“Doña Silvia, --le pregunté-- ¿es cierto que cuando iniciaba su carrera si alguien le preguntaba si sabía usted montar a caballo, bucear, esquiar… o cualquier otra habilidad, usted respondía siempre que sí y luego corría a tomar clases para aprender rápidamente lo que le pedían?”.
“Sí, así era. A mí no había nada que me detuviera”.
La charla sucedió en el hoy lejano 2008, en los camerinos del entonces teatro Diego Rivera, (hoy rebautizado como Nuevo Teatro Silvia Pinal) en un día de funciones de “Adorables enemigas”, que estelarizaba la gran actriz, fallecida el pasado jueves.
Homenajes, reportajes, semblanzas se han transmitido y publicado estos días. En una entrevista que Joaquín López Dóriga le hizo en el 2019, él le preguntó: “Silvia, ¿hay algo que te falte por hacer?”.
Y ella respondió: “Nada; he hecho todo lo que he querido. Lo he buscado, propiciado, me he esforzado para que cada una de las cosas que quería no se quedaran en sueños o en deseos, sino que se convirtieran en realidad”.
Evidentemente al oír esto me acordé de aquella charla que sostuve con esta gran señora; y también del gusto que viví cuando el 7 de febrero de 2023 me recibió en su casa para una entrevista en la que hablamos su carrera teatral.
Con el fondo maravilloso de la pintura que le hizo el maestro Diego Rivera, y con la supervisión de la incansable Efi, su mano derecha las últimas tres décadas, hablamos cerca de 20 minutos.
Su memoria ya no era muy buena, y sin embargo se acordó de amigos de toda la vida como Manolo Fábregas, Tina Galindo, José Luis Ibáñez y Morris Gilbert, gracias a quien yo conocí de cerca a doña Silvia.
Hablamos de sus inicios en el teatro, de cómo conoció a Rafael Banquells, de sus pininos en el arte escénico, de su gran salto como pionera de los musicales en México.
Fue en el teatro del Bosque (hoy Julio Castillo) donde en 1958 Silvia produjo y protagonizó “Ring, Ring llama el amor”, dirigida por Luis de Llano Palmer, padre de Julissa.
Recuerdo su visible emoción cuando le mostré el programa de mano del musical “Mame”, que gracias a su éxito La Pinal (título que se da sólo a las más grandes) montó en tres ocasiones: 1972, 1985 y 1989.
Y qué momento el que ahí cuando, sin más apoyo que su voz, cantó para mí un pedacito de “Yo soy la juventud”, uno de los temas de aquel maravilloso musical: “A mí los años no me hacen nada, subo la pierna doy la patada, yo soy la juventud”.
“¡Qué tal Dolly!”, “Gypsy”, “Irma la dulce”, “Annie es un tiro”, fueron otros de sus triunfos en el teatro musical. “El que más me gusta; el que más disfruto”, subrayó.
Sin embargo, no por ello no abordó otros géneros escénicos. Ahí están como prueba de ello “El año próximo a la misma hora”, “Anna Karenina”, “La señorita de Tacna”, “Debiera haber obispas”, “Cualquier miércoles”, “Leticia y Amoricia”, “Amor, dolor y lo que traía puesto”.
A los triunfos teatrales habría que sumarles los cinematográficos, los televisivos, los radiofónicos, incluso los discográficos, sin olvidar su presencia en los ámbitos políticos y sindicales.
El jueves 28 de noviembre la gran, la única Silvia Pinal se fue de este planeta; y como lo dijo Itatí Cantoral al rendirle homenaje en el teatro de los Insurgentes previo a la función del musical “Cabaret”: “Silvia está hoy en el cielo, es ya inmortal”.
Hasta siempre admirada y querida doña Silvia Pinal.