/ martes 17 de octubre de 2023

El Muro es más que una frontera

Juan San Cristóbal Lizama

La Casa Blanca reflotó una idea que ha estado en el palacio durante los últimos seis gobiernos, anunciando la construcción de más kilómetros del muro en la frontera entre Estados Unidos y México. Se suman 32 km nuevos a los 1136 km de valla construida entre ambos países, una muralla que nace desde el Océano Pacífico, dividiendo el mar entre Tijuana y California, un símbolo de realismo político y brutalidad arquitectónica que atraviesa la frontera y la lógica.

Es la pared más importante de Estados Unidos, con un bloqueo que va más allá del control de inmigrantes, afectando también la fauna y las reservas naturales compartidas, o la propia relación de ciudades vecinas en la frontera, donde un muro está muy lejos de apaciguar la migración, sino apenas de bifurcar hacia otros puntos el tránsito de personas.

Para Joe Biden, la medida es un retroceso en el discurso de quien siempre se manifestó en contra de continuar con esta política de la administración anterior. No obstante, detener la construcción del bloque ha facilitado el paso de migrantes en zonas donde los republicanos han marcado una oposición activa al presidente, con el muro también entendido como un símbolo fronterizo que siempre trae buenos dividendos en el discurso político.

La idea fue un activo motor de popularidad para Donald Trump, pese a que en la práctica sólo se dedicó a mantener un muro ya construido por los gobiernos anteriores. El magnate registró 737 kilómetros, pero sumó apenas 140 km nuevos, muy lejos de los 800 km sumados en 2008 en el período de George W. Bush. Desde Bill Clinton, incluso con Obama, van aumentando estos bloques de casi 10 metros de altura que, parafraseando a Janet Napolitano, exgobernadora de Arizona, “sólo benefician al dueño de una escalera de 11 metros”, moviendo el tráfico de personas a otros puntos aún abiertos en una frontera de 3200 km, con millones que buscan cruzar hacia Estados Unidos. No hay incidencia del muro en bajar la tasa migratoria, incluso sigue creciendo, con personas de todo el mundo.

La omisión de la potencia estadounidense ante estos grupos migrantes es una respuesta política ante un fenómeno global y humanitario, rechazando caravanas que llegan desde Centroamérica o incluso desde África, son un fenómeno del que el Primer Mundo ha hecho caso omiso, tal como vemos en las costas del Mediterráneo, con embarcaciones a la deriva en sus intentos por llegar a Europa. Muchos se mueren en el camino, desaparecen, se quedan a mitad de ruta, en un peregrinaje que es ignorado a su alrededor.

En Sonora, la construcción del muro exhibe consecuencias en el medio ambiente, ya que ha afectado la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, un sitio que tiene declaración de Patrimonio de la Humanidad, pero que podría ingresar a la lista de espacios en riesgo. La reja metálica ha afectado el curso migratorio de la fauna local, incluso cortando el paso hacia el oasis de Quitobaquito, el cual quedó del lado norte a sólo 50 metros de la frontera construida, la que impide el tránsito a borregos cimarrones (especie endémica, junto al berrendo de Sonora), jabalíes y venados que mueren de sed en el lado mexicano. La desaparición de estas especies carnívoras en el ecosistema fronterizo luego tiene incidencias en la cadena trófica de una zona desértica con movimiento de aves y otras especies, además del deterioro del suelo silvestre por la construcción de la valla de seguridad. La sola demanda de agua para estas obras ha comprometido la presión de suministro para las poblaciones adyacentes, tal como el pueblo Tohono O’ohdam, indígenas de la frontera que han visto su territorio partido a la mitad.

El actual gobierno de México no ha mostrado una posición firme ante este gustito de los presidentes de EU. Ya había declarado Donald Trump que el muro “lo paga México con el T-MEC”, o aludiendo a los 28 mil soldados que fueron operados por el ejército mexicano no sólo en la frontera norte, sino también en la frontera sur de Chiapas y Guatemala, lo cual fue una medida que benefició la política de Trump en desmedro de la relación de México con los países de Centroamérica y sus grupos migrantes dentro de América Latina. Tanto el muro fronterizo de la Casa Blanca, como el flujo migratorio desde México hacia el norte, son dos temas gigantes que deberá afrontar la próxima presidencia, con un anuncio de obras que ya se adelantó a quien deba abordar este problema desde el lado sur.


