Se atribuye a Soren Kierkegaard haber dicho que “la vida no es un problema a ser resuelto, sino una realidad a ser experimentada”. Esta reflexión condensa los dilemas, alcances y limitaciones que enfrentará la siguiente administración en torno a la inseguridad y la violencia en México. Una de las preguntas más importantes que la siguiente administración seguramente experimentará, será: ¿cuál es el rol de nuestras Fuerzas Armadas –y de la Guardia Nacional (GN) en particular– en tareas de seguridad pública?
Por una parte, esta pregunta expone lo relativamente fácil que es hacer uso de las Fuerzas Armadas, pero lo increíblemente difícil que es dejar de usarlas. Por otra parte, la oposición olvida algo que también pasa desapercibido en el círculo rojo del activismo capitalino: las Fuerzas Armadas son frecuentemente el único freno a la inseguridad y la violencia que generan los grupos delictivos en muchas regiones y comunidades del país. Así, la llamada “militarización” de la seguridad pública es un concepto que adquiere particular tracción en la cámara de eco llamada X, y en la República del corredor Roma-Condesa.
En marzo de 2019, un think-tank británico tuvo a bien publicar un artículo de quien suscribe sobre la creación de la Guardia Nacional. Hay algunas preguntas que podrían seguir vigentes para la siguiente administración, de cara a su estrategia de seguridad. Concretamente, ¿de qué manera el uso de la Guardia Nacional contribuirá a alcanzar resultados políticos tangibles de largo plazo? Me refiero, por ejemplo, al fortalecimiento de policías civiles a nivel estatal y local. En tanto no se atienda este pendiente –y las entidades federativas no asuman su responsabilidad–, la Guardia Nacional seguirá siendo utilizada para apagar incendios indefinidamente con resultados tácticos importantes, mas logros estratégicos limitados.
Hoy, la Guardia Nacional se compone de aproximadamente 133 mil elementos. Aunque se ha alcanzado un estado de fuerza notable, seguirá siendo insuficiente para las dimensiones y características del país. La Guardia Nacional sencillamente no podrá estar en todas partes, todo el tiempo. Y esa temporalidad de los operativos tendrá implicaciones diversas, entre ellas: a) inhibirá la participación de las comunidades y las disuadirá de proporcionar información con fines de inteligencia; y b) interrumpirá cualquier intento serio de construir instituciones a nivel estatal y municipal.
En este sentido, conviene preguntarse ¿de qué forma la Guardia Nacional enfrentará la violencia e inseguridad cotidianas? Esto adquiere relevancia por dos verdades irrefutables: a) el 80% de los delitos que se cometen en el país son del fuero común; y b) a la luz de los cambios cualitativos que ha tenido el crimen organizado en México: cada vez más fragmentado, económicamente diverso y geográficamente disperso.
No hay una bala de plata para la situación de inseguridad y violencia en México. Entre otros elementos, lo que podría aumentar el rango de éxito de cualquier estrategia será un esfuerzo sostenido en el arduo –aunque necesario– fortalecimiento de instituciones de seguridad, sobre todo a nivel estatal y local.
Discanto: Por donde se le vea, inaceptable el atentado en contra de Donald Trump. Vivir en democracia supone canalizar por la vía política diversas concepciones del bien. Diría Hannah Arendt que sólo la violencia absoluta es muda.
Senior Advisor en Miranda Partners