El actual proceso electoral en Estados Unidos está marcado por el desarrollo inesperado de los acontecimientos. No sólo por la velocidad de los cambios sino por el destino reflejado en los mismos.
Una breve recapitulación: Por un lado, un candidato que ya habitó la Casa Blanca, quien enfrenta varios juicios en los tribunales de su país; Declarado culpable en uno de ellos, quien ha librado un atentado en su contra en los últimos días y cobijado por la convención de su partido que tiene el impulso para presentarse ante el electorado con las propuestas conservadoras y algunas disparatadas que lo han acompañado en los últimos ocho años.
Por el otro, un presidente en funciones que enfrentaba los ataques de su contendiente, además de algunos sectores de su partido y de una opinión pública que criticaba el paso de los años como la limitante principal de su desempeño y los compromisos internacionales insostenibles que semana tras semana le restaban apoyos en un ambiente de encuestas que marcaban una caída sostenida de sus posibilidades de triunfo.
El escenario del cambio fue la ciudad de Atlanta, el jueves 27 de junio. La realización adelantada del primer debate presidencial organizado por la cadena de televisión CNN demostró que las dudas sobre el desempeño del presidente Joe Biden no desaparecieron, simplemente se amplificaron y las luces dejaron de ser ámbar de atención y se volvieron de alerta roja. Voces de donantes, políticos, artistas, militantes y simpatizantes en un coro armónico pidieron -en distintos momentos- que el presidente diera un paso al lado en sus aspiraciones para reelegirse.
Para mejorar su imagen, Biden buscó una entrevista con George Stephanopoulos, de la cadena de televisión ABC, gran conocedor de la vida política en Estados Unidos. El resultado no tuvo los efectos esperados. Las grandes figuras del Partido Demócrata sugerían que era el momento del recambio. La historia, la atención o como se dice ahora: la narrativa estaba del lado republicano, Los ojos del mundo se volcaron a Trump y la forma en que libró el atentado el sábado 13 de julio en Butler, Pensilvania y su reaparición en la convención de su partido dos días después.
Ante ese panorama, se sumó la prueba positiva a COVID que dio Biden la semana pasada junto con una avalancha de petición veladas y muy directas para que retirara sus intenciones de participar en las elecciones. Y en un escueto comunicado en sus redes sociales, el presidente, decidió retirarse. La maquinaria demócrata rápido perfiló a la actual vicepresidenta, Kamala Harris para encabezar el relevo.
En horas, las aportaciones individuales, los respaldos partidistas, la aprobación de seguidores, militantes y simpatizantes se hicieron presentes. Y seguramente a principios de agosto, Kamala Harris sea oficialmente identificada como contendiente para ser validada como candidata oficial en la convención demócrata en Chicago a partir del 19 de agosto.
Este miércoles Biden se despidió de los Estados Unidos en un mensaje televisado y amplificado en todas las plataformas, compitiendo por la atención con el discurso del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien se presentó en el Congreso en Washington en un ambiente político muy complicado. El objetivo del presidente es muy claro: concluir su administración sin mayores contratiempos y aplanar el camino a la elección de su compañera: Kamala Harris.
Restan casi cien días restan para la elección en los Estados Unidos, un tiempo para revisar en este espacio la ya inminente y sorpresiva contienda con los perfiles y las propuestas de las candidaturas y su impacto en el presente y futuro de las relaciones con nuestro país,
Internacionalista de la Universidad Iberoamericana