Por: Samantha Reyes
Febrero es el “Mes de la Historia Negra” en Estados Unidos y en algunos otros países; esta conmemoración existe para reconocer los logros y sacrificios de los afrodescendientes que llegaron a Occidente en calidad de esclavos y permanecieron como ciudadanos de segunda clase hasta tiempos recientes, e incluso hasta la fecha en algunos lugares. Por supuesto, cuando se piensa en racismo, el referente es Estados Unidos, pero no hace falta ir tan lejos.
En México, el INEGI incluyó en su censo el término “Afrodescendiente” por primera vez en la historia en 2020, eso es hace apenas 3 años (El País, 2020). En nuestro país hay 2.5 millones de personas negras, pero no se les reconoce (INEGI. 2020), enfrentan acoso y negación de derechos por no “parecer mexicanos”.
Se habla mucho del racismo en México y con justa razón, nuestra sociedad se rehúsa a reconocerse como tal, pero incluso cuando lo hablamos no se hace el suficiente énfasis en la población afrodescendiente. Es pertinente recordar que, durante la colonia y la época de las castas, este sector pertenecía a las esferas más marginadas de la sociedad y, en muchos ámbitos, parece que esto no ha cambiado, incluso en el lenguaje.
¿Por qué pensamos que los términos “negro” y “prieto” son peyorativos, mientras que “blanco” o “güero” son interpretados como halagos? Estas palabras cumplen la misma función, pero en una sociedad tan racista como la mexicana unas representan lo bueno y las otras lo indeseable, lo que es mejor disimular, así que utilizamos eufemismos para no ofender, pero ¿por qué ser negro sería ofensa?
La paz se crea a partir de diversos pilares, pero no podemos aspirar a tener una sociedad pacífica cuando una parte de ella es completamente negada. La población afro mexicana merece ser escuchada, reconocida y conmemorada. Sin memoria no hay paz y la invisibilización que han sufrido es algo que debemos traer a la luz.
Evidentemente, el racismo en México no se limita a la gente negra, se ha demostrado la correlación directa que existe entre el tono de piel y el nivel socioeconómico, la blancura da privilegios. En un país cuya población es mayoritariamente morena, este tipo de sesgo y discriminación promueven un sistema de violencia estructural masiva que nos impide avanzar. Una sociedad con desigualdad tan pronunciada difícilmente puede ser pacífica.
Hablar, evidenciar y combatir activamente el racismo que impera en nuestra sociedad es necesario para poder erradicarlo. Esto es responsabilidad de todos, y me atrevo a decir, incluso más, de aquellos beneficiados por el sistema. El no hacer nada es equivalente a ser cómplice y seguir silenciando a quienes más necesitan ser escuchados.