías, le rinden homenaje. Gracias por recordar conmigo a este gran creador. Les dejo un beso.

Concuerdo con muchos especialistas acerca de que el legado de artístico de José Limón debe ser revisado por cada generación para que nunca caiga en el olvido.

Los más jóvenes deben nutrirse de su obra, sus investigaciones acerca del cuerpo, los entramados símbolos contenidos en sus coreografías, sin olvidar la pasión, la fuerza y la dedicación que en vida sostuvo por el arte dancístico, esencia que lo convirtió en uno de los mejores bailarines de su época.

Pero creo también que de la leyenda en que se ha convertido José Limón, hay que recordar también al hombre, al intérprete que desbordaba toda su pasión en el escenario, al artista comprometido con la edificación de una obra personal adelantada a su tiempo, sin olvidar al niño curioso que durante toda su vida estuvo enamorado de la cultura mesoamericana, en especial la que floreció en tierras mexicanas

Afortunadamente el legado de José Limón Limón se encuentra hoy vivo y se materializa a través de la diaria labor de coreógrafos y bailarines, quienes por medio de sus diversas escuelas, ejecutan muchas de las técnicas y conceptos que alguna vez plasmó en el escenario este gran maestro de la danza contemporánea.

Durante su tiempo libre, entre los ensayos de cada función, José Limón solía leer apasionadamente libros sobre las tradiciones mexicanas, la cultura prehispánica y las cosmogonías sobre las que se cimentó nuestra cultura.

En su camerino, solían juntarse los volúmenes relacionados con los pueblos que habitan en las diversas regiones de nuestro país, información que plasmaría en las coreografías que montó entre los años cuarenta y la década de los setenta.

Su vida no fue fácil para desarrollar su amor por la danza. Para evitar el conflicto de la Revolución Mexicana, la familia de José Arcadio Limón decidió emigrar en 1918 a Estados Unidos, donde el artista, luego de terminar la preparatoria y estudiar arte, descubrió su vocación por la danza en la ciudad de Nueva York.

A pesar de que tenía 20 años, cuando decidió iniciarse por completo en esta disciplina, la cual lo impulsó a desarrollar sus capacidades físicas y expresivas. Así ingresó a la única escuela que aceptaba varones dirigida por los pioneros de la danza moderna, Doris Humphrey y Charles Weidman.

En esa época, la danza escénica ejecutada por hombres aún no se consideraba una carrera viable ni con aceptación social. Es por ello que José Limón puso énfasis en la incursión de los hombres en la danza moderna y retomó elementos de los bailarines Ted Shawn y Weidman que le antecedieron en Estados Unidos, para luego establecer propuestas coreográficas en su propia compañía, fundada en 1947.

Su técnica, especializada en la caída de piernas y brazos, así como su gesto natural y expresivo de una acentuada nobleza, fueron algunas de las características del estilo de quien fuera nombrado en 1964 director artístico del American Dance Theatre de Nueva York.

Poco a poco sus lecturas dieron fruto en el arte de los cuerpos en movimiento y desarrollo coreografías de primer nivel.

“El traidor” es considerada una de las creaciones de José Limón que más esfuerzo físico y precisión técnica exigen a los ejecutantes, mientras que en la obra “Salmo”, Limón aborda una historia épica como una crítica a los sistemas totalitarios y a la injusticia en el mundo

Pero sería sin duda, la obra “Tonantzintla”, estrenada el 30 de marzo de 1951, es una de las más exitosas de su carrera al abordar un tema nacional. Inspirada en las tradiciones mexicanas era una obra pequeña, compacta, completa, redonda, dramáticamente bien elaborada. Se desarrolla en un ambiente pueblerino del siglo XVIII. La música fue de Fray Antonio Soler, orquestada especialmente por el compositor español Rodolfo Halffter. La escenografía y el vestuario, ambos de Miguel Covarrubias, fueron considerados obras maestras de su tiempo.

En el estreno de esta obra hace 57 años, impresionó al público el telón de fondo donde Covarrubias plasmó la nave de la iglesia indígena de Santa María Tonantzintla que evocaba un pasado remoto. Limón afirmaría que el sol, la luna y las estrellas, sobre el fondo azul de un cielo, son quizá los últimos vestigios de los dioses que desaparecieron.

Debo confesarles que si cierro los ojos, casi puedo imaginarme viajar en el tiempo para presenciar los majestuosos movimientos de las intérpretes de esta obra, quienes fueron Valentina Castro, Marta Castro, Rocío Sagaón y Beatriz Flores. En el estreno, el propio Limón caracterizó un arcángel con atuendo romano.

Por eso, queridos lectores, no debemos olvidar que José Limón fue una de las mentes más importantes de las artes escénicas durante el siglo XX en nuestro país. Su legado es motivo de inspiración y aprendizaje para las nuevas generaciones de intérpretes de la danza, quienes todos los días, a través de las técnicas que perfeccionan en sus ensayos y de los movimientos que aplican a sus coreografías, le rinden homenaje. Gracias por recordar conmigo a este gran creador. Les dejo un beso.