Juan San Cristóbal Lizama

La Casa Blanca reflotó una idea que ha estado en el palacio durante los últimos seis gobiernos, anunciando la construcción de más kilómetros del muro en la frontera entre Estados Unidos y México. Se suman 32 km nuevos a los 1136 km de valla construida entre ambos países, una muralla que nace desde el Océano Pacífico, dividiendo el mar entre Tijuana y California, un símbolo de realismo político y brutalidad arquitectónica que atraviesa la frontera y la lógica.

Es la pared más importante de Estados Unidos, con un bloqueo que va más allá del control de inmigrantes, afectando también la fauna y las reservas naturales compartidas, o la propia relación de ciudades vecinas en la frontera, donde un muro está muy lejos de apaciguar la migración, sino apenas de bifurcar hacia otros puntos el tránsito de personas.

Para Joe Biden, la medida es un retroceso en el discurso de quien siempre se manifestó en contra de continuar con esta política de la administración anterior. No obstante, detener la construcción del bloque ha facilitado el paso de migrantes en zonas donde los republicanos han marcado una oposición activa al presidente, con el muro también entendido como un símbolo fronterizo que siempre trae buenos dividendos en el discurso político.

La idea fue un activo motor de popularidad para Donald Trump, pese a que en la práctica sólo se dedicó a mantener un muro ya construido por los gobiernos anteriores. El magnate registró 737 kilómetros, pero sumó apenas 140 km nuevos, muy lejos de los 800 km sumados en 2008 en el período de George W. Bush. Desde Bill Clinton, incluso con Obama, van aumentando estos bloques de casi 10 metros de altura que, parafraseando a Janet Napolitano, exgobernadora de Arizona, “sólo benefician al dueño de una escalera de 11 metros”, moviendo el tráfico de personas a otros puntos aún abiertos en una frontera de 3200 km, con millones que buscan cruzar hacia Estados Unidos. No hay incidencia del muro en bajar la tasa migratoria, incluso sigue creciendo, con personas de todo el mundo.

La omisión de la potencia estadounidense ante estos grupos migrantes es una respuesta política ante un fenómeno global y humanitario, rechazando caravanas que llegan desde Centroamérica o incluso desde África, son un fenómeno del que el Primer Mundo ha hecho caso omiso, tal como vemos en las costas del Mediterráneo, con embarcaciones a la deriva en sus intentos por llegar a Europa. Muchos se mueren en el camino, desaparecen, se quedan a mitad de ruta, en un peregrinaje que es ignorado a su alrededor.

En Sonora, la construcción del muro exhibe consecuencias en el medio ambiente, ya que ha afectado la Reserva de la Biósfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, un sitio que tiene declaración de Patrimonio de la Humanidad, pero que podría ingresar a la lista de espacios en riesgo. La reja metálica ha afectado el curso migratorio de la fauna local, incluso cortando el paso hacia el oasis de Quitobaquito, el cual quedó del lado norte a sólo 50 metros de la frontera construida, la que impide el tránsito a borregos cimarrones (especie endémica, junto al berrendo de Sonora), jabalíes y venados que mueren de sed en el lado mexicano. La desaparición de estas especies carnívoras en el ecosistema fronterizo luego tiene incidencias en la cadena trófica de una zona desértica con movimiento de aves y otras especies, además del deterioro del suelo silvestre por la construcción de la valla de seguridad. La sola demanda de agua para estas obras ha comprometido la presión de suministro para las poblaciones adyacentes, tal como el pueblo Tohono O’ohdam, indígenas de la frontera que han visto su territorio partido a la mitad.

El actual gobierno de México no ha mostrado una posición firme ante este gustito de los presidentes de EU. Ya había declarado Donald Trump que el muro “lo paga México con el T-MEC”, o aludiendo a los 28 mil soldados que fueron operados por el ejército mexicano no sólo en la frontera norte, sino también en la frontera sur de Chiapas y Guatemala, lo cual fue una medida que benefició la política de Trump en desmedro de la relación de México con los países de Centroamérica y sus grupos migrantes dentro de América Latina. Tanto el muro fronterizo de la Casa Blanca, como el flujo migratorio desde México hacia el norte, son dos temas gigantes que deberá afrontar la próxima presidencia, con un anuncio de obras que ya se adelantó a quien deba abordar este problema desde el lado sur.


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