Hace unas semanas, la prestigiada editorial de la Universidad de Columbia, en Nueva York, ha publicado el libro Avoiding the News: Reluctant Audiences to Journalism (que podría traducirse como Evitar las noticias: Audiencias reacias al periodismo) de los profesores Benjamin Toff, Ruth Palmer y Rasmus Kleis Nielsen.
Con base en encuestas, más de 100 entrevistas en España, Reino Unido y Estados Unidos, y una serie de datos e investigaciones comparativas internacionales, los autores muestran que hay un número creciente de personas quienes, a pesar de vivir en un mundo donde se puede decir que sobreabunda la información, han decidido mantenerse alejadas de ella. Un segundo hallazgo no menos importante es que, en buena medida, este alejamiento tiene que ver con una condición que cruza por nuestra identidad, nuestra forma de ver el mundo y la tecnología disponible.
A partir de analizar sus datos comparados, los autores observan que un número creciente de personas en muchos países consumen cada vez menos información noticiosa (una vez al mes o menos) y consideran poco relevante y útil este tipo de información. Lo interesante es que los autores descubren algo muy importante: en algunos medios, una forma de reposicionarse ante sus audiencias ha sido a través de ofrecer un periodismo de mejor calidad, en ocasiones, más especializado. Sin embargo, para muchos “evasores de noticias” (news avoiders), evitarlas no necesariamente ha tenido que ver con la calidad de los contenidos, con el tono, o con los temas noticiosos. Más que nada, el alejamiento de estas personas se explica por razones de identidad, de creencias y de infraestructura.
De acuerdo con los datos que presenta el libro, quienes más tienden a evitar el consumo de noticias son los jóvenes y las mujeres, en general, y aún más si pertenecen a los sectores socioeconómicos más vulnerables. También, evitar las noticias suele ser más frecuente entre personas que se identifican más como “de derecha” que “de izquierda”, aunque los autores señalan que más importante que esta diferencia lo es aquella que se podría denominar entre personas que se sienten conectadas frente a aquellas que no se sienten así. Esto es, las personas que suelen evitar las noticias lo hacen porque perciben que “estar informadas” es una actividad solitaria que requiere tiempo, les es poco útil, y no sólo no les sirve para hablar y socializar en sus círculos y con las personas que les rodean, sino que estos mismos círculos no les requieren ni esperan que estén enteradas de lo que sucede en las noticias.
Más aún, estas personas suelen percibirse con bajos niveles de lo que se llama “eficacia política”, es decir ese sentimiento de que “la opinión de personas como yo, cuentan poco”. En este caso, que las “las noticias no están pensadas para personas como yo”, con la correspondiente convicción de que no son capaces de hacer alguna diferencia en la política –y de que, ciertamente, la información que contienen las noticias tampoco les ayudará a hacerla. No obstante, un aspecto muy interesante es que las personas evasoras de noticias ni ven esto como un problema –simplemente, no lo perciben como relevante en su cotidianidad--, ni tampoco se sienten del todo desinformadas, pues cuentan con aquella información que necesitan para moverse en sus círculos y ámbitos.
En México, algunos datos relevantes del recientemente publicado Reporte de Noticias Digitales 2024 del Instituto Reuters muestran no sólo que la confianza en las noticias ha ido decreciendo, de 49% en 2017 a 35% en 2024, sino que el consumo general de éstas también ha ido a la baja. Al mismo tiempo, el consumo de otros contenidos se ha ido incrementando, así como el uso de plataformas y redes sociales. Queda claro que una sociedad que deja de consumir información noticiosa corre el riesgo de perder las conversaciones sobre lo público –lo que es de todas y todos—y de intercambiar diálogo sobre lo que es común, vulnerando su propio derecho a la información y, a partir de ahí, a su propia participación informada.
¿Qué hacer? Los autores, sin pretender dar recetas infalibles, sugieren conocer más acerca de cómo las noticias hacen sentir a diferentes grupos poblacionales, entender mejor la relación entre información e identidades, tratar de generar contenidos para los evasores informativos, comunicar mejor a diferentes grupos el valor de lo noticioso, y reafirmar valores editoriales y estándares profesionales. Yo añadiría simplemente que, hoy más que nunca, se vuelve esencial conocer las formas en que consumimos la información y la manera en que le otorgamos relevancia y utilidad en la cotidianidad.