Una vez más hemos sido cautivos de la información, todos sin excepción. Y la información nos produce el prurito de reinformar, y empezamos a comunicarnos con quienes consideramos que necesitaban conocer las noticias: en este caso me refiero a todos los acontecimientos que se han venido sucediendo desde la trágica noche del 26 de septiembre en Iguala.
Pero ¿qué es la información y cómo ejerce tal poder de manipulación instantánea? La información es una necesidad de la era moderna, es un vicio de los medios de comunicación y es una burbuja en la que estamos encerrados prácticamente de manera voluntaria. Su inmenso poder de manipulación lo ejerce abusando de la capacidad de asombro del ser humano, capacidad que no se agota.
El poder se ejerce teniendo dinero o teniendo información. Ambos son instrumentos absolutistas de presión. Pero quien tiene dinero y además información es todopoderoso, por ejemplo las cadenas de televisión, los medios electrónicos por excelencia. Y la televisión atrae de manera primitiva al televidente en un gran círculo de luz, color, sonido y movimiento que lo envuelve y lo maneja a su libre albedrío. Las leyes y normas que se han promulgado para su uso difícilmente se respetan, se juega a lo sucio, sin respetar el dolor ajeno, abusando del morbo. Y alegan que todo se hace en aras de la información, para mantener al auditorio al tanto de los hechos y con un desmedido y enfermizo afán de evitar abusos de las autoridades. Pero no se dan cuenta que ellos mismos se han erigido en autoridades, en señores de horca y cuchillo.
La información no se crea, la información existe. Es únicamente el reflejo de lo acontecido. Y el éxito está en proveer esa información en su justa dimensión, ni una coma de más ni de menos. Cuando la pluma se usa para cuestiones personales o de conveniencia ya deja de ser útil y pasa a ser un objeto de manipulación. Tener una pluma, es decir, tener una tribuna para expresarse es una profesión de alta responsabilidad y no debe otorgarse a quien la pone al servicio del mejor postor; entonces se desvirtúa su esencia y se convierte en un asalto a la conciencia del ciudadano.
El viernes once de noviembre de 2013 por la mañana, día de los hechos, la ciudadanía cumplía con sus quehaceres habituales; sin embargo al filo de las diez y media de la mañana empezó el rumor, primero, de que había caído un helicóptero en la sierra del sur del Distrito Federal y que sus ocupantes estaban heridos; quince minutos después ya se mencionaba que entre los lesionados se encontraba el Secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, y finalmente se supo que el helicóptero del Estado Mayor Presidencial, con todos sus viajantes se había estrellado y todos estaban muertos. En menos de cinco minutos empezaron los rumores del porqué del avionazo, sin esperar el diagnóstico profesional del perito. Los comunicadores también somos peritos y doctos en todos los menesteres que sean necesarios. Y en días posteriores las columnas políticas de los diarios se cebaron sobre la catástrofe. Es el signo de los tiempos, es el poder que tiene el informador. Se repitió la videoesfera de noviembre de 2008, el caso de Juan Camilo Mouriño, también secretario de Gobernación del presidente Calderón.
Todo lo ocurrido en ese siniestro cubrió las pantallas del país durante ese día y el fin de semana siguiente. Las elecciones en Michoacán pasaron, por algunas horas, a segundo término.
Fue un día de tener los oídos abiertos a la información. Información y más información. Y de tanto repetirse, una y otra vez, las noticias saben ya a literatura sin letras, a imágenes sin contenido, a estilos uniformados y estériles. Como dirían los buenos médicos de antaño: el caso es grave, serio, de pronóstico reservado. Poco a poco, la vida se va destiñendo y parece que se atrofia la capacidad del género humano de buscar una salida a posibilidades que no impliquen el desastre, el apego a un destino trágico, fatalmente predispuesto.
Fundador de Notimex
Premio Nacional de Periodismo
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